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Este jueves, relato. "Palabras para una imagen"

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A las 6 de la mañana, cada día, el campo abre sus puertas, y los hombres y mujeres de la casa, fieles a sus tareas de temporada, reparten los quehaceres al abrigo del amanecer. La demanda del valle es amplia y también su oferta. Alan es el primero en salir. Es el capitán de un ejercito ovino, rebaño taciturno y disciplinado como pocos. Las ovejas y carneros en numero de 110 en total, son el futuro de la familia, su piel, lana, carne y leche pagarán los estudios de los pequeños y la tranquilidad de los mayores. Desayuna solo. Prepara la leña y calienta los fogones. El aceite de la sartén chisporrotea al tiempo que Alan, distribuye en el banco los enseres del desayuno, los huevos, el pan tostado, la mermelada y la leche fresca de hace unos minutos. Abre la puerta de la cocina que da al valle y en silencio, consigue movilizar 110 soldados de pezuñas desnudas y abrigo de lana e inicia la lenta cabalgata de cascabeles, que le devolverá, al anochecer, más iluminado que nun

Héroes de cabecera. Keith Haring (XXI)

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Haring tenía aire de pajarito asustado. Tímido y audaz, escondía detrás de sus gafotas redondas un magnífico artista multimedia. “ Un día yendo en el metro, vi un panel vacío, subí a la calle y compré una caja de tizas blancas, volví e hice un dibujo en el panel ”. La tiza se deslizaba con facilidad sobre la pizarra negra, dejando muestras de su arte en el subterráneo entre la Quinta y la Sexta. Keith Haring, conquistó New York sin pasar por las galerías de Arte. P intó niños radiantes, serpientes, corazones, átomos, mujeres embarazadas, estrellas, ordenadores y Manhattan se rindió a sus pies. Atípico e imaginativo logró con sus dibujos, reflejar los acontecimientos que sacudían una sociedad que enloquecía con la música de los Sex Pistols o Iggy Pop.  Nació en el 1958 en Reading, una pequeña población de Pensilvania y se consideraba un producto de la era espacial. No tardó en coquetear con el movimiento hippy, aficionarse al alcohol y las drogas y se convirtió en el

Este jueves, relato. "Los pies"

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Los pies le olían a demonios. -¿Qué cómo huele un demonio? Mal, muy mal. Los hedores despedidos eran una traición despiadada. Una mezcla de calor sulfuroso y denso aroma mortal. Una muerte asfixiantemente lenta. Imposible huir, te seguía de cerca el insoportable olor amarillo verdoso. Se instalaba en la nariz y torturaba sin piedad. Las pocas veces que se lavaba, en un extraordinario alarde de pereza pasaba por alto esos extremos de su cuerpo. Acumulaba fragancias tan variopintas y dispares que sólo de recordarlo se pecaba con el pensamiento. Las moscas merodeaban como satélites, borrachas y empapadas en aguardiente de animal, cosacos en retirada, abrazadas a los cordones para no perder el paso. Y los pies, abandonados a su suerte, emanaban vapores insoportables que se acentuaban al marchar: "izquierda, derecha, izquierda, derecha, izquierda... media vuelta, ¡AR! Más pies sin lavar (y de los otros) entre las sábanas de Gustavo