COT_idianeidades de un pensador: «La tele».
La tele Castigo de Dios, ¡seguro! En esta compra he invertido todos mis ahorros, 600 euros. Todo el saldo después de restarle a la pensión, alquiler, luz, gas, agua, súper y, lo más importante, el seguro de Santa Lucía—. He invertido, decía, comprándome una tele —no una nueva, que también—, la primera de mi vida. Pero no la oigo. No es que esté sordo, no —que algo sí estoy—; es que las adversidades sonoras y acústicas me agreden todas a la vez. Los gritos incesantes de los niños de un colegio próximo; la agresiva circulación constante de coches y camiones que transitan como locos por la puerta de mi casa; la vecina de arriba —y a veces, la de enfrente, y otras, la de abajo— que cantan a grito pelado lo último de Bisbal; el obrero del cuarto que ha entrado en fase de demolición de tabiques y su pelea con los ladrillos es como un combate ininterrumpido. Por la noche, cuando todo vuelve a la calma y callan los niños, las vecinas, los coches, los camiones y la maza del albañil reposa