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¿Nos importa lo que pasa fuera de nuestras fronteras?

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-¿El jurado, tiene ya su veredicto?- -Si Señoría, lo tenemos... en el caso del Hombre contra el Mundo, declaramos al Mundo culpable de todos los cargos.- -Una vez oída la decisión del jurado, este tribunal condena al Mundo a desaparecer como tal, reinventándose a si mismo de forma y manera que se adopten de inmediato las medidas correctoras necesarias para garantizar un Mundo sin guerras, ni odio, ni violencia. Evitar definitivamente la destrucción de ciudades y casas, el asesinato de personas y la devastación de la naturaleza. Eliminar las agresiones, masacres y demás crímenes perpetrados desde la impunidad que da el poder en todas sus variables. Acabar con el éxodo de poblaciones civiles en cualquier parte del planeta, así como las represiones o “limpiezas” por motivos de etnia, raza o color. Este nuevo Mundo nacerá sin mentalidad patriarcal, fomentando objetivos comunes que alimenten valores pacifistas y de igualdad… Rashid Fathy, despertó herido de muerte b

Kenzaburu Oé. Hymn nº 7

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  El Premio Nobel de Literatura en 1994, le reconocíó como símbolo de revuelta contra el horror atómico de Hiroshima y Nagasaki. Pacifista, vinculado a la nueva izquierda, rebelde contra los formalismos del lenguaje, su obra identifica a su hijo Hikari, nacido en 1963 con una deficiencia craneal, como símbolo de una juventud japonesa culturalmente desheredada por la derrota imperial de 1945 Shikoku, Japón, 1935

Este jueves, Relato. Historias calentitas

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A esas horas, la Bodeguita del Medio estaba llena de parroquianos y turistas llegados al calor de la música de Compay o Silvio, melodías que dibujaban el fondo musical de las vidas allí estacionadas. Me abrí paso entre son y son hasta alcanzar una segunda fila de la barra, imposible avanzar más. Las nubes blancas de los habanos próximos se reflejaban en el fondo del gastado cristal que contenía mi tercer mojito. Permanecí inmóvil, aprisionado entre cuerpos calientes y desinhibidos que parecían estar aparcados allí para la eternidad. Ella quedó a mi espalda, hombro con hombro, su voz sonaba suave y próxima, la tibieza de sus palabras me llegaba como una caricia que resbalaba en mi nuca colándose a través de mi desnudo cuello. Su presencia en mi cuerpo estaba tan delatada y consentida como la mía en el suyo y los brazos coincidían en roces cómplices de un gozo que nuestra inmovilidad hacía interminable. Noté su culo buscando el mío y lo acepté con un rubor complaciente q