Es la pequeña y es su primer viaje. Yo, su madre, la mecedora, no lo tengo nada claro. Pero su padre, el sillón, dice que ya es mayor, que tiene que espabilar y ver mundo. Parece que fue ayer cuando Tomás, el carpintero de cabecera me dijo: María vas a tener una silla, y recién nacida ya olía a roble fresco. De niña sentía la emoción de los primeros descubrimientos. Aquel culito blanco que la acariciaba, escurriendo las tiernas nalgas sobre su resbaladizo cuerpo, hasta que alguien decidió que había que tapizar el asiento con loneta de colores. Aquella base que iba creciendo en altura, con almohadones superpuestos, tal y como se hacía mayor Carmencin. Siempre fue transparente. Su mirada limpia a través de los barrotes torneados encontraba el límite en la prolongación hacia el suelo de las cuatro patas sobre las que se sostenía. Hoy, unos barnizados después, se va de viaje al bosque de la vida. Paseará entre robles nobles, hayas en sayas, pinos pintureros, y tomará