El Universo de María es el de las Piernas, como el de los niños, pero en amargo. María no levanta la mirada del suelo, sentada, acomoda su delgado y enfermizo cuerpo en un hueco de la fachada entre el Banco y el Supermercado y todo su horizonte es el que dibujan los pies de los transeúntes recortados en la profundidad de la acera. María es una adicta que arrastra su dependencia vagabundeando en busca de una esquina soleada en la que abandonarse al abrigo de unos tenues rayos de sol. Su joven cuerpo huele a vomito, a alcohol y a muerte. Viste con harapos, muchos, uno encima de otro. Soledad y tristeza en unos ojos que hace tiempo no se abren del todo. Sus noches, soñando destechada envuelta en desordenadas hojas de cartón. Su aparente ausencia de hambre la cubre un velo de sufrimiento y resignación. Su quietud tirada por los suelos parece ignorar todo aquello que baila por arriba de los 30 cm. María es joven, pero es difícil acertar su edad, su cuerpo envejece a golpe d