Para Alfredo "Senior"
“Malagueña”, era la canción con la que mi padre animaba las fiestas familiares. En su familia, destacaban algunos componentes por sus cualidades para la lírica, mi padrino Alfredo y mis tíos Vicente, Carmen y Trini formaban parte de una coral que participaba regularmente en los festivales de Habaneras de Torrevieja.
Lo cierto es que a mi padre no le recuerdo tantas excelencias musicales, pero sí era un gran cómico; me lo imagino destrozando la canción con una versión histriónica, haciendo que la concurrencia se destornillase de risa.
El primer tocadiscos que tuvimos en casa fue una pequeña maleta roja marca Philips; sus dos partes se separaban entrelazadas por un cable que alimentaba el correspondiente a los altavoces dejando, al descubierto, el giradiscos y su brazo. El lote vino acompañado por unos vinilos de tamaño mayor del normal, con unas fotos en las portadas muy representativas y unos títulos que solamente había oído tararear en algunos encuentros familiares.
A partir de ese momento “Bohemios”, La Revoltosa” o “la Canción del Olvido”, se convirtieron en un fondo musical cotidiano. Mi afición por la Zarzuela aumentó cuando asistí frecuentemente a las representaciones que los domingos por la tarde se daban en el Teatro del Colegio del Patronato, donde además cursaba estudios primarios. Recuerdo las inconfundibles melodías que surgían de los grupos de cuerda, violines y chelos con sonido a madera y olor rancio, una orquesta muy limitada que reunía a entrañables ancianos, tenores, sopranos y barítonos a los que siempre recordaré con trajes sacados del fondo de armario del teatro. El campesino vestido de pana de El Caserío. La mujer triste ataviada de seda negra de La Dolorosa o los coloristas y volantineros de Casta y Susana de La Verbena de la Paloma. Y sobre todos ellos, al Actor Mora, el único del que recuerdo el nombre, que daba vida a los personajes cómicos de las Zarzuelas.
Domingo tras domingo y desde lo alto del Gallinero me fui familiarizado con las situaciones, los personajes, los preludios y los intermedios, los títulos y sus autores. Ese, fue sin duda el poso que sedimentado durante mucho tiempo, me ha permitido años más tarde apasionarme por la ópera. Del comentario anterior podría desprenderse que mis conocimientos de la ópera son amplios y precisos, pero la realidad es que mi introducción en este mundo está limitada de momento y de forma particular a algunos autores italianos, Puccini y Verdi, son entre otros, a los que mejor y más fácil acceso he tenido.
En alguno de mis viajes a la feria de Milán, paseando por la puerta del Teatro Alla Escala soñaba con la posibilidad de coincidir algún año con la representación de alguna de mis òperas favoritas.
Durante algún tiempo estuve siguiendo de cerca la programación y comprobando año tras año, que no se daba esta circunstancia, valorando por supuesto, la enorme dificultad que supondría para la obtención de las entradas.
A la compra por correo del libro que editaba el teatro, con la programación anual de la temporada lírica, le sustituyó, el inmediato acceso a su página Web a través de Internet y de esta forma obtenía una más completa y puntual información. En una de mis visitas a la citada página, comprobé con enorme sorpresa una representación de “Turandot”, prevista para la siguiente primavera y, aunque por unas semanas no coincidía con las fechas de la Feria, acaricie la posibilidad de cambiar el objetivo del viaje dándole un carácter más lúdico y menos profesional. Todavía quedaba lo más difícil: conseguir entradas para el evento. Fui desestimando la opción de conseguirlas por mis propios medios, y también la de obtenerlas por mediación de amigos y conocidos en Milán.
Casualmente la citada representación tenía además unas connotaciones especiales, La dirección musical corría a cargo del famosísimo Sinopoli -desgraciadamente falleció unas semanas antes mientras dirigía una ópera en Berlín- la Dirección artística, era obra del japonés Keita Asari, que ya había impactado la temporada anterior con su puesta en escena de “Madame Butterfly”, y que junto al tenor Nicola Martinucci, las sopranos Alexandra Marc y Cristina Gallardo y el bajo Andrea Papi, hacían de la representación un exquisito bocado para los paladares operísticos más exigentes del mundo. Recordé la eficacia de otros viajes organizados por El Corte Inglés y pensé que planteado como un paquete que estuviera compuesto por el traslado, la estancia y las entradas, quizás habría alguna posibilidad, formulé la petición, y esperé paciente.
Tres meses más tarde, cuando el asunto por mi parte estaba olvidado, recibí un fax con un presupuesto global de una opción remota pero viable, condicionada a la inmediata aceptación de dicho presupuesto.
El taxi nos dejó a Regina y a mí, en la puerta del teatro, era muy pronto, no obstante el acceso ya estaba permitido, queríamos vivir intensamente esas horas. Mirando, tocando y leyendo todo lo que se ponía a nuestro alcance, paseamos durante largo tiempo entrando a través de corredores en palcos, platea, vestíbulos, nos deteníamos ante las esculturas que decoraban los foyer de las diferentes Galerías: Puccini, Verdi, Toscanini, Rossini...
Ocupamos nuestros privilegiados asientos en la quinta fila de platea, recreándonos en la visión de los palcos semi-iluminados en la penumbra general de la sala, en el inmenso telón de terciopelo rojo con el escudo del teatro, bordado en oro y la espectacular lámpara de araña que dominaba desde la cúpula de platea, todo era pura magia.
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