En tiempos en que escribir era una opción, precipitado, manchaba de negro el blanco de las hojas de papel. Tenía miedo de apretar la pluma para expresar lo que estaba pensando. No sé cómo pero fueron aquellas fotos las que me arrastraron a un impetuoso galope de palabras, frases, párrafos, páginas y páginas que, en una segunda lectura, perdían todo su sentido. Estaban mis pertenecías, el reloj de bolsillo, los lentes de montura de pasta envejecida, el círculo de aumento y cartas, muchas cartas, todas ellas extendidas sobre el mantel de hule, mientras esperaba el turno, en silencio, de iniciar la historia. Aquellas fotos tenían nombre propio, nombre y apellidos, pero yo no los recordaba, creo que perdí la memoria o carecía de información, sin embargo, su visión me emocionaba. Lo sabía porque no estaba inquieto ni tenía miedo. Arriba, la republicana, insolente, retadora; abajo los fotógrafos con sus lámparas de destello y cámara en ristre, escondidos bajo las flores de plástic