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Anochecer en Valencia

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El anochecer en Valencia, tiene el color del Flan. Ese amarillo tostado, se refleja en las fachadas a medida que el sol cae y amenaza con esconderse entre las montañas del interior, entre los picos de la Sierra Calderona. Todavía a unos minutos de desaparecer, (hasta mañana) el sol, mancha las nubes con esa parte tostada sedimentada en el fondo de la flanera que descubre sus sabores concentrados. Dorados que dejan constancia de un día luminoso en cúmulos anaranjados que se resisten a oscurecer. Antes, la tarde dio los azules que buscara Sorolla para manchar el blanco de sus lienzos y que juntos, blancos y azules acompañaran en una esplendorosa mañana de playa el paseo de Clotilde y su hija. El anochecer en Valencia, es sólo una excusa para pintar una fiesta de colores vibrantes en un estilo suelto y vigoroso.                      

Este jueves, relato. La Petite Mort

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"Une autre petite mort" Le golpeó de repente, era una lluviosa mañana de Domingo. Pensaba que todo era una misma vida. Sin embargo, cuando esa parte de su alma se desprendió del resto, se sintió mutilado. Algo se le había descolgado y no obstante, seguía caminando. En su corazón el trozo más grande que le quedaba continuó latiendo, a pesar de no entenderlo pidió explicaciones: -no importa- le contestaron desde la otra parte de su mente. Incompleto siguió su camino, pensando que en cualquier momento su descompensación le daría de bruces en el suelo. Estaba falto de equilibrio, sorprendido por la ausencia de entendimiento y por un futuro al que se le acababan de extraviar algunos objetivos vitales. Pensó que cuando la duda se aloja en el fondo de la barrica, poso y dudas saben amargos, saben a desconcierto, y en los primeros pasos las emociones se tambalean inseguras. Falta la referencia, el norte, y el castillo se pixela hasta derrumbarse a pedacitos.

Este jueves, relato. Mitos, Leyendas y Creencias

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                            "Ojos que no ven, corazón que no siente"... Pero ella sentía, y lo sentía multiplicado por dos. Próximos el uno junto al otro. Cada mañana, el despertar de María era un prólogo estimulante, una fiesta para sus sentidos. Juntaba ilusiones. Abría los ojos y entre sombras, disfrutaba como lo hace una niña con su primera muñeca. María no veía, pero había aprendido a mirar y en esa permanente oscuridad, el resto de sus sentidos imaginaban en Technicolor. Un giro suave, un golpe a traición, un bulto que desperezaba. Todo era una amable visión sintiendo como la naturaleza de su cuerpo dibujaba una forma armónica. ¿Cuántos colores existirían que ella no había visto?... ¿y cuántos, los miles que nunca verá? No era lo que sus ojos no veían lo que más le ocupaba, no tenía que indagar, divagar o imaginar. Su luz era de color azabache y el ser que anidaba en su vientre, la recibía como un tesoro por explorar en el fondo de su invidenc