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Gloria Fuertes

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Una visita a un pasado entrañable. Gloria me recibe con un desayuno de bollos con chocolate y una reflexión: A esta isla que soy, si alguien llega que se encuentre con algo es mi deseo —manantiales de versos encendidos y cascadas de paz es lo que tengo— . Subraya que nació en Madrid de madre costurera y padre portero, y me aclara por si acaso: Nací en Madrid con dos días de edad, me llevaron a un colegio muy triste donde una monja larga me tiraba pellizcos porque en las letanías me quedaba dormida. Entonces me recuerda que era una joven atractiva y aplicada. A duras penas y bajo unas carpetas de deshilachadas cintas rojas encuentra unas cartulinas amarillentas y enmohecidas donde se adivinan diplomaturas en Taquigrafía, Mecanografía, Gramática, Literatura, Higiene y Puericultura. Pero de mayor fue poeta, poeta de niños-niños y adultos-niños: Escribo como escribo, a veces deliberadamente mal, para que os llegue bien. Sus ojos, redondos y expresivos invitan a entrar con amabilidad

Carlos Gardel. Cotidianeidades de andar por casa

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  La leyenda dice que Carlos Gardel era argentino. Otras, igual de ávidas de protagonismo, presumen de su origen uruguayo; incluso los franceses, que quieren ser la novia en la boda y el muerto en el entierro, aseguran que nació en tierras galas. Leyendas urbanas al fin y al cabo, porque lo realmente cierto es que el cantante más importante de la historia del tango era y siempre será: ¡valenciano! Corría el año 1890 y en el emblemático, tribal y cosmopolita barrio de Benimaclet, vino al mundo un niño de mirada melancólica y voz de lluvia. De familia humilde, fue bautizado en la iglesia de la plaza con el nombre de Carles Fuster i Gardel. —Partida de nacimiento número 190/890 del 11 de diciembre del citado año—. Sus padres, el Sr. Fuster y la señora Amparo Gardel, en edad madura de prometer, prometieron a los pies de la Asunción de Nuestra Señora, hay testigos —bueno, había— que ese niño jamás pasaría hambre y, aunque la vida se les fuera en ello, marcharían a hacer las Américas para

Belleza adulta.

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                                                       Belleza adulta (A mi amigo Josep Esteve Adam) Cuando la pasión regresa es fácil reconocerla. Es algo más que un sentimiento al que ponerle cara. Algo más que una afirmación que reubicar o que un premio que toca a destiempo.   Es la razón que en el orden establecido nos obliga a navegar en la tempestad cuando la gris y densa calma es la dueña de nuestro sin vivir. Esta pasión, que se parece en forma y color a aquella que creció por primera vez, y que sembró de exaltaciones nuestra juventud. Hoy, irrumpe ferozmente, con prisa… la misma de entonces, y se acomoda a empujones, rompiendo las resistencias formales de la que sin duda es la última etapa de nuestra vida.   Esta belleza madura, saturada en su día por diversas razones, declara abiertamente la guerra y despierta, porque una vez se durmió, y resucita, porque una vez murió. Y como un estremecimiento, siembra vértigos e ilusiones. Ya no miramos hacia atrás, hemos encontrado

Quinientas palabras

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  Estaba pensando si 400 palabras serían suficientes. Tenía que comprobar cuántas entraban en una página. Claro que dependía de muchas cosas, si negrita o normal, el tamaño, cursiva o recta, mayúsculas o minúsculas. Depende, depende… ¿Quién cantaba eso? Ah sí, eran los chicos de Jarabe de Palo, aunque dudo si realmente alguna vez existió el tal jarabe ese. Qué palo comprobar, a cierta edad, que se trataba solo de un símil. Porque el jarabe…, jarabe, sí existió, lo recuerdo con variedad de sabores, limón, menta, frambuesa, pero el de palo era otra cosa. A propósito de palos, dicen que la letra con sangre entra, pero la realidad es que no era con sangre, sino con palos, como el del palomar, pero sin palomos. Un vecino mío tenía uno, palomar claro, y a los palomos les pintaban las alas con colorines para identificarles en pleno vuelo. Nunca vi nada interesante en aquellas competiciones de media tarde en las que nadie ganaba nada, salvo la obligación de mirar al cielo durante horas e int

