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Mostrando entradas de septiembre, 2011

Este Jueves/Sábado... relato. Mi calle

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Mi calle, es estrecha y larga; al menos, así la recuerdo. Aquella calle, de casas de un solo piso, tenía nombre de heroína, y ambas –la calle y la heroína- fueron testigos de mis primeros pasos. Me veo en ella, niño, descubriendo olores, compartiendo juegos, haciendo amigos e inventando enemigos. Frente a mi puerta, las casas se interrumpían y el sol, se colaba por ese hueco iluminando las fachadas que iban del 60 al 68. Ese gran solar -todavía no robado al campo- era cuartel general de lagartijas, perros, gatos y alguna que otra gallina desertada del corral de la señora Amparo. Desde mi habitación, adivinaba el paso de los coches por las luces que se reflejaban deslizándose fugazmente por las paredes y el techo en penumbra; quise coger miles de veces aquella luz, que siempre me sorprendía con ventaja. Calle de panas y boinas, delantales y alpargatas. Y barro, mucho barro que despiadadamente me dejaba la lluvia, para enfado de mi madre. S

La vieja Fe

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Los blogs, son como la bitácora de a bordo en la que cuentas regularmente todo lo acontecido en este barco que es tu vida, y de la que uno es Capitán y Grumete al mismo tiempo. Al menos esa fue la intención inicial. Pero este diario de plasmar en “intimidad” las cotidianeidades más sobresalientes, al final, se convierte en una arbitraria aportación de mensajes, reivindicaciones, informaciones de carácter general, relatos de ficción y algún que otro cuento en el que nos dibujamos de espalda para disimular. Yo, lo he hecho y no sé si entonar el “mea culpa”   o simplemente pasar olímpicamente del tema, no sea, que los compromisos se conviertan en costumbres. Hoy sin embargo, siento la necesidad, o al menos el gusto de contar en este seudo diario particular, una experiencia que me ha dejado totalmente descolocado. Esta tarde he estado en Urgencias, en el Hospital La Fe de Valencia... No, el nuevo   no, el viejo, el de siempre. Ese, en el que acudíamos muy a

Este jueves, relato. No se puede hacer más lento.

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Así, es como lo recordaba él. Con la última bocanada, el cigarrillo quedó herido de muerte. Las volutas de humo, se iluminaban al estrellarse con los rayos de luz que entraban por el único resquicio de aquella pequeña habitación de hotel. Más lento, más lento... se repetía a si mismo, al tiempo que la palma de su mano acariciaba en círculos el erizado pezón de ella. Más lento, más lento... recordaba haber oído, que tenía que mover su cuerpo en tan irrepetible situación. La colilla, muerta al fin, derrumbó su ceniza sobre el cristal de la mesilla de noche. Olvidada, sólo había sido una puesta en escena más, de unos compartidos prolegómenos. Más lento, más lento... su sexo, el de él, apuntaba con timidez iniciando una sutil penetración, de momento más sugerida que real. Más lento, más lento... el de ella, encharcado, se abandonaba a su suerte, en un tiempo que volaba y se llenaba de deseos y placeres. Así, lo recordaba ella. Aquella, que fue la primera vez de