Cuentos de andar por casa: Supersticiones
Supersticiones
A
San Perdido de la Torre se llega a través de carreteras secundarias. Quedan
atrás aldeas, ermitas y ruinas de un casi desaparecido castillo medieval del
siglo XIII. El pueblo te recibe con un paseo atiborrado de cipreses
—trescientos trece—. Una sola calle, la Mayor y después nada.
Sus
pocos habitantes, ciento trece, son supersticiosos de las supersticiones,
obstinados creyentes de la mala suerte y confiados inocentes de buscar la
adversidad.
Cuando
se produce un nuevo alumbramiento, el más anciano se muere a propósito: el
censo no se puede alterar.
Trece gatos negros son los que hay, cuyas hembras, por alguna ancestral
bendición, paren trece gatitos negros.
Las damas pintan de rojo
sangre sus labios frente a cristales rotos en trece pedazos.
Trece
segundos, no doce ni catorce...: ¡TRECE! se utilizan para cruzar la plaza,
subir a la torre o llenar los cubos en cualquiera de las trece fuentes que desparraman sus cristalinas aguas en el pueblo. Trece tractores para trabajar cada
una de las trece eras —antes fueron trece mulas, y antes trece espaldas—.
Las
campanadas que se oyen cuando es la una del mediodía, o de la medianoche, son
trece.
Trece minutos me ha costado hacer esta loca divagación... ¡Cosas del «confinamiento»!.
Vamos estás hecho un AS si has logrado escribirlo en trece segundos, pero ahora que lo pienso es lo que he tardado yo en leerlo.jajajaaj. Muy bueno .
ResponderEliminarUn abrazo en este comienzo de Lunes Santo .