Este Jueves, Relato.
La habitación era oscura y fría. Un soplo tímido de luz se colaba por aquel enrejado ventanuco, cuya única hoja, no habría desde hacia años.
Nunca había estado tan solo consigo mismo, su prolongada estancia en ese entorno solitario jamás le había deparado una jornada tan tristemente extraordinaria.
Empezó con un viejísimo amontillado de Pedro Ximénez con el que acompañó un “Salteado” agridulce de frutos secos.
En su soledad obligada se preguntaba, los ¿Porqué? de aquel irreversible destino y a los qué no sabía que responder.
A continuación le sirvieron unas delicias de morcilla de Burgos con habitas salteadas que regó con un potente Pago de Carrovejas, viejo conocido de los barros de Peñafiel. Siempre le llamó la atención el maridaje que habían impuesto las modas en la restauración, del que nunca había sido partidario. Pensó, que ahora el ceremonial lo requería.
Hizo girar la copa, movió en circulo el exuberante caldo y quedó con la mirada perdida buscando un cómplice con el que brindar...
-en que estaba pensando, ¡por Dios!-
La Dorada a la sal, fue su tercera elección, guarnecida con un delicioso puré de patatas, dejándole un tímido sabor a huevos y mantequilla, que contrastaba con el sabroso pescado, su deteriorado recuerdo, en un último esfuerzo, le llevó a emparejarlo con un blanco frío y afrutado, suave y redondo en la boca, no era la primera vez que sucumbía ante el encanto dorado de aquel Ermita d´Espiells, anecdóticamente, esta sería la última copa de ese néctar pajizo con el que tantas veces había pecado.
Tanto beber y sin embargo, la boca se le secaba por segundos, el vértigo que estaba alojado en su estómago, no tenía consuelo y no esperaba afectos, en ese momento... ¿para qué?
Nunca fue de postres, ni tampoco en esta ocasión, ¿que necesidad tenía de añadir más colores a una realidad cada vez más desenfocada? Así que terminó su gran banquete con un moscatel de La Marina, goloso y amable, casi como un bombón líquido.
Oyó las campanadas de las cuatro en la lejanía y a continuación una quinta y sexta sobre el metal de su puerta, ¡Toc. Toc!...
Sintió su angustiosa intimidad transgredida...
-Recluso condenado 22722, es la hora.-
Nunca había estado tan solo consigo mismo, su prolongada estancia en ese entorno solitario jamás le había deparado una jornada tan tristemente extraordinaria.
Empezó con un viejísimo amontillado de Pedro Ximénez con el que acompañó un “Salteado” agridulce de frutos secos.
En su soledad obligada se preguntaba, los ¿Porqué? de aquel irreversible destino y a los qué no sabía que responder.
A continuación le sirvieron unas delicias de morcilla de Burgos con habitas salteadas que regó con un potente Pago de Carrovejas, viejo conocido de los barros de Peñafiel. Siempre le llamó la atención el maridaje que habían impuesto las modas en la restauración, del que nunca había sido partidario. Pensó, que ahora el ceremonial lo requería.
Hizo girar la copa, movió en circulo el exuberante caldo y quedó con la mirada perdida buscando un cómplice con el que brindar...
-en que estaba pensando, ¡por Dios!-
La Dorada a la sal, fue su tercera elección, guarnecida con un delicioso puré de patatas, dejándole un tímido sabor a huevos y mantequilla, que contrastaba con el sabroso pescado, su deteriorado recuerdo, en un último esfuerzo, le llevó a emparejarlo con un blanco frío y afrutado, suave y redondo en la boca, no era la primera vez que sucumbía ante el encanto dorado de aquel Ermita d´Espiells, anecdóticamente, esta sería la última copa de ese néctar pajizo con el que tantas veces había pecado.
Tanto beber y sin embargo, la boca se le secaba por segundos, el vértigo que estaba alojado en su estómago, no tenía consuelo y no esperaba afectos, en ese momento... ¿para qué?
Nunca fue de postres, ni tampoco en esta ocasión, ¿que necesidad tenía de añadir más colores a una realidad cada vez más desenfocada? Así que terminó su gran banquete con un moscatel de La Marina, goloso y amable, casi como un bombón líquido.
Oyó las campanadas de las cuatro en la lejanía y a continuación una quinta y sexta sobre el metal de su puerta, ¡Toc. Toc!...
Sintió su angustiosa intimidad transgredida...
-Recluso condenado 22722, es la hora.-
Menudo banquete Alfredo. Necesitaba de la intimidada para saciar su hambre ¿de qué?
ResponderEliminarPuede ser de cualquier cosa pero para nosotros reprsenta un momento con nosotros mismos, donde no queremos que nadie se introduzca...
