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Este jueves, relato: Chocolates

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El sol, todavía sesgado, entra de este a oeste y aún no alcanza el suelo. Las puertas se abren. El mercado empieza a animarse. El público llena los pasillos en busca de la primera delicadeza que echar en su bolsa de la compra. Facundo es el de los chocolates. Todo lo tiene ordenado a lo largo del mostrador y en la vitrina trasera. Es el único vendedor que hace siesta arbitraria e indiscriminada. Su edad y obesidad le producen un sopor que hace que el sueño le venza a cualquier hora del día. Primero se deja caer sobre un banco sin respaldo apoyando la inmensa espalda en la vitrina trasera. Sueña, en segundos, una historia que dura mi­nutos y que le perturba siesta tras siesta: «¡Abre la parada y los chocolates no han llegado!».   El negro siempre llega el primero, tarde pero el primero. Serio y circunspecto. Refunfuña y protesta hasta el aburrimiento. Su primo pequeño, el que es con leche, que siempre le acompaña, no le hace caso. Mejor así. El con pimienta está a punto de

Este jueves, relato: Reuniones

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  Colores para la Navidad .   El primero en llegar fue el rojo, serio, elegante, luminoso; era el responsable de la reunión. También era el más relevante, cabeza visible y portador de emociones y sentimientos, parecía que todo giraba a su alrededor. Cuidadoso y pulcro ordenaba sobre aquella superficie transparente los guiones personalizados que mas tarde repartiría con la precisión de otros años. En segundo lugar llegaron, juntos, el amarillo y el verde. Alegres, vivos y frescos, canturreando por lo bajo algo de una zarzuela que no llegué a reconocer. Ambos con cometidos diferentes: el primero para enlazar, envolver, atar los buenos deseos y proporcionar la fortuna soñada y, el otro, el verde, como soporte o fondo, algo así como la esperanza en forma de espacio escénico donde se sucedían los momentos de más fuerza interpretativa, ambos sabían de la importancia de su papel, aunque sólo fuese un papel secundario. El dorado entró, aún sin haberse cerrado la puerta, vestido de trig

ESte jueves, relato: Monólogos

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  Hoy he despertado con raras vibraciones. El aire transmitía partículas invisibles de inquietud que se sentían como diminutos cristales de nieve golpeando en mi cabeza. ¡Maldito confinamiento! Hasta Pavarotti, mi canario de volar por casa, que todas las mañanas ameniza mi baño con melodías varias, ha quedado mudo y sordo al mismo tiempo. He minimizado la situación achacándola a algún fenómeno esotérico de difícil explicación y me he lanzado al agradable ritual del desayuno que se compone de un par de esplendidas madalenas, un café con leche con una cucharada de azúcar. El verdadero caos ha venido de la mano de lo más próximo: las magdalenas habían endurecido inexplicablemente, la leche, abierta del día anterior, presentaba en su superficie unas sospechosas manchas de color y olor rancio y, el azúcar —porque ponía "AZÚCAR"—, era sal. Algo había en el ambiente que lo hacía indisciplinado, desobediente, raro de cojones. He intentado no perder los nervios. He puesto la telev

Este jueves, relato: La muerte

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  La muerte, no muerte. La muerte, anunciada , golpeó de repente. Fue una triste madrugada de sábado. Pensaba que todo era una misma vida; sin embargo, cuando esa parte de mi cuerpo se desprendió del resto, me sentí mutilado. Algo se le había descolgado y, no obstante, seguía caminando. En mi corazón el trozo más grande que me quedaba continuó latiendo. Pensando que en cualquier momento mi descompensación me daría de bruces en el suelo. Estaba falto de equilibrio, sorprendido por la ausencia de entendimiento y por un futuro al que se le aca­baban de extraviar algunos objetivos vitales. Faltaba la refe­rencia, el norte, y el castillo se desbarataba hasta derrumbarse a pedacitos. Caí en redondo. Sabemos que a todos nos toca, pero yo lo había olvi­dado. Somos llamados según una nómina que solo el ene­migo conoce. Mientras se espera el turno, en voz baja, in­ventamos un pasado que a duras penas encaja en nuestro desenfocado presente. Antes de ingresar a este último sector teníamos nomb