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Mostrando entradas de 2021

Dylan

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               Dylan Empiezas a andar. No te puedes perder. Conoces esta parte de la ciudad como la palma de tu mano. Naciste por aquí cerca y podrías contar cosas que ya no ves o que ya no existen. Estás en la puerta de la Biblioteca Municipal, para ti, el Hospital de los Pobres Inocentes. Andas sin prisas, sin intención, sin objetivo y pasas por el lugar donde estuvo su entrada principal, sin embargo no es ese detalle el que te viene a la cabeza; lo que recuerdas es un pequeño torno con una puerta basculante en la que abandonaban a los recién nacidos —aquellos «Expósitos» de entonces—. Pero, creo que no se trata de que veas lo que no hay sino de que imagines lo que hay. Sabes lo que vas a encontrar al doblar la esquina. Echas a andar con una mano en el bolsillo y la otra en el bastón. Avanzas y te detienes a cada paso intentando tantear ese paisaje al que tan acostumbrado estás. Esos locales que intuyes abiertos mostrando una actividad engañosa; un colectivo que sientes bostezar a

Este jueves, relato: Improvisación

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  Improvisación Sigo al pie de la letra la sugerencia de Mónica de entrecerrar los ojos frente al teclado. Suspiro profundamente y me vacío ante la pantalla todavía virgen de mi portátil. Espero que la improvisación, las musas, los recuerdos o el poco oficio me precipiten a un cuento que merezca la pena. Mientras, pienso si 350 palabras serán suficientes. ¡Depende, depende! ¿Quién cantaba eso? ¡Ah! sí, Jarabe de Palo, aunque dudo si realmente alguna vez existió el jarabe ese. Qué palo comprobar a cierta edad que se trataba tan solo de un análogo, porque el jarabe, jarabe, sí que existió; lo recuerdo con variedad de sabores, limón, menta, frambuesa. Pero el de palo era otra cosa. A propósito de palos, dicen que la letra con sangre entra, pero la realidad es que no era con sangre, sino con palos, como el del palomar pero sin palomos. Un amigo mío tenía uno, (palomar, digo) y a sus palomos les pintaba las alas con colores para identificarlos en pleno vuelo. Nunca vi nada interesante

A propósito de «La Jaula» de María Codoñer Prieto

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  A propósito de «La Jaula». María Codoñer Título: La Jaula Autora: María Codoñer Prieto Primera edición: abril 2021 Ilustración de portada: Laura Codoñer Prieto Editorial Indie Biografía: María Codoñer es licenciada en Historia por la Universidad de València. Actualmente trabaja de auxiliar de enfermería. Su primera novela El mundo que nos queda se publicó en 2012. Colabora en diversas antologías de relatos: Llibret Recorreguts en 2015, Grafomanías en 2017, Te cuento y 101 crímenes de València en 2019, Relatos líquidos en 2020 y Habitaciones de paso en 2021. La Jaula es el inicio de una serie de novelas que denomina De lo oscuro . Reseña: Dicen los gitanos que no quieren a sus hijos con buenos principios. María Codoñer no es gitana —creo—, pero tiene lo mejor de unos y otros y en consecuencia es fiel a las costumbres —esas que sientan cátedra—. Así pues, la primera letra de La Jaula: «Rodriguín» resulta peliaguda en su pronunciación: ¿ «Rodigrín»? ¿«Rodiguín»? ¡«Rodriguín»! La

COT_idianeidades. Mudo

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          Mudo Mudo, sordo, ciego, extinto me siento cuando las palabras no fluyen. Cuando las oraciones montan del revés. Nada soy sin voz, nada sin letras, nada sin orden. Desterrada mi prosa y exiliadas mis rimas en un silencio trabado, obligado. Es entonces cuando el corazón de los sonidos deja de latir y duerme. Después, en plena agonía, un grito contenido trepa por la sombra de la ignorancia y un libre mutismo nace del silencio cautivo. Me oigo, vocalizo y mi lenguaje alumbra destellos callados que nacen fraseando siseos entre dientes. Es el silencio que decide por sí mismo seguir siendo silencio… ¡Vaya mierda de vino que me han servido!    

¡Brujas!

