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Un dúo de entonces

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La primera chica de la que me enamoré, se llamaba Blanca , apareció un día en el barrio y de pronto, se tambalearon las inocentes relaciones que hasta ese momento todos los niños y niñas del vecindario soñábamos como definitivas, acababa de llegar un ángel y como si de la propia Marisol se tratara, cautivó a propios y extraños. Su familia se instaló en un bajo, a la vez comercio y vivienda situado justo en la esquina de la Av. Gaspar Aguilar con la calle Agustina de Aragón , y estableció en lo que había sido hasta entonces un viejo ultramarinos, una moderna tienda de comestibles, dejamos de comprar queso y mortadela envueltos en papel de estraza, el aceite ya no lo obteníamos en cualquier recipiente medido en un aparatoso artilugio de cristal y con la aparición de los primeros refrigeradores dejamos de comprar el hielo en barras, pero cualquier excusa era buena para dejarse ver por la tienda-casa de los Sres. de Luna . Blanquita , como le

Las Fallas y yo,

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Mi relación con el mundo de las Fallas ha sido especialmente difícil, con toda seguridad un incidente sucedido siendo niño, en el que los falleros de mi barrio, pusieron de manifiesto lo tremendamente cruel, que una decisión clasista e irrelevante, puede con el tiempo trascender en la que sería a partir de ese momento una continua y alimentada disposición adversa hacia las Fallas y su entorno. Nunca le he vuelto la espalda a los acontecimientos Falleros, pues si bien es cierto que a pesar del torpe comportamiento de aquellos vanidosos y falsos falleros, siempre he sentido con lógica y evidente emoción la esencia y los detalles de una Fiesta , que aunque a veces no lo parezca, pertenece a todos aquellos que son capaces de percibir con un mínimo de sensibilidad, (que no-sensiblería) sus autenticas señas de identidad, y que obviamente no son, ni las diferencias sociales, económicas o culturales, ni tampoco los excesivos y empalagosos adornos de reconocimiento a una Tierra y a un

Balú y la Unión

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“Balú” era un pequeño Pub, tan pequeño que a veces para poder bailar, (actividad que por supuesto debido a las justas dimensiones del local era del todo imprevista) había que retirar los cuatro sillones que tenia en el pasillo de acceso a los baños. El ambiente era tan íntimo y familiar que solo con frecuentarlo varias veces continuadas, reconocías al resto de los contertulios, incluso echabas de menos a los ausentes. Su propietario, Jose era el elemento conductor que relacionaba personas y acontecimientos, como un maestro de ceremonias multidisciplinar que igual preparaba un contundente Dry Martíni , que pinchaba la música mas adecuada para cada momento. Visita tras visita y como si hubiéramos pactado un tácito acuerdo ocupábamos los mismos asientos, o al menos nos ubicábamos en la misma zona y de esta forma, la música, las copas, los aperitivos, los asientos y Jose se repetían casi de memoria, día tras día. El local que abría como bar desde primera hora de la mañan