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Cuentos de andar por casa: Belleza adulta

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Belleza adulta Cuando la pasión regresa es fácil reconocerla. Es algo más que un sentimiento al que ponerle cara. Algo más que una afirmación que reubicar o que un premio que toca a destiempo. Es la razón que en el orden establecido nos obliga a navegar en la tempestad cuando la gris y densa calma es la dueña de nuestro sin vivir. Esa pasión, que se parece en forma y color a aquella que creció por primera vez, y que sembró de exaltaciones nuestra juventud. Hoy, irrumpe ferozmente, con prisa… la misma de entonces, y se acomoda a empujones, rompiendo las resistencias formales de la que sin duda es la última etapa de nuestra vida. Esta belleza madura, saturada en su día por diversas razones, declara abiertamente la guerra y despierta, porque una vez se durmió, y resucita, porque una vez murió. Y como un estremecimiento, siembra vértigos e ilusiones. Ya no miramos hacia atrás, hemos encontrado la pasión perdida y nos sentimos los reyes del mundo. De nuevo esa virgin

Cuentos de andar por casa: La boda

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La boda Aurora se preguntaba cómo había llegado hasta ese punto. Una situación para la que no había una explicación lógica. Todo parecía normal, pero la realidad sería muy distinta y detrás de aquel regalo envenenado envuelto en papel de celofán le llovieron las dudas. «¿Es acaso la obstinación una imposición?» «¿Lo es la ceguera, la ambición, los intereses, el patrimonio…?» Siguió preguntándose en voz baja. Cerró los ojos, e intentó justificarse a sí misma. Ambos podrían jugar un buen partido, sólo había que programar, ordenar y poner en marcha los medios que justificaran el fin. Las palabras jugaban a disfrazar los significados: Cuando decías futuro, estabas diciendo presente. Cuando decías compañero, estabas diciendo vínculo. Cuando decías tener o dar, estabas diciendo intercambio. Cuando decías amor, estabas diciendo querer. Le atrajo la película en la que se representaban sus brillantes protagonistas, un guion adaptado en el que la primera escena les deslumbraría para

Cuentos de andar por casa: La cita

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      Ordenó la dirección al taxista.       Horas de ansiedad contenida, un deseo largamente anhelado a tan solo una carrera de taxi.       —¡Avd. De la Libertad, esquina Constitución!       —¿Hotel Meridional?       —¡Sí! –contestó ausente, John.          Ella lo tenía a dos paradas de bus, pero prefirió andar. Eso era lo que quería hacer, al menos lo iba a intentar. El paseo junto al Mediterráneo distraería su conciencia.     Acordaron coincidir en el hall a una hora determinada, pero en el supuesto –más que probable– de que uno de los dos llegase con antelación, este, formalizaría la reserva y esperaría en el bar. Mary llegó antes, sin embargo, nada más reservar, prefirió subir a la habitación para ordenar sus cabellos y reforzar el rojo carmín de sus labios; darse una última mirada en el espejo y buscar rápidamente el ascensor de bajada.  En la luna del camarín se vio perfecta, gesticuló gustándose. Acarició, llevando al sitio, los rizos de su media melena, negr

Este jueves, relato: Señales mal entendidas.

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Señales mal entendidas. ¡Me guiñó un ojo, el izquierdo! Había soñado y habría pagado por ello; por eso necesité morderme la lengua para confirmar una realidad que podría no serlo. Pero, era el izquierdo. ¿Tendría algún significado ese aparente e insignificante detalle? ¿Encerraría algún mensaje cifrado el hecho de que fuese ese y no el derecho? ¿Estaríamos hablando de amistad o, tal vez, de sexo? ¿Sería suficiente un mordisco en la lengua o quizás debería probar con el fuego de una cerilla en la palma de la mano? Superada la excitante, pero suicida, por exagerada, consecuencia de aquel gesto empecé a plantearme diversas opciones que allanasen tal cuestión: ¿Algún hecho olvidado que justificase ese detalle? ¿Un comportamiento perdido en el tiempo que no recordase? ¿Un atractivo manifiesto que hasta ese momento hubiese permanecido oculto? Por qué el guiño y por qué el izquierdo cuando hasta ese momento, Anna, ni me había dirigido la palabra ni me había sonreído ni había roz