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  Brujas Queridas Jane, Sukie y Alexandra: Mucho me alegraré de que al recibo de esta os encontréis bien, yo por aquí bien   G. A. S. (Gracias A Satán) Esta carta es una humilde, pero necesaria petición de ayuda. Las cosas por esta vieja Europa no van bien... la pandemia, ya sabéis. La prima de riesgo ha devaluado ungüentos y pócimas y todo a perdido eficacia para nuestros conjuros. El otro día, sin ir más lejos, receté una mezcla de belladona, mandrágora y ala de mariposa para garantizar el nacimiento de la niña que completaría una “parejita”. La futura mamá me ha denunciado porque tiene quintillizos. La cicuta y los tóxicos están por las nubes, y ya no se puede envenenar a nadie como es debido. El broncista que me hacía los calderos de cobre ha cerrado y con la Tupperware ,   como podéis suponer, no es lo mismo. Los filtros amorosos escasean, bueno... los filtros propiamente dichos no, porque siempre nos quedan los calcetines. ¿Y el amor? ¡Ay el amor! Si os dijera que

Este jueves, relato: La

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  Entre estas cuatro Paredes. Un día, de repente, me di cuenta de que estaba sola; sola y quieta como una roca. Mi espacio vital se limitó a cuatro paredes. Caminaba por el pasillo de mi casa creyendo que ese era el único viaje en el que me sentía acompañada. Buscaba en cada rincón, en cada esquina, en cada ventana la compañía perdida; una minúscula alegría que llevarme al pecho en ese oscuro confinamiento. Miraba, tras detenerme unos segundos, los cuadros colgados en la pared. Cada uno de ellos me llevaba a un lugar y un tiempo diferente, pero todos, a la vez, a la misma persona… a él, a Ramón. El primero, el que está frente a la puerta de entrada, un bodegón con unas piezas de fruta desparramadas por la mesa sobre un mantel arrugado (este nos lo regaló el pintor el día de nuestra boda). El segundo, frente a la puerta del baño (un grabado que compramos en un viaje a Lucca). La acuarela del dormitorio, mi desnudo, sin firmar (regalo de Ramón un Día de san Valentín). Hoy, en pleno a

Este jueves, relato: De Pícnic

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  De pícnic No ha sido un buen año. Largo e inquietante, incómodo y austero, triste y nostálgico. Menos mal que a última hora —un año después— han llegado los levantamientos de restricciones y, de pronto, la euforia alimenta los proyectos; la vacuna las decisiones, la prisa se adueña de nuestro tiempo y lugar. Un año después retorna —o lo parece— todo a su sitio. Las caras agrias y lechosas se vuelven dulces y sonrosadas. La mirada, que extraviada no encontraba el mar, se llena de azules y verdes. Los músculos, entumecidos y vagos, recuperan la elasticidad al agacharse y volverse a agachar: la ropa, seria, impoluta y arrugada —cuando no, el pijama—, hace cola en la tabla de la plancha; las visitas a los vecinos, hasta el momento distantes, se multiplican. Ha llegado la hora del Pícnic Lo tengo todo preparado: la mochila con un par de libros, la nevera portátil con los sándwiches de jamón y queso y un par de cervezas, la mantita por si refresca y el spray para las hormigas. Estamo

COT_idianeidades: Sonsonete irreverente

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  Sonsonete irreverente. No me despido.  Sigo aquí… a veinte palmos del suelo. Os miro, os veo, os siento… ¡a todos!: Familia, amigos y enemigos —que alguno hay— y lloro de felicidad, si es que un alma en pena puede llorar de algo o por algo. Dijo Lavoisier: “ La materia  ni  se  crea ni  se destruye ,  sólo se transforma ”. Siempre me he preguntado si, llegado el momento, tendría la oportunidad de elegir y si es así quiero ser música, y más aún, canción, y más todavía, un dueto, y más si cabe «Vogliatemi bene».  Pero mientras muero, tanto me vale Puccini, como mi otro músico de cabecera, «el Llach» :  «Ara sols queda la música, Eudald ah, si no fos per la música, Eudald que ens obre empare a tantes ànsies que omplen d'angoixa el cor». (*) Así que, alargo mi presencia unos minutos más en este valle de lágrimas y con las mías os dejo. (*) «Mira cómo suena la música, Eudald, aún nos queda la música, Eudald, para que nos conmueva, para que nos una, para que nos traslade all

Este jueves, relato: La vejez

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  —Buenos días, José. Soy su médica, la doctora Pitarch. ¿Me recuerda? ¿Cómo está hoy? —Muy bien. ¿Cómo voy a estar? ¿Y qué quiere de mí, doctora? —Solo saber cómo está, si se toma la medicación. Es importante que la tome; pueden retrasar la progresión de algunos de los síntomas de grado moderado a severo de la enfermedad. ¿Va al baño usted solo? —Sí, si es por el día, por la noche me acompaña Natalia. —¿Reconoce a esta persona de la foto? —le preguntó enseñándole una imagen de su hija. —Sí —respondió—, es mi madre. —¿Y esta otra? —volvió a enseñarle, en esta ocasión, una de su madre. —No, no sé quién es. Me suena, pero no. Me quiero ir a casa —suplicó. —Bien —asumió la doctora—. ¿Tiene mareos, náuseas o vómitos? —No, a veces me duele la cabeza. —¿José, me deja que le coja la mano?          —La mano... ¿para qué? —miró a su hija pidiendo aprobación. —Quiero que me sienta cerca. Que confíe en mí —José afirmó con cierto recelo—. ¿Qué ha hecho hoy? —He estado en

