Este jueves, relato. La escalera
«Ojos que no ven, corazón que no
siente».
Ella sentía.
Y olía.
Cada mañana su despertar era un
prólogo estimulante, una fiesta para sus sentidos. Juntaba ilusiones. Abría los
ojos y, entre sombras, disfrutaba como lo hace una niña acariciando, sin ver,
su primera muñeca.
No veía. Había aprendido a mirar y en
esa permanente oscuridad, el resto de sus sentidos imaginaban en color.
Y olía.
Un giro suave, un golpe a traición, un
bulto que desperezaba. Todo era una amable visión sintiendo como la naturaleza
de su cuerpo simulaba dibujando una forma armónica.
¿Cuántos colores existirían que ella
no había visto? ¿Y cuántos, cientos, que nunca verá? No era lo que sus ojos no
veían lo que más le ocupaba, no tenía que indagar, divagar o imaginar. Su luz
era de color azabache y su corazón la recibía como un tesoro por explorar en el
fondo de su invidencia.
Y olía.
Desde su casa, el camino al mercado,
estaba a un paso que cada viernes hacía acompañada de Saúl. Subía y contaba con
pausado orden los escalones de acceso a la puerta principal.
Uno.
Dos.
Tres.
Cuatro.
Cinco.
Seis.
Siete.
Ocho.
Nueve.
Diez.
De pronto los olores y los colores
imaginados.
A la derecha las aves, a
la izquierda las carnes, al frente los encurtidos y las especies, detrás el
ruido de los coches y el murmullo de los grupos al mando de un paraguas de
colores que ella no veía, pero que Saúl le había detallado: «Es la señal que
todos los visitantes de un mismo grupo ven y siguen desde lejos, a cualquier
distancia, en el caso de que se hayan retrasado». Qué curioso, pensó ella, no les basta con ver, además les han de
señalar el camino.
Alicia, ciega de nacimiento subía
cada día, de memoria, los diez escalones de acceso al Mercado Central.
(Fragmento de mi borrador «divinas criaturas»)
(Fragmento de mi borrador «divinas criaturas»)
Foto: Alberto Jonquieres
Me encantó. Hice ese paseo tan estimulante de mano de tus letras. (haciendo promoción...? jajaj). Tantas escaleras nos rodean. Tantas para subir y bajar, que creo se agotaría una enciclopedia y seguiríamos escribiendo historias. La tuya por cierto, es muy atractiva. Besos
ResponderEliminarUna historia que podríamos vivir cada uno de nosotros, de haber nacido sin el mas importante de los sentidos.
ResponderEliminarEsencical para poder subsistir es creo la rutina de contar siempre las mismas cosas. De dejar todo en su sito y no en otro. El tacto, el oido y el olfato, que tienen muchoa mas potente y vivo, tambén les ayuda. (tengo una amiga ciega)
Muy buén aporte. Gracias por compartir.
Bonito final.
ResponderEliminarAbrazos.
A veces creo que ven mucho más los ciegos que los demás. Es que viven desarrollando todos sus demás sentidos, y eso los hace valorar, sentir más las cosas.
ResponderEliminarMuy lindo relato. Un abrazo.
Siempre dicen que los ciegos desarrollan mucho más los otros sentidos, el tacto y el olfato sobre todo, y esto le pasaba a Alicia, subia esas escaleras como si nada y percibía los olores de ese mercado como nadie.
ResponderEliminarMuy buen relato.
Un abrazo
Nos situas en la puerta de ese mercado, con los ojos cerrados oliendo la vida que allí se crea. Vivimos y sentimos las sensaciones de la protagonista y con ella contamos los escalones.Un disfrute Alfredo.
ResponderEliminarBesos.
Muy descriptiva entrada que nos hace ponernos en la piel de Alicia.
ResponderEliminarEres un magnífico contador de historias y tu imaginación es envidiable. Se vive el relato.
ResponderEliminarUn beso
Haces que nos pongamos en la piel de Alicia, ciega de nacimiento, que al no poseer el sentido de la vista, se deja guiar y llevar por los sonidos y olores que la rodean en ese mercado. Un bello relato. Besos
ResponderEliminarEmotivo relato que nos muestra que los ojos del alma alcanzan más visión que los ojos del cuerpo. Un abrazo
ResponderEliminarEl mundo de los sentidos y las preguntas a situaciones sin sentido... bonito, te dejas llevar por sus rutinas.
ResponderEliminarBesos!!
He cerrado los ojos tras leer tu relato y he sido consciente de mis enormes limitaciones. Cuando se poseen todos los sentidos, ninguno de ellos nos asiste a pleno rendimiento. Poco agudizados por la presencia de los demás. La repetición de ese "Y olía", como principio de párrafo, es como un escalón más en la escalera de su extrema sensibilidad para percibir olores e imaginar colores.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Me gusta todo de tu relato, como dice Pepe, la repetición de esas dos palabras le da una fantástica musicalidad que viene a complementar los otros sentidos que transmites con el relato. Me llamó mucho la atención la reflexión que hace ella, ciega, sobre los que ven y a los que no les basta con eso, sino que tienen que señalizarle el camino. Un relato impecable, Alfredo.
ResponderEliminarMuchas gracias por participar!
Un beso
Precioso relato donde se ve la sensibilidad de la persona que sin tener su vista sabe perfectamente donde se encuentra cada puesto del mercado que frecuenta ..ella sin tener el sentido de la vista ve más que los demás .
ResponderEliminarUn saludo .
Me gusta la forma en que lo lleva, con todos esos sentidos vivos, degustando cada olor, cada ruido.
ResponderEliminarUn beso, Alfredo
Es que hay veces que se necesita que alguien señale el camino.
ResponderEliminarInspirado el relato que planteaste.
Saludos.
Mucha mas sensibilidad tienen las personas que no ven que nosotros los videntes mecanizados y autómatas que hemos dejado de lado las cosas sencillas de la vida..preciosas letras que llevan a la reflexión...besos
ResponderEliminarQué maravilla de texto y sobre todo de sensaciones...bravo. Si las historias de escaleras dan para un manual, las de los sentidos ni te digo...me ha encantado. De verdad, gracias
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