Este jueves, relato: Altruismo «María»
El mundo
de María es el mundo de los pies, como el de los perros pero sin olisqueos. No
levanta la mirada del suelo; sentada, acomoda su delgado y enfermizo cuerpo en
un hueco de la fachada entre el estanco y la librería y todo su horizonte es el
que dibujan los zapatos de los transeúntes, recortados en la profundidad de la
acera.
María
es un sin techo que arrastra su
condición vagabundeando, en busca de una esquina soleada donde abandonarse al
abrigo de los tenues rayos de sol que le permiten sobrevivir en el helado y
duro pavimento en este frío y ventoso invierno. Todo su vestuario es una pila de
harapos, uno encima de otro y ella, encima de todos. Solitaria, en su esquina
tibiamente iluminada, contrasta su tremenda e inmóvil soledad manifestándose más
cruel, si cabe, en medio del denso y insensible deambular de la gente.
Pero,
¿qué tiene María que la diferencie de otros desfavorecidos que consumen sus
noches bajo las estrellas envueltos en húmedas hojas de cartón? Poco…, muy poco.
Sólo sus ojos limpios y tranquilos, su contemplación perdida pero regalada, su
aparente ausencia de hambre, su indetectable sufrimiento y su quietud que
parece ignorar todo aquello que se mueve por arriba de los 30 cm.
María
es una adolescente —creo, es difícil acertar su edad—, su cuerpo de piel joven,
lánguida y blanquecina; sus ojos tristes y vacíos; su corta melena despeinada
—más bien, sin peinar— no delata su edad. ¿Dónde está su adolescencia? ¿Con
quién habrá consumido —y malgastado— esos primeros años que tal vez sean los
únicos?
Le
pedí una foto para ilustrar este relato y, con un gesto cansino, negó con la cabeza;
le ofrecí dinero y apartó la vista devolviéndola al suelo, fijándola sobre el
secuencial dibujo con el que las baldosas forman el pavimento. Le ofrecí
compañía y distanció la mirada. Pensé —y después de pensar, confirmé— que en lo
que respecta a este asunto, María, no tenía precio. Quise ver su alma más pura,
el rincón de sí misma menos deteriorado por la droga y el alcohol y el hambre y
vaya usted a saber.
A
pesar de que se lo pregunté —varias veces—, María, nunca me dijo su nombre.
Muy buen texto amigo, cuantas Marías habrá en el asfalto seguro que muchas y cada una con una historia detrás ..
ResponderEliminarQue poco nos ponemos a pensar que ha sido de cada uno de esos vagabundos que vemos en la calles ..solo miramos si es que lo hacemos ..pero si nos detuvieramos seguro , estoy segura que aprenderiamos una leccion de vida ..Un abrazo y feliz dia.
Que tristeza...
ResponderEliminarUn abrazo, Alfredo.
Muy triste tu relato, ALfredo.
ResponderEliminarpero esta toma de conciencia al VER
al otro, en este caso a María nos lleva, si no a todos, a algunos a
actuar en pro. De eso se trata el altruismo.
Gracias por tu participación.
UN abrazo y ánimo en estos tiempos difíciles
Hemos elegido el mismo tema y el tuyo atraviesa el alma. ¡Cuánto sufrimiento contemplo en el rostro fotografiado! Duele.
ResponderEliminarY sí, no tiene precio, es verdad. Y a pesar de vivir a los pies de los caballos, de sus problemas y todo, todavía tiene dignidad.
Un bello relato a pesar de la dureza de esta María, como tantas, como tantos...
Un beso grande.
Hay miles de esas Marias padeciendo sus desventuras a ras de piso... lamentablemente las vemos poco. Un abrazo
ResponderEliminarSi fuera la única, pero habrá tantas como ella... Esa es una lacra de las muchas de estos tiempos.
ResponderEliminarsi que es triste y es algo bueno del relato el que llegue así...
ResponderEliminarMaria es un bello nombre para cualquier mujer... besos...
Esa María sin nombre, sin techo, sin esperanzas. Un texto estupendo, que emana tristeza, por la juventud de la protagonista sobre todo.
ResponderEliminarUna barzo y feliz tarde, con solidaridad
Los nadies, los que somos incapaces de mirar a los ojos sin que el alma se nos llene de vergüenza. Me duele tu Maria y los 50.000 sin techo que malviven en nuestro pais. No dejo de preguntarme que será de ellos durante esta cuarentena. Gracias Alfredo por este homenaje. Besos.
ResponderEliminarHay tantas Marías así, sin techo, sin nada, pero no nos damos cuenta o no queremos verlas.
ResponderEliminarMe ha encantado tu relato.
Un beso.