Cuentos de andar por casa: La profecía

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La profecía Primero fue un grito, después unos golpes, luego la oscuridad seguida del silencio. Entre medias, el dolor ocre en el alma. La sangre pintando de rojo la indefensión. La herida morada de una ilusión rota. El caos grisáceo de un cuerpo irreconocible. La negra confirmación de un final anunciado. El último soplo de una paleta que había empezado a llenarse de color. Aquel día, a la puerta de la Alhambra, la gitana, leyéndole la mano, le profetizó: «Tus sueños de hoy, paya, con este payo, serán tu pesadilla de mañana» . Foto: Sahun Torrance

Cuentos de andar por casa: Supersticiones

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Supersticiones A San Perdido de la Torre se llega a través de carreteras secundarias. Quedan atrás aldeas, ermitas y ruinas de un casi desaparecido castillo medieval del siglo XIII. El pueblo te recibe con un paseo atiborrado de cipreses —trescientos trece—. Una sola calle, la Mayor y después nada. Sus pocos habitantes, ciento trece, son supersticiosos de las supersticiones, obstinados creyentes de la mala suerte y confiados inocentes de buscar la adversidad. Cuando se produce un nuevo alumbramiento, el más anciano se muere a propósito: el censo no se puede alterar.  Trece gatos negros son los que hay, cuyas hembras, por alguna ancestral bendición, paren trece gatitos negros.  Las damas pintan de rojo sangre sus labios frente a cristales rotos en trece pedazos. Trece segundos, no doce ni catorce...: ¡TRECE! se utilizan para cruzar la plaza, subir a la torre o llenar los cubos en cualquiera de las trece fuentes que desparraman sus cristalinas aguas en el pueblo. Tre

Cuentos de andar por casa: Moisés

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Moisés Imaginar, moldear y acariciar al tiempo que se crea lo desconocido.  Sentir que las manos húmedas toman el barro y perfilan el volumen del deseo.  Modelar sin pausa, extasiado, en un caos de conexión emocional con el elemento natural y lanzar las manos a la aventura de la creación. Los dedos calibran el fondo y se hunden en la superficie inmediata; o hábiles, repican cincelando pliegues, arrugas y arterias, que vivas se adueñan del espacio y del tiempo. Las manos no destruyen, sólo transforman. Indistintamente de la magnitud de la obra y una vez terminada, el artista, convulso, enloquecido por tanta belleza y desatando una cólera contenida, le golpea en la rodilla exigiéndole que hable…  «¿Por qué no me hablas?». Y ante el silencio de la piedra, Miguel Ángel, cae vencido a sus fríos pies. Foto: Alfredo Cot

Cuentos de andar por casa: Oliendo a café

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Oliendo a café Vivo en un octavo. Cada día, el ascensor acude a mi planta con la precisión de un tren de alta velocidad. Las puertas de acero se abren invitándome a entrar a la primera sensación del día: un penetrante aroma a café recién hecho. Se cierran las puertas y comienza la aventura de cada mañana, oler planta por planta intentando adivinar en cuál de ellas es más fuerte el olor a café, y así identificar su origen, ponerle cara a esas manos que tan sabiamente han mezclado, molido y filtrado, hasta conseguir ese cremoso exprés de tan exquisito aroma y sabor.  El descenso es corto, no llega a un par de minutos y la carrera de olfatear se concentra al paso de los diferentes pisos.  Podría ser Carmen la del séptimo, se levanta temprano y a estas horas lleva a sus hijos al colegio; seguro que vuelve para apurar el resto de su cafetera. Manuel el del sexto trabaja en casa, es informático, pero no me lo imagino trajinando en la cocina, es más de bajar a la cafetería de

