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Mostrando entradas de agosto, 2020

Este jueves, relato: Objetos

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Objetos. Costura. El local, en principio pequeño, estaba atestado de artículos delicados ordenados en estantes y pequeñas cajas transparentes que dejaban entrever todo tipo de carretes de hilo, cintas de medir, botones, blondas y un sinfín de productos de pasamanería Ella, mientras hablaba, seguía cosiendo, pespunte tras pespunte, hilván tras hilván. Los ojos perseguían la aguja haciéndola coincidir con la tela, primero, y después con la superficie metálica del dedal. Una y otra vez enhebraba la aguja llevándose el hilo a la boca donde lo cortaba con los dientes. Por la noche, solía hacer los encargos de la modista del centro. Eran los momentos de mayor paz y concentración. El silencio de la noche era inspirador, y yo, al fin y a la postre, acabaría durmiendo en unos minutos. Los encargos de la señorita Julia le permitían adentrarse en un universo de lujo; con esas prendas entre sus manos podía soñar, y la noche, para esos sueños, era lo mejor. Con frecuencia me preguntaba qu

Este jueves, relato: Participantes

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M Y r i A M M ó N I c a G a B I L a n T E C e C Y C A M p i R e L A D i V a d e N o c H E M O L i d e L C a n Y E R M a R í a J o s É A L f R e d A L b a d A D O s V í c T O R M ağ a de Q a M a r M A r í A L i B E R o n a D e M I u r g o M u j E R D E N e g R o A L f r e D o

Este jueves, relato: Objetos [Convocatoria]

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En la nómina postmorten que realizaban los notarios en el siglo XVIII, apenas se relacionaban una docena de objetos personales por cada difunto. Hoy en día cada habitante occidental almacena un promedio de 75 muebles y un total aproximado de 110 objetos personales —los cuales se renuevan vertiginosamente de forma semanal, mensual o anual, en su mayoría—. La industria vomita sin descanso miles de millones de objetos cada año, para ser vendidos, usados, revendidos, maltratados, olvidados y, finalmente, abandonados. Pero hay objetos y objetos: los que forman parte de nosotros, que nos acompañan dónde vamos; que, tan próximos, tan cotidianos, tan nuestros que incluso han llegado a protagonizar alguno de nuestros más vitales sucesos o a acompañarnos en el desenlace de otros. Así, pues, hoy vamos a contar, inventar, exagerar, mentir o confesar cómo algunos de estos objetos han protagonizado un instante de nuestra vida. Adjunto objetos cotidianos para vuestra inspiración, con la l

Este jueves, relato: Plop, plop

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Plop… plop. Creo —me atrevería a asegurar— que todos tenemos uno. Algunos, dos o tres. Mi plop… plop es un tic, tac… tic, tac . Mi tic, tac vela a mi lado; vive, reza, duerme, bosteza y hasta ronca conmigo. Es díscolo, trasgresor, inicuo. Se manifiesta caprichosamente con un secuencial y molesto orden. En un primer sueño, el más profundo, me descubre a un niño saltando un muro. Lo recuerdo a trozos , como fragmentado, sorteando charcos de agua embarrada, aupándose sin llegar hasta la cara superior de esa pared, cubierta de vidrios. Mi tic, tac me moja el cuerpo. Me confunde. ¿Ese niño…? Le intento ayudar pero sus piernas se escurren entre mis manos. Me fijo en sus ojos, no tiene. Después de dar vueltas en la cama, voy al baño, bebo agua, apago la luz y escondo de nuevo mi subconsciente bajo la almohada. Mi tic, tac me dibuja al niño indefenso, frágil, amenazado y le grito: «¡Salta! ¡Date prisa! ¡Te ayudo!» Mi grito, mudo, se apaga. A lo lejos, un Kalashnikov escupe

Calenturas de verano. [1] Otros agostos...

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Otros agostos. «A ver... ¿lo llevo todo?» Me pregunto y me respondo: «L a crema solar, protección 9;  el bañador de lunares amarillos;  las chanclas a juego;  las gafas de sol (graduadas, claro);  el último de Posteguillo;  mi nieto (y, sospecho, que sus padres);  pastillas para los mosquitos;  pastillas para la tensión;  el MP4 con los Grandes Éxitos de Antonio Molina;  la sombrilla de Coca Cola;  el pijama a rayas, para la siesta;  el balón de NIVEA (para ligar);  el portátil; ¡Vale, vale... el portátil no! y mi mujer,  ¡por Dios, que no se me olvide mi mujer!  En fin, que no es un adiós, tan sólo un hasta luego. S acudo el pañuelo blanco, tamaño folio, para que resulte más cómodo el movimiento y, dejando flotar la sonrisa cómplice por lo que todavía me espera, dejo asomar media lágrima de afecto para todos aquellos sufridores en casa, que me siguen leyendo y que siempre encontrarán un banco a la sombra en esta querida plaza».