COT_ideaneidades: De puente pandémico

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  En en rellano de casa. «A ver... ¿lo llevo todo? L a crema solar con protección 9...  el bañador de lunares amarillos,  las chanclas a juego,  las gafas de sol (graduadas, claro),  el último de Elvira Lindo,  mi nieto (y sospecho, que también sus padres),  pastillas para los mosquitos.  pastillas para la tensión,  el MP4 con los Grandes Éxitos de Antonio Molina,  la sombrilla de Coca Cola,  el pijama a rayas para la siesta,  el balón de NIVEA (para ligar en la piscina),  mi mujer... ¡por Dios, que no se me olvide mi mujer!,  el portátil... ¡Vale, vale... el portátil no!» En fin, que no es un adiós, tan sólo un hasta luego. Sacudo el pañuelo blanco tamaño folio para que resulte más cómodo el movimiento y dejando flotar la sonrisa cómplice por lo que todavía nos espera, dejo asomar media lágrima de afecto para todos aquellos sufridores en casa que siguen las restricciones de Sanidad.      Entramos al ascensor y en un par de minutos nos plantamos en la puerta de la azotea. Por fin, la

Cot_idianeidades: París

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  París   París, bien vale una misa… aunque sea de difuntos. Miles de pájaros anidan sus árboles y el aire se llena de una música que aturde. A primera vista —más bien, a primer oído—, los cantos se mezclan fundiéndose en una cortina musical de difícil ubicación. Es cuestión de Fe y de concentración. El paseo por una de sus grandes avenidas es lento y trascendente. Gris y húmedo, en París casi siempre llueve; y esa llovizna tan parisina templa la emoción. Lo justo para escuchar el trino de un ruiseñor o a la golondrina, que de lejos cuchichea: Je vois la vie en rose. Il me dit des mots d'amour . A las avenidas le siguen estrechos y sinuosos caminos. Las tórtolas resabiadas permanecen en las alturas lejos de los ejércitos de orondos gatos que desean amarlas hasta la muerte. Entre sauces y limas, un cansino y psicodélico eco repite: This is the end beautiful friend. This is the end, my only friend, the end. El entorno es frondoso, natural, y un moho regado de rocío vesper

COT_idianeidades: 2 òperas 2

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                     Días de confinamiento, de mini vacaciones forzadas o de maxi puentes intangibles, días de horas libres, de ocio descontrolado y disposición para recuperar actividades caseras y situaciones aparcadas en la que está siendo una época incómoda y excesivamente larga. Sin saber cómo, instintivamente, se extiende el brazo a la estantería donde reposa ese libro por terminar, ese capítulo por escribir, esa película por ver de nuevo o esa música que recordabas con cierta distancia, que habías olvidado y que siempre querías volver a escuchar. En esas estaba, cuando en el fondo de una hilera de DVDs reparo con sorpresa en dos óperas que creía perdidas o prestadas, que casi viene a ser lo mismo: La Traviata de Aix-en-Provence (2.003) y La Boheme de Sydney (1.990).    Tengo que reconocer que no son dos grabaciones de referencia, pero por tratarse de lo que se trata y recordando que su estética en su día me fue enormemente reveladora, alimento la posibilidad de una revisión c

COT_idianeidades: Mi barrio

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  Tu Barrio. Empiezas a andar, no te puedes perder; conoces esta parte de la ciudad como la palma de tu mano. Naciste por aquí cerca y podrías contar cosas que ya no existen. Estás en la puerta de la Biblioteca Municipal, perdón, para ti, el Hospital de los Pobres Inocentes. Andas sin prisas, sin intención, sin objetivo y pasas por el lugar donde estuvo su puerta principal, sin embargo no es ese detalle el que te viene a la cabeza, lo que recuerdas es un pequeño torno con una puerta basculante en la que abandonaban a los recién nacidos —aquellos que acabaron llamándose «Expósitos»—.  Pero, creo que no se trata de que veas lo que no hay sino de que descubras lo que hay. Sé lo que vas a encontrar al doblar una esquina. Echas a andar con las manos en los bolsillos. Es noche. Avanzas y te detienes a cada paso intentando exprimir ese paisaje al que tan acostumbrado estás; esos locales que, con sus puertas cerradas, evidencian una crisis irreversible, y los que quedan abiertos muestran una

