Este jueves, relato: La vejez
—Buenos días, José. Soy su médica, la
doctora Pitarch. ¿Me recuerda? ¿Cómo está hoy?
—Muy bien. ¿Cómo voy a estar? ¿Y
qué quiere de mí, doctora?
—Solo saber cómo está, si se toma
la medicación. Es importante que la tome; pueden retrasar la progresión de
algunos de los síntomas de grado moderado a severo de la enfermedad. ¿Va al
baño usted solo?
—Sí, si es por el día, por la noche
me acompaña Natalia.
—¿Reconoce a esta persona de la
foto? —le preguntó enseñándole una imagen de su hija.
—Sí —respondió—, es mi madre.
—¿Y esta otra? —volvió a enseñarle,
en esta ocasión, una de su madre.
—No, no sé quién es. Me suena, pero
no. Me quiero ir a casa —suplicó.
—Bien —asumió la doctora—. ¿Tiene
mareos, náuseas o vómitos?
—No, a veces me duele la cabeza.
—¿José, me deja que le coja la
mano?
—La mano... ¿para qué? —miró a su
hija pidiendo aprobación.
—Quiero que me sienta cerca. Que
confíe en mí —José afirmó con cierto recelo—. ¿Qué ha hecho hoy?
—He estado en casa, he visto por la
ventana a Ricardo, el pastor, pero no me han dejado salir a saludarlo.
—Papá, Ricardo murió hace muchos
años.
—No se preocupe, lo verá mañana
—dijo la doctora—. No puede salir solo de casa, ¿lo sabe? se podría perder.
—¡Perderme, con lo pequeño que es
el barrio!
—José, ¿sabe qué día es hoy?
—¿Por qué lo tendría que saber? El
que sea... ¿Qué más da?
—Natalia —concluyó la doctora—, el
mes que viene, salvo que no haya contratiempos, veremos a su padre, de nuevo —¡José!
cuídese y tome las pastillas.
Terminó la visita. Natalia se
volvió hacia la puerta y en el pasillo prendió del brazo a su padre. Él la
rechazó y mirándola desconfiado le preguntó «¿Quién eres tú?»
—Papá…, soy Natalia, tu hija.
Foto: Ibán Ramón Rodríguez
Precisa y descarnada descripción que nos deja con la esencia misma, con la instantánea de una enfermedad que todos los mayores tememos. Montas el escenario, colocas a los actores y los adornos los pone nuestra imaginación... Gracias, Alfredo, por participar con otro relato magistral. Un abrazo
ResponderEliminarNos has dejado un diálogo de lo más realista, una de las enfermedades peores es perder la memoria llegar a no saber ni tan siquiera quien eres. Un relato estupendo de la manera tan humana que lo has enfocado. Un abrazo .
ResponderEliminarQue notable la médica, con su trato tan humanitario para un paciente. Digna de elogios.
ResponderEliminarSaludos.
Un diálogo real y continuo de las personas que padecen esta enfermedad, que es terrible, ¡qué horror!
ResponderEliminarQué terrible! Enfermedades como la que tan bien describes son las que hacen que tengamos a la vejez con su más cruento deterioro. Un abrazo Alfredo. Me alegra verte jueveando 😊
ResponderEliminarTriste realidad pero muy cierta, que en realidad duele el alma y nos conmueve
ResponderEliminarUn relato estupendo, como triste es esa enfermedad.
ResponderEliminarMe ha gustado el diálogo sobre la enfermedad de la mente, la verdad es que puede ser la misma realidad, porque es el mal de nuestros días.
ResponderEliminarBesos.
Galopante esa enfermedad que nos hace desconocido ante ellos. No sé si decir suerte o no que ellos parezca que lo van acogiendo como algo que sucede sin más, pero para los de alrededor, los conscientes de ello, es un suplicio. Yo creo que sanar no sanarán pero aunque no nos conozcan o reconozcan o nos confundan con otros parientes, el amor sí que lo reconocen. La comprensión, la esperanza... Siempre hay un punto de luz.
ResponderEliminarUn beso muy grande.
Esa demencia, sobrevolando algunas vejeces.
ResponderEliminarUn abrazó, y por una vejez sana
Esa demencia que solo puede ser tratada con amor y comprensión. Muy buen diálogo. Besos.
ResponderEliminarhasta cierto punto, creo que solo sienten confusión. cuando sobrepasan ese punto y se ponen violentos porque creen que les engañan, ya es imperativo medicar, co. o I días en el texto sunrepticiamente.
ResponderEliminarsaludoss, alfredo