Cuentos de andar por casa: El soldado Martínez

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Conocí al soldado Martínez en la primera fase de la instrucción. De los primeros en llegar. Puntual. Confundido, ajeno a aquella experiencia que le había arrancado de su pueblo por primera vez. Saludó con un tímido movimiento de cabeza que correspondí sin demasiada trascendencia y me dije: «Dios mío, a este le falta poco para cagarse en los pantalones». De mediana estatura, fibroso, tostado de brazos y cuello por el sol del mediodía, debió de intuir en mi gesto algo más que un saludo cortés e, instintivamente, se refugió en mi entorno espacial reclamando desde el fondo de sus ojos azules un pacto clandestino de ayuda y protección. En esos momentos, el soldado Martínez no era dueño de nada y sin embargo dejaba traslucir una ternura de gran intensidad. Su falta de experiencia la compensaba con la belleza y obviedad del hombre que ha aprendido a vivir con el trigo, las viñas y los animales. Era así, sin proponérselo, pero yo sentí la necesidad de descubrirlo y apadrinar esa indef

Cuentos de andar por casa: ¡Bragas a cuatro euros!

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¡Bragas a cuatro euros! La curva, después de pasar la Gasolinera, siempre le sorprendía; no se acostumbraba a reducir la velocidad, la visibilidad era buena, sin embargo el peralte, por una extraña razón inclinaba el asfalto en contra de los confiados automovilistas. No le gustaba conducir, pero ahora no tenía elección; solía hacerlo de madrugada, acompañada pero más sola que nunca. Además tenía que recordar cúal era el destino en ese sábado de diciembre. Cada día un mercado diferente, en un pueblo diferente, pero el mismo tipo de gente de siempre. Cristina era bonaerense, vino a Valencia de joven y enamoró a Pepe, el batería de un grupo de Rock llamado Los Escorpiones. Estos viajes al mercado no tenían nada que ver con aquellos de los conciertos por la Comunidad Valenciana. Después de un largo pero cómodo viaje hasta el pueblo de turno descansaba en primera fila o en una mesa cerca del escenario tomando alguna copa, mientras su amor aporreaba las baquetas sobre la tersa

Cuentos de andar por casa: Una historia de Internet

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Una historia de Internet Mi nombre es HP, mi apellido Windows; de lo que podéis deducir que pertenezco a una familia y a un momento donde la ficción y la realidad se confunden. Tengo un cuerpo equilibrado, altura y peso estables, mientras que mis pulsaciones y tensión son más cambiantes, mi cabeza es ancha y plana y tiene matices y opciones de color e intensidad, en general, diría que este cuerpo que la técnica me dio es proporcionado y justo. Funciono mediante los impulsos que generan en mi pecho las caricias de las prestadas manos de un ser raro y complejo, sin embargo y a pesar de esos contrastes, me he acostumbrado a su presencia y con el tiempo he llegado a la conclusión de que él me necesita más a mí, que yo a él. Este extraño ser, tiene un comportamiento curioso: se emociona, ríe, llora, gime, grita, patalea, susurra, canta y todo ello, solo, delante de mis virtuales narices. Os cuento que una vez lo vi alegrarse hasta la locura cuando le abrí un mensaje que d

Cuentos de andar por casa: Amigalario

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Jardiel Poncela, en un divertimento literario, se recreó sobre el papel de los tipos que nos encontramos a lo largo de nuestra vida y que de una u otra forma tienen o pretender tener cierto ascendiente sobre nuestra existencia. Con un término que bautizamos como Amigalario , Poncela lo inició con la definición del «Amigo Póliza» que por graciosa, ocurrente y real me ha llevado a hurgar en la hemeroteca articularia hasta encontrar alguna que otra perla digna de comentar: Amigo Brújula: Es el amigo del que más nos fiamos, con inexplicable ceguera leemos el libro que nos recomienda, la película que nos aconseja o las rebajas a las que debemos acudir, sin darnos cuenta que siempre es nuestra pereza y no su inteligencia la que nos hace decidir. Amigo Visa: Es impensable salir a la calle sin este amigo, es el acompañante inevitable, mudo, no dice nada, solo está por si acaso, pero que nunca te lo dejas en casa porque si no ligas ya sabes a quien echarle inconscientemente la culpa

Cuentos de andar por casa: La silla se va de viaje.