Este jueves, relato: De carnavales y demás fiestas

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    Nueva Orleans, 2120.   Me di cuenta que seguía mirando como un tonto los restos de lo que un día fue el centro del Mardi Gras. Me agarraba al respaldo del banco esperando decidir cruzar la calle Canal y asomarme a fastuoso río Misisipí. Era viernes noche, podía imaginar el enorme y satírico desfile de Krewe D'Etat. También los de Endymion y Bacchus a los que, puntualmente, asistían actores de cine, cantantes y otra gente famosa que iba a bordo de las decenas de carrozas que formaban parte de la fiesta. Me vi en un ruinoso y corroído espejo de envejecidas manchas ocres y me descubrí cansado. Sin duda era yo, y mis ojos y mi pelo y mi tristeza; y el color de mi piel era el de siempre. Sin embargo, en el deteriorado espejo, detrás de mí, se relejaban imágenes de fiesta: músicos callejeros, carrozas engalanadas, bellas mujeres embadurnadas con confetis y serpentinas luciendo desnudos y dorados pechos; y musculosos hombres disfrazados con máscaras y todo tipo de ropajes. Incluso mi

COT_ideaneidades: El beso pagado

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  El beso pagado Como un niño… Me puse a temblar como un niño. Aún recordaba lo que se decía de Renata: seducía, embrujaba, hechizaba... y todo eso con tan sólo un beso. Dejaba tras de sí ejércitos de idiotas lastimados por su magia. Ilusos que renunciaban a su mediocre vida para suicidarse con una aventura tan apasionante como imposible. Llegó el día e impulsado por una decisión, cuyos resultados desconocía, compré un beso. El peso del pecado generó incertidumbre. Me preguntaba a cada segundo... ¿La besaré? Ese beso era mi primer beso y no lo podía ni lo quería perder. No me asustó la seducción, el embrujo o el hechizo, ni siquiera los miles de besos diferentes que daría a partir de ese primero. Esperé mi turno y cuando llegó el momento... ¡La besé! O tal vez, casi seguro, me besó ella. Un beso agridulce con el que vi el cielo y el infierno a la vez. Fue ese pecado leve que sabe a sal y azúcar al mismo tiempo. A calor y a frío. A saciedad y a insuficiencia. A placer por el beso recibi

COT_idianeidades de un pensador: «La tele».

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  La tele Castigo de Dios, ¡seguro! En esta compra he invertido todos mis ahorros, 600 euros. Todo el saldo después de restarle a la pensión, alquiler, luz, gas, agua, súper y, lo más importante, el seguro de Santa Lucía—. He invertido, decía, comprándome una tele —no una nueva, que también—, la primera de mi vida. Pero no la oigo. No es que esté sordo, no —que algo sí estoy—; es que las adversidades sonoras y acústicas me agreden todas a la vez. Los gritos incesantes de los niños de un colegio próximo; la agresiva circulación constante de coches y camiones que transitan como locos por la puerta de mi casa; la vecina de arriba —y a veces, la de enfrente, y otras, la de abajo— que cantan a grito pelado lo último de Bisbal; el obrero del cuarto que ha entrado en fase de demolición de tabiques y su pelea con los ladrillos es como un combate ininterrumpido. Por la noche, cuando todo vuelve a la calma y callan los niños, las vecinas, los coches, los camiones y la maza del albañil reposa

Sueños pandémicos

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Sueños pandémicos Tranquilo, tengo en mis manos tus sueños de esta noche y te aseguro que son inspiradores y reconfortantes. ¡Por fin algo me distancia de la muerte! Te cuento...: Había nacido para no ser nadie ni nada. Las diferentes etiquetas con las que el tiempo ilustrarían mi cuerpo dejaban bien clara mi identidad: Androide, robot, asesino, autómata, muñeco, extraterrestre, cósmico, ángel, demonio. Todas ellas se superponían unas a otras como las capas de una cebolla, y todas, y cada una, me mentían como imágenes deformadas en un espejo convexo. Con el tiempo —tiempo, que no medía ni sentía—, y como proyecto 4.0 por rastrojo, fui portador de los más variados menesteres. Olía a aceite, a circuito, a memoria, a quemado, a ausencia, a oscuro; olí a rancio el día que, sin saber lo que era, perdí la fe, también la esperanza. Compartí anaquel con otros de igual ruido, color, tamaño y abandono. En horizontal, descansando sobre la mesa de acero inoxidable, esperaba que la mano experta del