La he visto de lejos y he acelerado el paso hasta quedar detrás de ella, a tan sólo unos centímetros del perfume de su pelo. Acomodo mi andar al ritmo del suyo, su paseo es lento y a su espalda recibo en secuenciales giros de viento, el olor de su cuerpo. Su largo cabello se extiende y se recoge, dejando al descubierto un cuello desnudo, y me sorprendo lanzando al aire besos imaginarios que se alojan en su blanca piel. La espalda se dibuja suave, simétrica, marcando las vértebras en los puntos en los que presiona el sujetador, ese que desabrocho con la mirada, dejando sus hombros al descubierto, calientes y húmedos. Se para y me paro, mis dedos se escapan en busca de su espalda que recorro a distancia de norte a sur, y el escalofrío... es mío. De nuevo caminando, en un ligero movimiento de cadera su falda marca sus redondos glúteos, suaves, nidos de ternura y placer, deseos parcelados al alcance de los ojos. No sé cuanto más soportaré mi prudencia, quizás un paseo más, como el de la vi