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La silla se va de viaje. Es la pequeña y es su primer viaje. Yo, su madre, la mecedora, no lo tengo nada claro, pero su padre, el sillón, dice que ya es mayor, que tiene que espabilar y ver mundo. Parece que fue ayer cuando Tomás, nuestro carpintero de cabecera me dijo: «María, vas a tener una silla». Salió del revés: primero las cuatro patitas, luego el asiento, cuadrado y horizontal y por fin un respaldo abarrotado de barrotes. Recién nacida olía a roble fresco De niña sentía la emoción de los primeros descubrimientos. Aquel culito blanco que acariciaba, escurriendo, las tiernas nalgas sobre su resbaladizo cuerpo; hasta que alguien decidió que había que tapizar el asiento con loneta de colores. Aquella base, cuadrada y horizontal, que iba creciendo en altura, con almohadones superpuestos, tal y como se hacía mayor, Carmencita. Siempre fue transparente. Su mirada limpia, a través de los barrotes torneados, encontraba el límite en la prolongación hacia el suelo de las cua

Cuentos de andar por casa: Pavarotti o el trágico final de un seductor.

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¡Adiós, amigo! Pavarotti aleteó escapando por la ventana abierta de par en par al reclamo de su amada Callas. Él, loro, papagayo, perico y ella, cacatúa, cotorra, periquita. Ambos, gregarios y monógamos, aunque enamoradizos repetían e imitaban incansablemente las melodías que, el uno a la otra y la otra al uno se intercambiaban por el patio de luces. A esa hora, cada día, Pavarotti solía visitar a Callas, la lora del quinto, y le recitaba de memoria el primer verso de «Poesía eres tú» de Bécquer. Seductor como buen loro. Coqueto como buen loro. Parlanchín como buen loro y soberbio como buen macho regresaba horas más tarde con alguna pluma de la lorita en su curvado pico. Prueba fehaciente de su conquista y trofeo silencioso que sólo podía compartir consigo mismo. Un día, al salir, una ráfaga traicionera cerró de golpe la ventana. En su vuelo ascendente se debatía entre el dilema de si esa deseada e inevitable visita tres pisos más arriba tenía que ver con una determinaci

Este jueves, relato: Altruismo «María»

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El mundo de María es el mundo de los pies, como el de los perros pero sin olisqueos. No levanta la mirada del suelo; sentada, acomoda su delgado y enfermizo cuerpo en un hueco de la fachada entre el estanco y la librería y todo su horizonte es el que dibujan los zapatos de los transeúntes, recortados en la profundidad de la acera. María es un sin techo que arrastra su condición vagabundeando, en busca de una esquina soleada donde abandonarse al abrigo de los tenues rayos de sol que le permiten sobrevivir en el helado y duro pavimento en este frío y ventoso invierno. Todo su vestuario es una pila de harapos, uno encima de otro y ella, encima de todos. Solitaria, en su esquina tibiamente iluminada, contrasta su tremenda e inmóvil soledad manifestándose más cruel, si cabe, en medio del denso y insensible deambular de la gente. Pero, ¿qué tiene María que la diferencie de otros desfavorecidos que consumen sus noches bajo las estrellas envueltos en húmedas hojas de cartón? Poco…,

Este jueves, relato: Propuesta alocada

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Acudió a su llamada y aceptó el reto . Se trataba pues de escribir y, de eso, Marta tenía alguna idea. Eligió el comienzo, la ilustración y se enfrentó al blanco de la pantalla. En pocos minutos había enlazado, más o menos, trescientas palabras. Una historia desarrollada con minuciosidad, con imaginación, con documentación y un poco de sal en el estilo. Publicó la entrada que acompañó con la foto correspondiente.  Buscó en etiquetas un genérico para facilitar su búsqueda y encontró uno adecuado, «Relatos»; y otro, «Los jueves, Relato» y un tercero más específico, «Retos». Marta mimaba sus textos; pequeñas obras de arte colgadas en las paredes de un museo intangible. Iluminadas con la sombra de una luna que le daba la espalda y expuestas hasta un amanecer que estaba por inventar. Tecleó Enter y publicó su historia. Dejó pasar la noche, que compartió entre sábanas consigo misma. A la mañana siguiente, con la taza de café en la mano, conectó su Mac y abrió su página: www.

¿Dónde estoy?