Dylan

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No te puedes perder.  Conoces esta parte de la ciudad como la palma de tu mano. Naciste por aquí cerca y podrías contar cosas que ya no ves o que ya no existen. Estás en lo que para ti es el Hospital de los Pobres Inocentes. Andas sin prisas, sin objetivo y pasas por lo que fue su entrada principal; lo que recuerdas es un pequeño torno con una puerta basculante en la que abandonaban a los recién nacidos —aquellos « Expósitos» de entonces—. Pero, creo que no se trata de que veas lo que no hay sino de que imagines lo que hay. Sabes lo que vas a encontrar al doblar la esquina. Echas a andar a tientas con una mano por delante y la otra en el bastón. Te detienes a cada paso intentando tantear ese paisaje al que tan acostumbrado estás. Sigues pateando ese rocío que, de momento, empieza a brillar sobre el césped del jardín. Siempre hay perros, pero te preguntas si alguno de ellos podría ser tuyo. ¿Lo necesitas? Prefieres no contestarte, ya tuviste un loro y sabes lo mal que lo pasaste —tú y

Un granota en Mestalla. (Mi relato en «cent» Vinatea Editorial)

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  Granotes en Mestalla Segundo Sauquillo era uno de esos tíos que, sin serlo —no era hermano ni de mi padre ni de mi madre—, se me había asignado por simpatía. Después del golpe de estado del 36, Segundo, al igual que otros casasdehareños que, por sus ideas estaban siendo hostigados, cuando no, encarcelados o, en el peor de los casos, asesinados en el cerro de Pozo Amargo, tuvo que salir con urgencia y nocturnidad a un destino más seguro.  Segundo Sauquillo había sido, hasta ese momento, el barbero de Casas de Haro, población manchega en el linde entre Cuenca y Albacete. El pueblo era demasiado pequeño y, Segundo, demasiado popular para que su republicanismo pasara desapercibido. Al igual que otros muchos, buscó desesperadamente asilo fuera del pueblo. Pidió ayuda a mis padres para que le permitiesen cobijarse en nuestra casa de la calle Agustina de Aragón de Valencia, hasta que encontrase una provisionalidad de oficio y habitabilidad.  Segundo Sauquillo, aquí, con nuestra complicida

Cuento de Navidad

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               24 de diciembre. En el Centro Comercial busco la sec­ción de música, suena mi móvil… un cliente: —Necesito el proyecto… ¡Mañana! Alterado llego al mostrador de ópera, no recuerdo…, ¡ah, sí! La Traviata de Salzburg. —Lo siento, pero acabo de vender la última. En la calle, tropiezo con un indigente: —Dame para un café. En mi bolsillo, reco­nozco una moneda de 2 euros, no quiero, delante de él, sacarlas todas y elegir la de menor valor. Suena el móvil, es el banco: —¡Tienes la cuenta «en rojo»! Intento re­lajarme. De nuevo el móvil. —Ha llamado la imprenta, las fotos no sirven. Sigo sin regalos. Paciencia. En la puerta de la librería, una gitana insiste en leerme el futuro: —Por «unas moneas» te leo la mano. El libro no ha llegado. —Don Tomás, esta mañana necesito ausentarme; el carpintero quiere cobrar; su mujer, que no olvide lo de la tintorería; Ramírez no ha hecho la transferencia. Desesperado llego a casa y… —Señor, estoy en el pa

Catatonia robótica

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«Tranquilo, tengo en mis manos tus sueños de esta noche y te aseguro que son inspiradores y reconfortantes. ¡Por fin algo me distancia de la muerte! Te cuento...» Había nacido para no ser nadie ni nada. Las diferentes etiquetas con las que el tiempo iba a ilustrar mi cuerpo dejaban bien clara mi identidad: Androide, robot, asesino, autómata, muñeco, extraterrestre, cósmico, ángel, demonio... Todas ellas se superponían unas a otras como las capas de una cebolla, y todas, y cada una, me mentían como imágenes deformadas en un espejo convexo —o cóncavo que, para los efectos, es lo mismo—. Con el tiempo —tiempo, que no medía ni sentía— y, como proyecto 4.0 por rastrojo, fui portador de los más variados menesteres. Olía a aceite, a circuito, a memoria, a quemado, a ausencia, a oscuro, olía a rancio el día que, sin saber lo que era, perdí la fe, también la esperanza. Compartí anaquel con otros de igual ruido, color, tamaño y abandono. En horizontal, descansando sobre la mesa de acero inoxid
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Voces y voceros. Abrieron la boca y gritaron, y su grito movilizó. Abrieron la boca y sentenciaron, y su sentencia se perpetuó. Abrieron la boca y escupieron, y su descaro escandalizó. Abrieron la boca y regalaron, y su desenfado se convirtió en carcajada.  “Por orden del señor alcalde se hace saber... que el Ayuntamiento ha decidido conceder derechos a los animales...” (Pregonero de Torrecilla del Rebollar, Teruel)   “Si los españoles habláramos sólo y exclusivamente de lo que sabemos, se produciría un gran silencio que nos permitiría pensar” (Manuel Azaña)   “La parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte...” (Groucho Marx. Una noche en la ópera )   "La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas." (Karl Marx. El Capital )   “The answer, my friend, is blowin' in the wind. The answer is blowin' in the wind” (Bob Dylan, La

