París, en la distancia.
Un París, que en esta ocasión, sólo lo es en la distancia. El cielo gris, cubierto de nubes anónimas sobre una panorámica con imágenes familiares. Las torres a lo lejos, como pinchos vueltos hacia el cielo, ausentes y mudos. El Sagrado Corazón, grandioso incluso a muchos días vista. Los museos, escondidos escondiendo sus obras de arte y las calles y avenidas, cercanamente lejos, con los escaparates blindados de luz borrosa. Y sus gentes... no veía a ninguna gente, al menos ninguna que quisiera ver con detenimiento, con curiosidad, con el olor cómplice de los desconocidos, que se cruzan un segundo en su vida, en una ciudad que no es la suya. Kilómetros y kilómetros de circunvalación y el peso ingrávido, entre pecho y espalda me privaba de la perspectiva que otras veces dibujó alegrías e ilusiones. Captó sabores e idealizó ese permanente techo gris perla, con un hueco por el que siempre se cuela el Sol. El Sena, en tramos sin identidad. Aguas industriales, que podrían pa