El Llach que más me gusta.
Lo conocí una noche en un concierto en “La Sociedad Coral El Micalet” de Valencia, eran tiempos de “Madame” y “La Gallineta”, se acababa de editar su tercer disco “I si canto trist”.Asistí, con mi amigo Ramón Paredes y su jefe D. Salvador Mir. -30 años después D. Salvador sigue siendo su jefe, pero hace tiempo que para nosotros es sencillamente Salvador-.Aquella primera noche, Salvador llamó mi atención, por su aspecto pulcro y de porte elegante, trajeado y con corbata, el pelo cortado a navaja, aterrizado no sé por que extraña razón, entre aquella panda de “rojos” con barba, incluidos Ramón y yo, que aunque con cierta disposición a la protesta estábamos mas por “Com un abre NU” que por “La Estaca”.
Aquella noche descubrí un artista completo, sus textos eran frescos y valientes, expresados con unos registros líricos desgarradores, inusuales para un cantautor “Pop”. Textos que evidenciaban mensajes de fuerte compromiso social, y a la vez tiernos y poéticos sobre los que se construían las más bellas canciones de amor por las personas y por la naturaleza.
Huelga decir que a partir de ese momento, nos convertimos en incondicionales de la Obra de Llach, comprando sus discos y asistiendo a sus conciertos. Ramón me ha vuelto a acompañar en otras ocasiones, pero mi entusiasmo por el cantautor ampurdanés, ha hecho que también quisiera compartir esta fiesta de música y sensibilidad que son sus conciertos, con otras dos personas, Regina que me acompaña siempre y José Badenes que lo hace con frecuencia.
Recuerdo especialmente, un concierto al que asistimos una noche de verano, en el Teatro Romano de Sagunto, antes de la más que correcta intervención de los arquitectos Grassi y Portaceli, actualizando rigurosa y adecuadamente el Foro Saguntino. Aquella era una noche parcialmente nublada, las estrellas se dibujaban veladamente en un cielo gris oscuro. La luna se adivinaba tapada por el caprichoso movimiento de las nubes, con un aforo inusualmente reducido, casi familiar, la Comunión de Llach con el auditorio se consolidaba mágicamente tal y como avanzaba la noche, las canciones se sucedían una tras otra, y a pesar de los incómodos asientos de piedra con la hierba crecida alrededor, el tiempo, se nos escapaba entre canción y canción, justo en el comienzo de “Abril 74” las nubes se abrieron y nos descubrieron una inmaculada imagen de la luna, un murmullo general recorrió el desnudo anfiteatro celebrando la feliz coincidencia, la sonrisa cómplice de Llach acabo siendo una mueca agradecida, en un gesto que se perdió hacía lo alto del firmamento. Nos quedó la sensación de haber sido testigos de un momento mágico e irrepetible.
Huelga decir que a partir de ese momento, nos convertimos en incondicionales de la Obra de Llach, comprando sus discos y asistiendo a sus conciertos. Ramón me ha vuelto a acompañar en otras ocasiones, pero mi entusiasmo por el cantautor ampurdanés, ha hecho que también quisiera compartir esta fiesta de música y sensibilidad que son sus conciertos, con otras dos personas, Regina que me acompaña siempre y José Badenes que lo hace con frecuencia.
Recuerdo especialmente, un concierto al que asistimos una noche de verano, en el Teatro Romano de Sagunto, antes de la más que correcta intervención de los arquitectos Grassi y Portaceli, actualizando rigurosa y adecuadamente el Foro Saguntino. Aquella era una noche parcialmente nublada, las estrellas se dibujaban veladamente en un cielo gris oscuro. La luna se adivinaba tapada por el caprichoso movimiento de las nubes, con un aforo inusualmente reducido, casi familiar, la Comunión de Llach con el auditorio se consolidaba mágicamente tal y como avanzaba la noche, las canciones se sucedían una tras otra, y a pesar de los incómodos asientos de piedra con la hierba crecida alrededor, el tiempo, se nos escapaba entre canción y canción, justo en el comienzo de “Abril 74” las nubes se abrieron y nos descubrieron una inmaculada imagen de la luna, un murmullo general recorrió el desnudo anfiteatro celebrando la feliz coincidencia, la sonrisa cómplice de Llach acabo siendo una mueca agradecida, en un gesto que se perdió hacía lo alto del firmamento. Nos quedó la sensación de haber sido testigos de un momento mágico e irrepetible.
sigo deseando vivir un momento así.
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