A propósito de «Peinar el viento» por Alicia García-Herrera

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  Peinar el viento por Alicia García-Herrera Peinar el viento es la metáfora del recorrido de Silvia hacia Ander. Una tarea tan difícil como tejer una camisa de batista sin costuras ni trabajo de agujas. Aquella petición que el amante hace a su amada en la famosa canción de Simon & Garfunkel,  Scarborough Fair .  La historia comienza con la visita de la protagonista a San Sebastián. El devenir de los hechos la obliga a ayudar a su abuelo con asuntos ligados a su testamento. Silvia no es consciente de que su regreso desencadenará la tragedia de los suyos y también la propia, ni tampoco sospechará que, a partir de ese momento, en ella el dolor se verá obligado a convivir con la pasión. Las esculturas de Chillida se convierten en la imagen del alma de Silvia, el hierro incrustado en la roca como la lanza en la carne. El mar, confidente y amigo, es en la obra de Alfredo un personaje más y la invita a tomar elecciones que desafían algunas de nuestras creencias acerca del amor románti

A propósito de Peinar el viento, por Antonio Andújar

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  A propósito de «Peinar el viento», por Antonio Andújar Castro  Sinopsis: El escultor Eduardo Chillida hizo que el viento, en San Sebastián, entrara a la costa peinado con agujas de acero. En esta novela de Alfredo Cot González, Silvia peina el viento para doña Teresa, para su abuelo Koldo y para su prometido Ander. Lo que parece una insondable labor acaba por envolvernos en una historia cautivadora. Narrativa contemporánea llena de verdad y vida.   Opinión personal: Como podía vaticinarse, el escritor valenciano Alfredo Cot vuelve a sorprenderme, en esta ocasión, con su sexta novela. Ya lo hizo con las anteriores, adentrándonos en aquellos maravillosos relatos con nombres de flor o las fantásticas historias desprendidas del interior de un mítico mercado de ciudad, pasando por bulevares vivos e infinitos, durante decenas de días otoñales. Y digo que me sorprende porque ninguna tiene que ver con la anterior, y esto ha ocurrido con Peinar el viento . La novela nos cuenta la

A propósito de... «Peinar el viento» por Andrés Amat Gomar

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  A propósito de «Peinar el viento». Terminada la lectura de "Peinar el viento". Aprobado, casi notable (no te digo notable, casi notable alto, para que sigas recordando que eres mortal). En el comentario anterior ya te hablé de la mejora encontrada respecto a las preguntas ¿quién, cuándo y dónde? Faltaba el veredicto, digamos mejor el dictamen, pues lo de veredicto suena demasiado a sentencia judicial, sobre ¿por qué? Te refresco la memoria, a este respecto, con lo dicho en mi análisis de las galeradas: "En cuanto a de qué va la novela, me ha dejado con la impresión de que ni mar ni montaña, ni carne ni pescado. ¿Género negro? No. Según las reglas del género, el muerto o los muertos, eso dicen (tampoco hay que tomarlo al pie de la letra), han de ir al principio, y aquí aparecen a media novela. ¿Novela de relaciones sentimentales, en la línea de Cien días de otoño? Por ahí, por ahí, pero no del todo. No sé, veo un batiburrillo donde no queda del todo claro de qué se pret

Dylan

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               Dylan Empiezas a andar. No te puedes perder. Conoces esta parte de la ciudad como la palma de tu mano. Naciste por aquí cerca y podrías contar cosas que ya no ves o que ya no existen. Estás en la puerta de la Biblioteca Municipal, para ti, el Hospital de los Pobres Inocentes. Andas sin prisas, sin intención, sin objetivo y pasas por el lugar donde estuvo su entrada principal, sin embargo no es ese detalle el que te viene a la cabeza; lo que recuerdas es un pequeño torno con una puerta basculante en la que abandonaban a los recién nacidos —aquellos «Expósitos» de entonces—. Pero, creo que no se trata de que veas lo que no hay sino de que imagines lo que hay. Sabes lo que vas a encontrar al doblar la esquina. Echas a andar con una mano en el bolsillo y la otra en el bastón. Avanzas y te detienes a cada paso intentando tantear ese paisaje al que tan acostumbrado estás. Esos locales que intuyes abiertos mostrando una actividad engañosa; un colectivo que sientes bostezar a

