Este jueves, relato: Chantaje emocional
-¡O te cortas
el pelo o no hay calle!
-¡No, el pelo no! que parezco una sandía.
-¡No, el pelo no! que parezco una sandía.
-Pues tú verás, ¡Castigado en casa!
Don Ricardo, el barbero, no era santo de mi
devoción, tan estirado y peripuesto él, con su guardapolvo gris.
Los brazos fuertes de mi madre me
arrastraban por toda la calle hasta ponerme delante de su puerta. Una vez
dentro ya no tenía remedio.
-¿Qué le hacemos al niño, Amparo?
-¿Qué le hacemos al niño, Amparo?
-Lo de siempre Ricardo… al cero, que vaya
bien fresquito.
Sentado al fondo de la sala, esperando mi
turno, vivía aquel momento como algo dramático, un martirio sin merecerlo, un
chantaje humillante.
-A ver niño… ¡Estate quieto! Deja de mover la cabeza o te llenaré de trasquilones.
La máquina de esquilar, se paseaba desde la nuca a la frente y desde la oreja derecha a la izquierda. Arrasaba con todo el pelo que se le ponía por delante. Mis atributos capilares se esparcían por el suelo, mechones de pelo desraizado que en un tiempo largo no volverían a vagar compactos por mi frente.
-A ver niño… ¡Estate quieto! Deja de mover la cabeza o te llenaré de trasquilones.
La máquina de esquilar, se paseaba desde la nuca a la frente y desde la oreja derecha a la izquierda. Arrasaba con todo el pelo que se le ponía por delante. Mis atributos capilares se esparcían por el suelo, mechones de pelo desraizado que en un tiempo largo no volverían a vagar compactos por mi frente.
Y ya en la calle, herido en lo más hondo de
mi vanidad -de qué me servía el sacrificio-, corría a esconderme de las miradas
de los otros niños, especialmente la de Mari Juli.
-¡Por Dios, que no me vea…! Seguro que no quiere
ser la novia de un “cabeza de sandía”
Que buen relato. Y sin duda, se trata de un chantaje emocional. Y encima con ese peluquero, siguiendo ese consejo.
ResponderEliminarLa verdad es que se trataba de un sacrificio.
Bien contado.
Ese chantaje era muy corriente hace años, anda que ahora se iba a dar....
ResponderEliminar¡Qué triste que no se entendiera la sensibilidad de quien sufría!
ResponderEliminarAbrazos.
Que buen relato y es que hay muchas situaciones en las que se chantajea por un fin... y a veces como a este niño, ni de chantaje le servía porque no quería salir el pobre a la calla tras el corte al ras... pobrecino...
ResponderEliminarMe ha gustado mucho Alfredo...
Besines!
Eso lo he vivido... No lo de cabeza de sandía, pero sí de las orejas prominentes, jeje.
ResponderEliminarMuy bueno, amigo. Un abrazo.
Qué locura! Esa manía de los padres de rapar a sus hijos para que estén más frescos o más presentables. Por suerte soy mujer y no lo he vivido, pero debe haber sido duro, no por el hecho de estar rapado, sino porque no ha sido una elección personal.
ResponderEliminarMuy buen relato, Alfredo.
Un abrazo.
Con lo buena que era la madre de la otra iniciativa y esta con su manía de rapar al chiquillo. Pobre.
ResponderEliminarPobre!!!!!! lo que tiene que sufrif un hijo...jajajaja.
ResponderEliminarBesos.
Divertido pero duro para el niño que lo padecía,si antes solo nos tocaba acatar y callar, ahora pocos niños se lo dejarían hacer. Ha sido un gustazo leerte, besos.
ResponderEliminarAinsssss me has hecho reordar los gritos de mi hermano cuando lo llevaban del peluquero, y ese "Quédate quieto que te cortaré una oreja!!" ...tremenda tortura.
ResponderEliminarCosas que un@ aprendió a no repetir.
Un beso.
Me he acordado leyendo tu entrada de un chiste donde realmente la oreja acaba cortada por la incompetencia de un aprendiz de barbero. Las madres siempre han jugado muy bien la carta del chantaje emocional. Aquello de si quieres esto tienes que obedecerme en esto otro. ¡Pobre crío!. Gracias por acompañarme en este jueves.
ResponderEliminarUn abrazo.
Todo lo que teníamos que hacer de chicos con tal de poder salir...besoss
ResponderEliminarEl problema de no escuchar a los hijos, con lo sencillo que sería llevarse bien con nosotros, tan sólo escuchar y comprender.
ResponderEliminarAbrazos
Al final, era tan malo el remedio como la enfermedad. Seguro que acaba traumatizado y odiando a los peluqueros.
ResponderEliminarUn saludo.
Recuerdo claramente este relato que, en su momento, disfruté tanto como ahora.
ResponderEliminar=)
Un abrazo
Pobrecito, esa cabecita de melón, transformada en sandía!!! Las madres a veces son/somos de lo peor....y manejamos las artes del chantaje emocional mejor que nadie!!
ResponderEliminarMuy entretenido, amigo. Leerlo siempre es un placer.
Besos