Este jueves, relato: ¡Queridos profes!
Este jueves, relato: ¡Queridos profes!
Don Félix se tapaba la boca para hablar; no sé si para moderar el comentario,
para revelar en cómplice generosidad su sabiduría o para asustar con
premeditación dejando ver un hilo de voz gruesa y ronca a través de sus dedos.
Su boca, medio oculta, escupía y sentenciaba frases hechas con derechos de
autor pertenecientes a terceros desconocidos y, en contra de lo que se podría
pensar, estaban exentas de drama y cargadas de ternura. Su corbata, descolgada,
de lazo gigante y suelto, tapaba una camisa blanca palidecida, escondiendo la
falta de uno o dos botones que delataban la presencia de un escapulario de
origen ignorado. Rodeaba su cintura una correa de piel marrón con agujeros a la
vista que revelaban una considerable merma en la circunferencia de su vientre.
Don Félix era de los del Cara al Sol
cada mañana —para fortalecer la formación del espíritu nacional, decía—, y de
la vara de medir —para mantener la atención a golpes rápidos y desconcertantes
en la palma de la mano, asegurábamos nosotros—. Pero, a pesar de todo, era de
los educadores que dejaban huella. Le
teníamos miedo y respeto al cincuenta por ciento.
Las clases se daban en el jardín de la parte posterior de su casa. Una
planta baja que, en primera estancia, era una mercería, luego la vivienda y por
último un gran espacio con plantas y flores de varios tipos. La entrada,
pequeña, estaba atestada de artículos delicados ordenados en estantes y pequeñas
cajas transparentes que dejaban entrever todo tipo de carretes de hilo, cintas
de medir, botones, blondas y un sinfín de productos de pasamanería; encajes y
galones incluidos. De forma que cada día paseábamos, primero, entre mostradores
con miles de artilugios y telas; a continuación, el comedor, que olía a
condimento y no a colonia como la entrada y, finalmente, el gran jardín.
Conocí a Martínez el primer día de clase. Recuerdo su entrada, fue el último
en llegar; lo primero que hizo fue pedir excusas porque se había perdido por la
casa; entró apocado, con el pudor y la timidez que caracteriza a la gente del
campo. Ajeno a aquella experiencia que le había arrancado de su pueblo por
primera vez saludó con un tímido movimiento de cabeza que correspondí sin demasiada
trascendencia pero con ternura protectora; pensé «Dios mío, a este le falta
poco para cagarse en los pantalones». Era de mediana estatura, fibroso, tostado
de brazos y cuello por el sol rural del mediodía, debió de intuir en mi gesto
algo más que un saludo cortés e inconscientemente se refugió en mi entorno
espacial; reclamando, desde el fondo de sus ojos azules, un pacto clandestino
de ayuda y protección.
La voz gruesa y ronca de don Félix, medio escondida, se impuso a los
devaneos extrasensoriales…, y pasó lista: Badenes, Cano, Fuertes, Guillot,
Martínez… Mulet. «Siéntense en ese orden», nos pidió el maestro. En ese momento
supe cómo se apellidaba y que por alguna razón el destino del abecedario nos
enlazaba el uno junto al otro.
Me recuerdo aprendiendo, de memoria y para siempre, algunos encabezados de
las asignaturas de historia o gramática: «¿Los hijos de Jacob? Jacob tuvo doce
hijos… “Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón,
José y Benjamín”» —Más una hija, Dina, que para los efectos, no contaba— o los
verbos «Pretérito pluscuamperfecto del verbo amar… “Yo había amado, tú habías
amado, él había amado…”». Son retahílas que se quedan para siempre. Supongo que
el verano, don Félix, aquel jardín y Martínez, tuvieron algo que ver.
(Fragmento resumido de mi novela: Postales de neón [Disculpas por extenderme en el número de palabras]).
Me encanto, es un reflejo del antiguo profesor que a mitad se le respetaba y se le temía. Un buen fragmento y espero que me digas donde poder conseguir tu novela. Un fuerte abrazo
ResponderEliminarGracias, Campirela. Don Félix existió, todo lo demás es casi ficción. Esta novela saldrá a la venta en diciembre próximo. Ya la publicitaré en las Redes. Besos.
EliminarQue lindo fragmento, lleno de imágenes, que puedes mirarlas mientras lees y conocer esos lugares que han sido de aprendizajes, seguramente a veces con miedo y también respeto por el saber.
ResponderEliminarUn abrazo Alfredo!!
Gracias, Cecy. Efectivamente, a esa edad con miedo, respeto y curiosidad por saber. Besos.
EliminarEntrañables recuerdos que te agradezco compartir. Me desconcierta eso de que se daba clases en su casa, un maestro particular quizás?Creo reconocerte en la foto. Un abrazo
ResponderEliminarGracias, Mónica. Efectivamente, eran clases especiales (y particulares) de preparación para la Reválida. Sí, ese pipiolo lleno de miedo era yo. Besos
EliminarMagnífico retrato de la figura del maestro de la década de los 60.Quizás la educación era rígida en algunos aspectos, pero el caso es que con tan pocos recursos se las arreglaban para que aprendíeramos y no solo las lecciones sino otras muchas cosas que nos han marcado de por vida. Pienso que cada época tiene un tipo de escuela, pero que siempre su misión es socializar al niño y eso es esencial para su desarrollo. Benditos profesores y bendita escuela.Ojalá y este curso el Covid la respete.
