Camille soñaba con ver algunas de las maravillas de la Tierra. Esas, que no siendo las oficiales que ha consagrado la Historia, forman parte del activo monumental de su mundo de Ilusión. Edificios, Torres, Puentes, construcciones singulares que le habían impresionado desde joven ilustrando las revistas de arquitectura global. Ahora, adulta, con inquietudes de viajera ávida de grandes emociones, se disponía a realizar parte de ese sueño. Al caer la noche, Camille se enfrentó a un frío que le cortaba el rostro. En la navidades parisinas las temperaturas se revelan y se esconden bajo tierra. Los huesos te piden auxilio y los cubres con lanas y algodones. Todo merece la pena ante el espectáculo inenarrable que supone descubrir desde el Trocadero la majestuosa Torre Eiffel. Camille, quedó paralizada, hipnotizada por unas dimensiones que nunca pudo imaginar. La Torre encendida de colores, estaba de fiesta. Alegre y juguetona, le saludó con un guiño luminoso que encendi