Este jueves, relato. Un momento especial.
D. Ricardo no era santo de mi devoción. Imponía, tan enjuto, tan circunspecto, tan estirado él con su guardapolvo gris. Pero por más que me resistía no podía evitarlo. Los brazos fuertes de mi madre me arrastraban por toda la calle hasta ponerme delante de la puerta de la barbería. Una vez dentro la conversación se repetía una vez más: -¿Qué le hacemos al niño, Amparo? -Lo de siempre Ricardo… al cero, que vaya bien fresquito. Sentado al fondo de la sala esperando mi turno, vivía aquel momento como algo especialmente dramático, un martirio sin merecerlo, una humillación de irreparables consecuencias. -A ver niño… ¡Estate quieto! Deja de mover la cabeza o te llenaré de trasquilones. La máquina de esquilar, se paseaba desde la nuca a la frente y desde la oreja derecha a la izquierda. Arrasaba con todo pelo que se le ponía por delante. Mis atributos capilares se esparcían por el suelo, mechones de pelo desraizado que nunca más volverían a deambular compactos por m