Sábados de Mercedes. Diario íntimo de una Nevera
Mi primer dueño se llamaba, bar “El Ganxo” apodo con el que se conocía al barrio de Ruzafa de Valencia . Esta humilde casa de comidas, miraba de reojo, no sin cierta envidia a la monumental Iglesia de San Valero , pretenciosa y siempre engalanada para las multitudinarias fiestas locales. Me recibieron con la alegría juvenil de la que espera un juguete regalado, algo que se puede rentabilizar sin coste alguno, nuevo, brillante, con un nombre compuesto formado por letras cursivas blancas impresas sobre un fondo rojo sangre, nombre, que creía era el mío, pero que más tarde comprobé, que sólo hacía alusión al obligado contenido, pues esas eran las condiciones de la dádiva. Me sentía joven, limpio, inmaculado y sobre todo capaz, muy capaz de enfriar hasta la congelación las botellas de cristal que se alineaban ordenadamente en mi interior. Mi primer contacto con la electricidad fue a 125 voltios, suficientes para ronronear hasta la extenuación, sin perturbar el descanso de los parroquianos