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Algo más que un paseo por una ciudad cambiante. Hubo un tiempo en el que los ciudadanos mostraron su desagrado ante la decisión de las autoridades que, sin consultarlo, invirtieron 150 millones de dólares en una franquicia cultural; entonces, la ciudad tenía un aspecto duro, teñido de negro y gris. Hoy casi no la reconozco, aquella ciudad con los índices de contaminación más altos de Europa, agotada y decadente, es hoy alegre, limpia, moderna, ordenada, optimista e incluso bonita. Tras un corto recorrido, el gran cetáceo plateado se divisa desde varias calles, su perfil metálico dibuja en el cielo plomizo una línea quebrada que sigo desde diferentes perspectivas, yo diría que me sigue o más bien que me persigue, los cetáceos no tienen escamas, pero aseguraría que este es la excepción y sobre ellas se reflejan las omnipresentes nubes que en este paisaje tienen mas color de nube que en otros. Sigo paseando y pierdo de vista al «Animal». Me adentro por las siete calles y nav

La Misión. [Morricone]

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Asunción, Paraguay, 1750.  El padre Gabriel penetra en un rincón de la selva virgen y extrae del oboe unas notas. Los indígenas quedan absortos con la melodía por su capacidad emotiva, llegando incluso a romper por la mitad el instrumento temiendo que sea poseedor de una magia que ponga en peligro su seguridad. Morricone se emocionó al ver aquella secuencia en origen, musicada con el adagio de Alessandro Marcello, hasta el punto que tuvo que secar sus lágrimas con un pañuelo: «Es una película demasiado bella, la música de Marcello resulta insuperable… ¿Cómo me pide usted que componga una música para sustituirla?» El guión de Robert Bolt, (Doctor Zhivago) está basado en las guerras guaraníticas, que los Jesuitas y los indígenas guaraníes libraron contra los Bandeirantes. Las Misiones Jesuíticas fueron literalmente borradas del mapa y sus habitantes asesinados y deportados como esclavos a Brasil. De la película de Roland Joffé se ha hablado mucho, su oscar a la mejor fotogr

Este jueves, relato. Cierre de convocatoria

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    Finalizamos la convocatoria de relatos correspondiente al jueves 13 de febrero: «Sucedió en el bus» y damos paso a la conducción para este próximo jueves a nuestro amigo Juan Carlos [¿Y qué te cuento?]  al que le deseamos una feliz conducción. Gracias a todos los participantes.     Os dejo un segundo relato que no quise que se quedara en el tintero. Espero que os guste como un «hasta pronto»:      Título: «Mi paseo diario» Ocupo mi asiento y quedo sumido en la más total de las abstracciones. Sentado, impaciente con vecinos impacientes. Fiel a la espera, con la mente perdida y los ojos distraídos en   piruetas ajenas espero el paso del tiempo. Mi único hábito es sobrevivir cada día subido en un bus de la EMT para viajar por este, mi mundo. Porque, la obsesión con los viajes por la ciudad no es un hábito, es algo más, casi todo lo demás, es mi vida. Mi pose es la de un apacible observador. Es la cara de la gente que observo en paz, pero sin beatitud. Capaz de vivir la

Este jueves, relato: Sucedió en el bus.

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Hoy comienzo mi paseo en la parada próxima a mi casa. Cogeré el 92. He quedado con un amigo para desayunar —un capuchino y media tostada de pan con aceite—. Hablaremos de literatura, novelas y autores. Necesito tranquilidad y la soledad necesaria para interiorizar el argumentario más adecuado. Ando hacia la parada y veo un bus saliendo. Espero que no sea el mío… ¡Es el mío! Mierda, ¡el 92! ¿No podía haber sido otro? Me resigno y espero sentado. —Caballero, ¿para ir a la calle Turia? —me pregunta con decisión una anciana que, como yo, acaba de llegar a la parada. —No sé, señora —le miento—. Es la primera vez que cojo el autobús. —Sí, ese que sale al río por el puente de piedra. —Sé dónde está la calle, pero no sé qué autobús pasa por allí —le vuelvo a mentir. —Sí, uno rojo, el 70 o 71, no sé, tal vez el 72… ¿no le suena? —No, no me suena, señora, y todos son rojos. —Todos no, hay unos que son amarillos. —Esos, señora, son los que van a los pueblos y no paran aquí.