Cot_idianeidades: París

 


París

 

París, bien vale una misa… aunque sea de difuntos.

Miles de pájaros anidan sus árboles y el aire se llena de una música que aturde. A primera vista —más bien, a primer oído—, los cantos se mezclan fundiéndose en una cortina musical de difícil ubicación.

Es cuestión de Fe y de concentración. El paseo por una de sus grandes avenidas es lento y trascendente. Gris y húmedo, en París casi siempre llueve; y esa llovizna tan parisina templa la emoción. Lo justo para escuchar el trino de un ruiseñor o a la golondrina, que de lejos cuchichea: Je vois la vie en rose. Il me dit des mots d'amour.

A las avenidas le siguen estrechos y sinuosos caminos. Las tórtolas resabiadas permanecen en las alturas lejos de los ejércitos de orondos gatos que desean amarlas hasta la muerte. Entre sauces y limas, un cansino y psicodélico eco repite: This is the end beautiful friend. This is the end, my only friend, the end.

El entorno es frondoso, natural, y un moho regado de rocío vespertino se pega en la punta de los zapatos al paso entre ángeles de carrara y águilas de travertino. Es entonces cuando un coro de búhos ulula con esencia andaluza: L'amour est un oiseau rebelle que nul ne peut apprivoiser, et c'est bien en vain qu'on l'appelle, s'il lui convient de refuser!

Ya ha anochecido. Inicio el regreso por la Rue des Rondeaux y siento en mi espalda la presencia de las almas inquietas de La Môme, el inefable Morrison y el errante Bizet… entre otras muchas. Nunca olvidaré este lluvioso día, bebiendo la vida de los muertos que ponen música a los pájaros de Père-Lachaise. El cielo gris, cubierto de nubes anónimas sobre una panorámica con imágenes familiares. Las torres en la distancia, como pinchos vueltos hacia el cielo, lejanas y mudas. 

El Sagrado Corazón, grandioso incluso a muchos días vista. Los museos, escondidos escondiendo sus obras de arte, y las calles y avenidas, cercanamente lejos, con los escaparates blindados de luz borrosa. Y sus gentes... no veía a ninguna gente, al menos ninguna que quisiera ver con detenimiento, con curiosidad, con el olor cómplice de los desconocidos que se cruzan un segundo en su vida, en una ciudad que no es la suya. 

Kilómetros y kilómetros de circunvalación y el peso ingrávido, entre pecho y espalda me privaba de la perspectiva que otras veces dibujó alegrías e ilusiones. Captó sabores e idealizó ese permanente techo gris perla, con un hueco por el que siempre se cuela el Sol. 

El Sena, en tramos sin identidad. Aguas industriales, que podrían pasar por las conducidas entre Hamburgo o Liverpool. Barrios anodinos y extraños, gente anodina y extraña. Y las horas pasan y el día pasa. Encerrado en mi objetivo tampoco veo la luz, hoy no hay luz que ver. Los zapatos se llenan de polvo y el pelo se salpica de yeso y escayola. 

Los gozos quedan para otro día, las sombras... para hoy.

Comentarios

  1. Que relato mas bueno , donde nos haces partícipes de su paseo por un París que denotan algo extraño pero que a pesar de sus sombras algo queda de su luz. Un fuerte abrazo .

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    1. Uno siempre hace partícipe a sus amigos, de las cosas o sitios que le apasionan. París es una de ellas. Gracias por la visita y el comentario. Besos.

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  2. Noto como l luz se vuelve iza y el sol se esconde haciendo que la tristeza ocupe el lugar que al inicio paraecía ocupar un nuevo día. Estará hablando un muerto en ese día tan de ellos?
    Me dejas pensando Alfredo... y deseando conocer algún día esa ciudad Luz que ahora parece tan lejana (por el endemoniado bicho, sobre todos!)
    Un fuerte abrazo

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    1. Gracias, Mónica. ¡Sí, a ver si hay oportunidad de disfrutar de todos estos lugares tan emocionantes! Además de emocionar, inspiran ternura, pasión; alguno de ellos, incluso adicción. Besos... ¡Viajera!

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  3. Me apasiona París y siempre ha estado conmigo y en mi. Que buen homenaje a la Ciudad Luz.

    Un abrazo y felices Pascuas

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    1. La pasión es compartida. Esperemos que las circunstancias nos permitan volver pronto... ¡Tengo mono!
      Gracias por tu visita. Besos

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  4. Hola Alfredo. Me gustó mucho volverte a leer. Un texto poético a la vez que fotográfico. ¡Bien! He visto a esos gatos amando a las tórtolas, el gris de París ese París en que casi siempre llueve... Esas grandes avenidas. Me ha resultado curioso ver cómo volvían a mí recuerdos de cuando tenía 14 años. ¡sí, 14! Estuve en París a esa edad, con una chica con la que hacía intercambio lingüístico; nos alojamos en casa de su abuela en los alrededores y durante el día merodeábamos por París. Yo nunca había viajado sin los padres antes ni fuera de mi país... ¡Y París! Imagínate. Recuerdo escapar corriendo de un a terraza de Champes Elyses pues no teníamos cómo pagarlo; la arquitectura del Museo Pompadour, alucinante; la emoción embargándome frente a la escultura de la Victoria de Samotracia en el Louvre; mi sombreo de ala de cuero comprado a un "mantero" frente Sagrado Corazón... Me he extendido mucho, lo siento, pero me has provocado esto, que mi París se me saliera a borbotones del la buhardilla de los recuerdos. Mi enhorabuena por tu texto. Un abrazo!

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    1. Hola, Mar. No, no te has extendido mucho, lo justo para que un "escribidor" se emocione al ver lo que es capaz de conseguir cuando escribe con las entrañas. Me alegro que mi texto te haya transportado a aquel momento parisino que tanto añoras. ¡Muchos besitos!

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