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Este jueves, relato: Casa de vecinos.

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Mi casa de vecinos —también conocida como la «corrala» del Cristo de los Faroles—, es un submundo lleno de estímulos próximos, se podría decir que es un añadido al resto del universo con colores propios. Ambos parece que funcionan a pesar el uno del otro o al menos con actitud diferente aunque paralela. Pero sólo es una apreciación, pues el patio es receptor directo de los accidentes universales, y la primera y única víctima de los personales. En la corrala, uno, desarrolla su integración y decide o no, formar parte de un conglomerado de anónimos con nombre. Pero, por encima del nombre, el patio es honesto, espontáneo, abierto y solidario; como también es cruel, injusto, alevoso y distante. No hay que exigirle mucho, más bien dejarse llevar y no perder detalle. Al fin y al cabo durante cada día y de forma invariable te presenta escenas como estas:   «Juan Carlos, su cafelito, como cada día, tocadito de leche...»  «María José, hoy te he guardado estas manzanas, para el