Cuentos de andar por casa: Testamento en diez legados.



Testamento en diez legados.
Dijo que se llamaba Tomás, pero qué importa, cualquiera en sus circunstancias habría mentido. Su pobreza, sí que era real.
Mal vestía con harapos sucios que en su día fueron un traje a medida; su edad, indefinida, era la de un viejo que peinaba canas en una casposa y enredada melena blanca.
Jamás fue prudente y ahora el frío y la calle, amenazaban con quitarle la vida una madrugada cualquiera.  Absorto, escribía con lápiz corto en las partes no impresas de un diario de izquierdas:
—Por si acaso y para que no hayan dudas ni disputas, dejo mis pertenencias a:
—El carro de la compra que cogí prestado del súper y que desde hace tiempo es a la vez mi armario y despensa se lo dejo a D. Juan Roig, dueño de Mercadona… al rey, lo que es del rey.
—A Pilarín, la rubia de bote de la peluquería de enfrente, le dejo esta mata de pelo rebelde que una vez fue rubio de verdad, ella ya sabrá como teñirlo.
—Estos 2’25 euros que guardo, son para el director del Banco Popular de aquí al lado. Que me abra una libreta, un plan o lo que sea, todo menos jugar en bolsa, me preocuparía perderlos.
—A María, que me baja leche caliente y galletas con su nombre y que es mayor que yo, pero se conserva mejor, (bendita familia) le dejo la cantinela que tanto le gusta escucharme cada mañana. Ahora le puedo confesar que es “te quiero, te quiero” de Nino Bravo en una versión ininteligible.
—Al Generalísimo, esté donde esté, (espero, que en los infiernos) le dejo estos trozos de metralla, que me han tenido con el cuerpo roto desde los 16 años, hasta los que soñé, con ser un gran deportista.
—A Micaela, la niña del portal 22, que nunca me ha tenido miedo, le dejo el mío, para que lo conozca y nunca lo repita… al final te das cuenta, de que no merece la pena.  
—A Julio, el ciego de la esquina, le dejo este libro sin tapas, sólo para que lo abrace entre sus manos, son poemas de Martí i Pol. ¡Sí, ya sé que está ciego, pero qué más da, tampoco sabe catalán!
—A Alfredo, ese señor serio que siempre me mira a los ojos, que no sé de dónde viene ni a dónde va, pero que comparte conmigo ese instante de segundos cómplices, le dejo esta última mirada. Le decís que con ella, me despido de todo lo bueno que he vivido en esta vida, que algo ha habido.
Tomás, no pudo llegar a los diez legados. El frío de esa madrugada de invierno se lo llevó para siempre.


Comentarios

  1. Que lindo esos casi diez legados ..Estos cuentos tuyos son una maravilla espero que algún día los recopiles y hagas algo con ellos .
    Un abrazo.

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  2. Tengo la impresión, Alfredo, que el sabía que no llegaría a redactar el último de los legados. Lo intentó y a punto estuvo de lograrlo pero ya no le quedaba nada por legar, si acaso, el camino que iba a emprender. De una dulzura y belleza exquisita tu relato, amigo.
    Un abrazo.

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