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Mostrando entradas de mayo, 2023

Dylan

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No te puedes perder.  Conoces esta parte de la ciudad como la palma de tu mano. Naciste por aquí cerca y podrías contar cosas que ya no ves o que ya no existen. Estás en lo que para ti es el Hospital de los Pobres Inocentes. Andas sin prisas, sin objetivo y pasas por lo que fue su entrada principal; lo que recuerdas es un pequeño torno con una puerta basculante en la que abandonaban a los recién nacidos —aquellos « Expósitos» de entonces—. Pero, creo que no se trata de que veas lo que no hay sino de que imagines lo que hay. Sabes lo que vas a encontrar al doblar la esquina. Echas a andar a tientas con una mano por delante y la otra en el bastón. Te detienes a cada paso intentando tantear ese paisaje al que tan acostumbrado estás. Sigues pateando ese rocío que, de momento, empieza a brillar sobre el césped del jardín. Siempre hay perros, pero te preguntas si alguno de ellos podría ser tuyo. ¿Lo necesitas? Prefieres no contestarte, ya tuviste un loro y sabes lo mal que lo pasaste —tú y

Un granota en Mestalla. (Mi relato en «cent» Vinatea Editorial)

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  Granotes en Mestalla Segundo Sauquillo era uno de esos tíos que, sin serlo —no era hermano ni de mi padre ni de mi madre—, se me había asignado por simpatía. Después del golpe de estado del 36, Segundo, al igual que otros casasdehareños que, por sus ideas estaban siendo hostigados, cuando no, encarcelados o, en el peor de los casos, asesinados en el cerro de Pozo Amargo, tuvo que salir con urgencia y nocturnidad a un destino más seguro.  Segundo Sauquillo había sido, hasta ese momento, el barbero de Casas de Haro, población manchega en el linde entre Cuenca y Albacete. El pueblo era demasiado pequeño y, Segundo, demasiado popular para que su republicanismo pasara desapercibido. Al igual que otros muchos, buscó desesperadamente asilo fuera del pueblo. Pidió ayuda a mis padres para que le permitiesen cobijarse en nuestra casa de la calle Agustina de Aragón de Valencia, hasta que encontrase una provisionalidad de oficio y habitabilidad.  Segundo Sauquillo, aquí, con nuestra complicida