Este jueves, relato: Sucedió en el bus.
Hoy comienzo mi paseo en la parada próxima a mi casa. Cogeré el 92. He quedado con un amigo para desayunar —un capuchino y media tostada de pan con aceite—. Hablaremos de literatura, novelas y autores. Necesito tranquilidad y la soledad necesaria para interiorizar el argumentario más adecuado. Ando hacia la parada y veo un bus saliendo. Espero que no sea el mío… ¡Es el mío! Mierda, ¡el 92! ¿No podía haber sido otro? Me resigno y espero sentado. —Caballero, ¿para ir a la calle Turia? —me pregunta con decisión una anciana que, como yo, acaba de llegar a la parada. —No sé, señora —le miento—. Es la primera vez que cojo el autobús. —Sí, ese que sale al río por el puente de piedra. —Sé dónde está la calle, pero no sé qué autobús pasa por allí —le vuelvo a mentir. —Sí, uno rojo, el 70 o 71, no sé, tal vez el 72… ¿no le suena? —No, no me suena, señora, y todos son rojos. —Todos no, hay unos que son amarillos. —Esos, señora, son los que van a los pueblos y no paran aquí.