Este jueves, relato: Improvisación

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  Improvisación Sigo al pie de la letra la sugerencia de Mónica de entrecerrar los ojos frente al teclado. Suspiro profundamente y me vacío ante la pantalla todavía virgen de mi portátil. Espero que la improvisación, las musas, los recuerdos o el poco oficio me precipiten a un cuento que merezca la pena. Mientras, pienso si 350 palabras serán suficientes. ¡Depende, depende! ¿Quién cantaba eso? ¡Ah! sí, Jarabe de Palo, aunque dudo si realmente alguna vez existió el jarabe ese. Qué palo comprobar a cierta edad que se trataba tan solo de un análogo, porque el jarabe, jarabe, sí que existió; lo recuerdo con variedad de sabores, limón, menta, frambuesa. Pero el de palo era otra cosa. A propósito de palos, dicen que la letra con sangre entra, pero la realidad es que no era con sangre, sino con palos, como el del palomar pero sin palomos. Un amigo mío tenía uno, (palomar, digo) y a sus palomos les pintaba las alas con colores para identificarlos en pleno vuelo. Nunca vi nada interesante

A propósito de «La Jaula» de María Codoñer Prieto

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  A propósito de «La Jaula». María Codoñer Título: La Jaula Autora: María Codoñer Prieto Primera edición: abril 2021 Ilustración de portada: Laura Codoñer Prieto Editorial Indie Biografía: María Codoñer es licenciada en Historia por la Universidad de València. Actualmente trabaja de auxiliar de enfermería. Su primera novela El mundo que nos queda se publicó en 2012. Colabora en diversas antologías de relatos: Llibret Recorreguts en 2015, Grafomanías en 2017, Te cuento y 101 crímenes de València en 2019, Relatos líquidos en 2020 y Habitaciones de paso en 2021. La Jaula es el inicio de una serie de novelas que denomina De lo oscuro . Reseña: Dicen los gitanos que no quieren a sus hijos con buenos principios. María Codoñer no es gitana —creo—, pero tiene lo mejor de unos y otros y en consecuencia es fiel a las costumbres —esas que sientan cátedra—. Así pues, la primera letra de La Jaula: «Rodriguín» resulta peliaguda en su pronunciación: ¿ «Rodigrín»? ¿«Rodiguín»? ¡«Rodriguín»! La

COT_idianeidades. Mudo

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          Mudo Mudo, sordo, ciego, extinto me siento cuando las palabras no fluyen. Cuando las oraciones montan del revés. Nada soy sin voz, nada sin letras, nada sin orden. Desterrada mi prosa y exiliadas mis rimas en un silencio trabado, obligado. Es entonces cuando el corazón de los sonidos deja de latir y duerme. Después, en plena agonía, un grito contenido trepa por la sombra de la ignorancia y un libre mutismo nace del silencio cautivo. Me oigo, vocalizo y mi lenguaje alumbra destellos callados que nacen fraseando siseos entre dientes. Es el silencio que decide por sí mismo seguir siendo silencio… ¡Vaya mierda de vino que me han servido!    

¡Brujas!

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  Brujas Queridas Jane, Sukie y Alexandra: Mucho me alegraré de que al recibo de esta os encontréis bien, yo por aquí bien   G. A. S. (Gracias A Satán) Esta carta es una humilde, pero necesaria petición de ayuda. Las cosas por esta vieja Europa no van bien... la pandemia, ya sabéis. La prima de riesgo ha devaluado ungüentos y pócimas y todo a perdido eficacia para nuestros conjuros. El otro día, sin ir más lejos, receté una mezcla de belladona, mandrágora y ala de mariposa para garantizar el nacimiento de la niña que completaría una “parejita”. La futura mamá me ha denunciado porque tiene quintillizos. La cicuta y los tóxicos están por las nubes, y ya no se puede envenenar a nadie como es debido. El broncista que me hacía los calderos de cobre ha cerrado y con la Tupperware ,   como podéis suponer, no es lo mismo. Los filtros amorosos escasean, bueno... los filtros propiamente dichos no, porque siempre nos quedan los calcetines. ¿Y el amor? ¡Ay el amor! Si os dijera que