Entradas

Este jueves, relato. ¡Estoy harto!

Imagen
A las 00’01 abre sus puertas el día. El público impaciente espera fiel a que este, por fin, sea el de la estabilidad o el del descanso deseado. Fuera, los dueños del Mundo hacen piruetas para encajar sus piezas donde más duela. Los nuevos amos coquetean entre bastidores y dan los últimos retoques a la guillotina que decapitará ilusiones y esperanzas. Ellos, en cambio, se blindan los beneficios por venta de armas, tráfico de diamantes o fortunas incontroladas en Islas Caimán. Se enciende el día y el Mundo se agolpa adolorido entre recortes, impuestos, retrocesos de libertad y devaluación de la dignidad. El mercado global manda, pronto caerá la noche y con ella el silencio. Todo quedará dispuesto como en un cementerio. Muertos inútiles hasta la madrugada siguiente en que de nuevo los “valores” quedarán hipotecados al servicio de unos cuantos desconocidos que desde su paraíso dorado manejarán los hilos de un ejército dormido. Ni siquiera dormir, los dejarán dignamente.

Este jueves, relato. La fiebre del Loro.

Imagen
Dña. Josefina, peinaba canas. Ya no celebraría más aniversarios que empezaran por siete. Perdida ante la ventana en uno de esos ensimismamientos vitales recordaba el día en el que le regalaron a Pavarotti. Ella, austera dónde las haya, no almacenaba en su casa ni media docena de objetos inservibles, pero la llegada de aquel pájaro que vomitaba sin interrupción cientos de palabras inconexas le provocó un singular atractivo. Incorporar a aquel parlanchín a su entorno fue una tarea entretenida y estimulante. Hoy todavía no se explica aquel giro en el comportamiento de Pavarotti, su silencio repentino, su aislamiento en una esquina de la jaula y las continuas diarreas. Tomás el veterinario lo confirmó en un santiamén: -Es psitacosis, doña Josefina, debe deshacerse cuanto antes de este loro o su fiebre acabará con usted- Más cosas serias como estaen la jaula de Juan Carlos

Este jueves, relato. Que contento está.

Imagen
Él, suele emocionarse al menos varias veces al día.  Hoy sin ir  más lejos, lo ha hecho mientras desayunaba escuchando una canción que oía de niño con su padre, y más tarde, cuando divagando con el tirillas de su nieto le ha dicho zalamero: “Yayo, imagínate por un momento que en mi celebro…” le ha dejado de una pieza, no por el contenido lábil de la frase sino por la construcción de la misma. Todos los días, la vida, como en un torrente le regala unas cuantas de esas alegrías, vienen sin buscar y se posan como burbujas chispeantes en terreno abonado. Porque ella, la mujer de su vida con su dulce tintinear ha sembrado de cariño su existencia. En la distancia corta, su sonrisa es la de un oleaje malote, como aquel beso con sabor a simiente de ajonjolí, que quedó impregnado para siempre en sus labios. Hay algo más que le hace feliz, despierta su sensibilidad y le abre al reino de las emociones, y desconcertado por ello se pregunta: ¿Qué hay entre vos y yo? Él, cómo no