La Misión. [Morricone]



Asunción, Paraguay, 1750. 
El padre Gabriel penetra en un rincón de la selva virgen y extrae del oboe unas notas. Los indígenas quedan absortos con la melodía por su capacidad emotiva, llegando incluso a romper por la mitad el instrumento temiendo que sea poseedor de una magia que ponga en peligro su seguridad. Morricone se emocionó al ver aquella secuencia en origen, musicada con el adagio de Alessandro Marcello, hasta el punto que tuvo que secar sus lágrimas con un pañuelo: «Es una película demasiado bella, la música de Marcello resulta insuperable… ¿Cómo me pide usted que componga una música para sustituirla?»
El guión de Robert Bolt, (Doctor Zhivago) está basado en las guerras guaraníticas, que los Jesuitas y los indígenas guaraníes libraron contra los Bandeirantes. Las Misiones Jesuíticas fueron literalmente borradas del mapa y sus habitantes asesinados y deportados como esclavos a Brasil.
De la película de Roland Joffé se ha hablado mucho, su oscar a la mejor fotografía, sus nominaciones, la extraordinaria interpretación de Robert de Niro y la de unos jovencísimos Jeremy Irons o Liam Neeson, increíbles la toma de las cataratas de Iguazú de Chris Menges.
Pero son dos cuestiones las que en una nueva visión me hacen vivir el film de una forma especial, por un lado su música, la del maestro Morricone, con temas como el «Ave María Guaraní, Falls, On Earth As It Is In Heaven, Penance, Gabriel’s Oboe o Guaraní», música que te deja hundido en el sillón, preguntándote, ¿Qué puedo hacer yo, para que mi trabajo produzca en los demás una mínima parte de ese efecto? Envidia cruel ante la genialidad de un compositor y su música que te hace mirar al cielo y, con los ojos húmedos, ver la felicidad. Y por otra parte la rabia contenida de comprobar que a pesar del paso del tiempo, la vanidad, la soberbia, la avaricia, la crueldad enmascarada, siguen presentes en nuestro planeta. Este que huele a podrido y en el que el poder de gobernar es una opción legal para aniquilar al diferente desde la impunidad de la distancia (cuando no desde el anonimato), cercenar millones de vidas con un futuro por escribir. La batalla de Caibale de 1756, se repite y hoy es o ha sido, la de Siria, la de Palestina, la del Congo, la de Irak o Irán, la de Ruanda y tantas en las que con enorme cinismo la política y la religión determinan quién vive y quién muere, y que inevitablemente como en la misión de San Carlos son siempre los mismos; aunque siempre nos queda el consuelo como añade en la última escena Monseñor Altamirano, representante de la Santa Sede, de que alguien reconozca reflexionando en voz alta: «No señor cónsul, el mundo no es así. Nosotros lo hemos hecho así. Yo lo he hecho así…»

                                                 



Comentarios

  1. Buena peli y una música especial , sin duda cuando la oímos se quedó bien grabada en nuestra mente ..Me gusto tu entrada y la imagen que has elegido.
    Un fuerte abrazo, feliz semana.

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