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Este jueves, relato: seis + una : ninguna.

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El paseo diario por ese submundo que era su barrio, a Elisa, le divertía. Era un continuo jugar con unos y otros. Minutos de estímulos próximos y posibilidad de estrechar lazos, cuando no, de atar otros nuevos. Se movía con diligencia, corría, jugaba, saludaba, y se paraba pegando la nariz al cristal en el escaparate de la juguetería. E n el barrio, Elisa, ampliaba conocimientos, perdía miedos y hacía amigos, muchos. Por encima de lo que pareciese, para ella, era un lugar que descubrir. Honesto. Divertido. Abierto y solidario. También, a veces, alevoso, distante e impersonal. Solo había que dejarse llevar, disfrutar de él y volver pronto a casa. Al fin y al cabo, cada día y de forma invariable vivía escenas como estas: —Elisa espera , baja la basura. —Elisa levanta el culo del sillón y ponte a estudiar. —Elisa anda derecha que parece que naciste cansada. —Elisa no sales a la calle hasta que no te lo hayas comido todo. —Elisa apaga la tele y a dormir . —Elisa,

Halloween en Irán

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«Me acuso de ser mujer y al parecer, por el hecho de serlo, peco reiteratívamente. Ahora, esperando el final pienso en lo cara que es la vida». Así se confesaba Zhara a un dios desconocido en cuyo nombre iba a sufrir la más cruel de las penitencias. No importaba el pecado, que en ningún caso lo era..., salvo el de ser mujer. La primera piedra le alcanzó de lleno en la clavícula, el cuello de la escápula se partió por la mitad, justo en el sitio en el que de niña apoyaba los sacos de grano que llevaba a casa. La segunda abrió una brecha en su frente, dibujando un hilo de sangre y un río de dolor, se tambaleó y cayó de rodillas. Una con arista viva le golpeó el pecho cortándolo en diagonal, justo por donde hacía unos meses brotaba la leche que detenía el desesperado llanto de su recién nacido. Ahora la leche era roja. No ubicaba los dolores, su sonrosada piel se llenaba de cercos morados con manchas rubíes. Un golpe agudo en el pie la despertó de su abandono, los dedos

Este jueves, relato: ¿Qué hace esto aquí?

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«Cuando sea mayor quiero ser tenor. Orondo, con la barba recortada y sobreactuando con torpeza premeditada en el teatro de mi pueblo». En eso pensaba Liborio cuando, soñando despierto en medio de su rebaño de ovejas, se posó un extraño objeto volador del tamaño de una cabina de teléfonos con dos focos deslumbrantes. Una vez el O.V.N.I. quedó en silencio, bajó de él un bicho de dos patas. Metálico. Con lucecitas. En un abrir y cerrar de ojos, el bicho lo abdujo llevándolo al portamaletas de aquel artilugio volador. Elevarse y desplazarse en paralelo fue todo uno. Aterrizar en el Teatro Real y escupirlo en el suelo del escenario, todo dos. « Una furtiva lágrima » salió de su garganta. Su voz, limpia, irrumpió vomitando agudos impensables, entonaciones grandiosas, como hacía tiempo no se escuchaba en esa catedral de la lírica.  Sólo las ovejas supieron, en primera persona, de aquel sueño de Liborio hecho realidad. ¿Quién puso allí ese artefacto volador? Más cosa fue