Este jueves, relato: Mudanzas
Primero fue la mudanza. Que si esto no porque esta viejo y esto tampoco porque es de tu madre y esto menos todavía porque está pasado de moda y aquello ni se te ocurra porque a saber cómo ha llegado hasta aquí y esto otro ni pensarlo porque… ¡La mudanza! ¿Qué mudanza?, si la mitad de mis cosas se quedaban perdidas, olvidadas, dilapidadas e irrecuperables para siempre. De esa mudanza o lo que es lo mismo: alevoso atentado o irrespetuoso abuso o irreverente expolio solo quedó el derecho al pataleo más infantil e indefenso que os podáis imaginar. Todo lo suyo cupo, ordenado, en el espacioso contenedor del inmenso camión y lo mío, desordenado, en el irregular y minúsculo capó del coche. Segundo fueron las obras en la nueva casa. Había costado poco y pensamos que, con algo más de inversión, nosotros mismos podríamos restaurarla. Sólo había que sanear algunos tabiques, actualizar la fontanería, barnizar las puertas y ventanas, y que con una mano de pintura, quedaría como nueva —o ...