ResponderEliminarAna tienes razón, benditos profesores y bendita escuela. Don Félix fue uno de muchos (casi todos) que dedicaron su vida a la enseñanza regalando lo mejor que tenían, su tiempo, sus conocimientos y, en este caso, su casa. Besos.
EliminarMe encantó el final con ese pretérito pluscuamperfecto del verbo amar *__* Sin duda nos trasladas a otra época, en la que la amistad y el amor se encendían tan rápido como en cualquier otra.
ResponderEliminarBesos jueveros, Alfredo
Gracias, Dafne. Había otro que decía: "Los árabes eran moradores de Arabia. Mahoma los reunió bajo una unidad religiosa extraordinaria y, junto, se lanzaron a conquistar Asia y parte de África". Como verás había para todos los gustos. Besos.
EliminarSin duda de otra época, cuando el maestro y el cura era el temor del pueblo jeje.
ResponderEliminarUn saludo
Sí, Víctor; otra época. Tengo mejor recuerdo de los maestros que de los curas. Los jesuitas te golpeaban en el alma. Abrazos.
EliminarHa sido una narración tan fresca y colorida como el patio donde estudiaban, que si hubieras escrito 1000 palabras, ni me habría dado cuenta..besoss
ResponderEliminarGracias, Diva. ESte capítulo, en concreto, tiene 1031 palabras, el más corto del libro. Si me mandas tu correo te lo envío completo. Besos
EliminarYo tuve un profe de literatura que se llamaba Félix, pero no era este. Me encanta el principio, la abigarrada, meticulosa y detallista descripción del profe.
ResponderEliminarCuando has llegado a los artículos de mercería, me parecía un spinoff del texto que enviaste hace dos convocatorias. Al final se confirma porque es otro tramo de la misma, novela.
Entrañable y detallista relato.
Saludosss alfredo
Hola, Gabilante, don Félix era así, tal cual. El costumbrismo y la intimidad son las constantes de esta novela que, aunque con algo de ficción, es la vida del hijo de un tranviero; primero en los 50 con 12 años y más tarde con 80 y un incipiente Alzheimer. Gracias por tu comentario. Abrazos.
EliminarMe encantan la cantidad de detalles que te llevan a adentrarte en la historia. No se si aún es posible conseguir el libro porque invita a leerlo, ya me dirás... Besos.
ResponderEliminarHola, Inma. El libro saldrá en diciembre, te lo haré saber. Gracias por tu comentario. Besos.
EliminarUna muy bella historia que me atrapo y me encanto leer desde el principio hasta el final
ResponderEliminarHola, María. Espero que toda la novela sea, de principio a fin, igual de atrapante y encantadora. Gracias por pasarte por aquí. Besos, amiga.
EliminarEncantador relato, de los que vas proyectando mientras lees, ojalá de ahí surgiera una amistad duradera
ResponderEliminarAbrazo
Gracias, Mujer de negro. Todo el libro pretende ser igual de encantador (no sé si lo he conseguido). Esa amistad, en particular, se quedó en eso "unas cuantas clases especiales en verano". Gracias por comentar. Besos.
EliminarPreciosa la descripción del lugar y de las personas. Me gustaría leer la novela entera! Gracias por tu aportación y un abrazo
ResponderEliminarGracias, Dorotea. La novela saldrá a final de año. Estoy impaciente, por ella y porque hay proyectos "en cocina" esperando. Besos
EliminarTu texto es el fiel retrato de una época de escaseces de todo, en la que los niños del campo muchas veces eran monsopreciados por los compañeros de los pueblos mas importantes, por el color de su piel. O porqué no vestian como ellos.
ResponderEliminarMe parece una descripción perfecta del momento que vivisteis. Un abrazo
GRacias por responderme tan cortesmente. No esparaba menos de tí. No és la primera vez ni la segunda.
ResponderEliminarQue te den morcilla
Lo siento Montse, te pido disculpas. Terminé de responder a los comentarios el sábado 5 a mediodía y todavía no estaba el tuyo. Ya no he vuelto a entrar en el blog hasta hoy. Ya sabes que habitualmente no suelo comentar ni responder, salvo que sea algo personal, y, con frecuencia, me planteo no participar nunca más, no tengo tiempo. Cada vez que me ofrezco a dirigir un jueves supone un esfuerzo tremendo. Tengo muchos frentes literarios y familiares abiertos y los plazos me superan sin poder sacar más tiempo. Gracias por tu comentario. Un abrazo.
EliminarAdmirado Alfredo: Te pido disculpas pro mis palabrlas. Tuve un dia malo y esto al final passa factura. Se que estas muy ocupado y metido en muchos marrones. Espero y deseo que tanto esfuerzo se vea compensado.Un abrazo
EliminarLlego super tarde, y te pido perdón. Pues me ha encantado, eso tiempos de respeto, admiración y cierto temor.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias, Albada. Nunca es tarde... Un abrazo.
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