Maravilloso como siempre
Besitos
La última cena, lo que se dice de gourmet: papilas gustativas, destellos reflejados en la copa que contiene un Ribera de Duero, decantado, gusto y olfato, tacto en la lengua a base de volúmenes y texturas. Espumas de..._van demasiado lejos para mi gusto-
ResponderEliminar¿Qué me queda? eso, el gusto por el olvido, pertinaz, a través de los sentidos ¿inventado placer?. Una forma de evadirse de las intimidades exquisita, respetable y rotunda. Que le aproveche, !ave!
una copita de Viña Salceda, crianza 2006 abierto del mediodía, es lo que tengo para acompañar tu brillante relato, que desde luego se merece sin duda un gran reserva,
ResponderEliminarChin-chin Alfredo
Se le secaba la boca...claro, le esperaba el final de todo...
ResponderEliminarNo creo que esa cena le supiea como en otras ocasiones...
Los vapores etílicos, tal vez le amortiguaran el miedo, el susto, el temor al final....
Buena elección de menú, y de vinos. Tal vez hubiera cambiado el vino blanco por Cava rosado....
Pobre diablo!!!!!
Que fechorías habría hecho pra vesre solo en esa cena...
Magnífico, como siempre....
Besitos
Joroba, Alfredo, no me esperaba el final que ha sido como un puñetazo en la boca del estómago.
ResponderEliminarEl postre para mí fue un escalofrio
Ojalá, èste ágape hubiera dado paso a otra secuencia. Una mujer, que ha acudido a una llamada, se me ocurre.
ResponderEliminarNo soy de postres yo, tampoco.
Tésalo
La cena de los condenados! que buen final, chapeau!
ResponderEliminarNo sé que ganas tenía de comer en esas circunstancias, pero bueno, no todos reaccionan igual en las mismas circunstancias. Yo hubiera comido todos los postres disponibles ... ya que era la última vez, por lo menos me iría contenta.
Lo del "amontillado" me trajo un flash de Edgar A. Poe a la cabeza.
Excelente relato
un abrazo
Ud. sabe que es mi BLOGER de cabecera, qué más puedo acotar...?
ResponderEliminarque me pareció excelente, supremo, como el menú.
No cambio ni una coma, ni el cava ni el menú.
un respetuoso abrazo por eso de no entrar en intimidades, vio?
Cuando estaba a punto de decirte que me habías despertado el apetito...me sorprendes con ese final inesperado!...me pregunto si en esas circunstancias, quemadas por la angustia las entrañas, el condenado tendrá resto como para "disfrutar" algo de ese último deseo que se le concede...
ResponderEliminarUn abrazo.
Alfredo,
ResponderEliminarultimamente cada vez que vengo a tu blog me entra un hambre....
Nos has descrito su ultima cena con un realismo, que cuando hemos llegado a la mistelita, la he saboreado con él.
Eres un magnifico escritor,
Felicidades
Mira que soy de rendirme siempre a la gula, pero desde el principio nos das pistas de donde se encuentra el protagonista y se me ha atragantado la comida y la bebida sorbo a sorbo y bocado a bocado, has combinado a la perfección algo que debería proporcionar placer con la angustia del momento esperado desde tanto tiempo en soledad, la intimidad rota para llegar a la intimidad absoluta?, Me gusta como relatas, me he metido en esa celda y he tomado mi última comida, miles de besossssssssssssss.
ResponderEliminarPara ser el ultimo banquete del recluso no está nada mal..pero sería mucho mejor si no fuese su éltimo banquete..
ResponderEliminarBesos
Particularmente a mí no me importaría ser un reo y que fuera mi última cena.
ResponderEliminarDesde aquí(en mí casa) sigo percibiendo y degustando esa mezcla de olores y sababores que me llegan a raudales mientras te leo.
Un relato magnífico con sensaciones muy placenteras.
Un abrazo.
Si se le ofrece la posibilidad de ser sibarita en su última cena, ¿no es lógico que la aproveche?. Yo creo que ya estaba resignado a ese final inevitable, como prueba que ni siquiera abriera desde hace mucho tiempo el ventanuco por donde la luz entraba, de ahí su disfrute de esa última y pantagruélica comida.
ResponderEliminarMe ha encantado tu relato.
Un abrazo.
Lo vi venir en el penúltimo párrafo, aún así no le resta intriga y buen hacer a tu historia.
ResponderEliminar"Sintiò su angustiosa intimidad trasgredida"...
ResponderEliminarAqui veo el nudo de tu relato,puede que esas exquiciteses no encuentren en su paladar la adecuada amalgama que merece.Su espiritu no lo permite,de que vale puès.
Estupendo como siempre Alfredo