24 horas de Le Mans y otros.



La afición de Ramón Paredes por el automovilismo, me aproximó a este mundo de pilotos, marcas, circuitos y competiciones que tiene el máximo exponente en las carreras de Formula 1.
Ramón competía regularmente en Rallyes de ámbito regional, y aunque también participó en alguna competición puntuable para el campeonato nacional, sus mejores clasificaciones las obtuvo en las programadas para la Comunidad Valenciana, de la que llegó a ser Campeón en repetidas ocasiones, su “Alphine 1.100” de color verde, era una clara referencia en las largas jornadas de día y noche, para los que le acompañábamos, formando un equipo de asistencia o acompañamiento de lo más alternativo, al frente del servicio técnico estaba el personal mecánico de “Talleres Parra”, para la logística, información de tiempos y avituallamiento le acompañaban, incansables Salvador y Alberto Alcantarilla, y Regina y yo le proporcionábamos el apoyo moral y la compañía, que en ocasiones menos afortunadas necesitaba como consecuencia de roturas, salidas de carretera o malas clasificaciones.

Asistimos al estreno de la película “24 horas de Le Mans”, convencidos de que un argumento tan monográfico como aquel, relacionado directamente con el mundo de las carreras, y al menos, por el valor documental que podría tener, nos iba a entretener, pero mi sorpresa fue mayor cuando descubrí, que por encima del documento cinematográfico que esperaba ver, estaba una excelente película, con una relación entre los protagonistas difícil y apasionante y una interpretación formidable de Steve McQeen, pero lo que mas me impresionó fue la banda sonora de Michael Legrand, sinfonías y escenas que se materializan siempre que veo y oigo el ruido ensordecedor de esos “bólidos” con motores de gran cilindrada compitiendo en cualquier circuito del mundo.

El Gran Premio de Formula 1 de España se celebraba ese año en Barcelona, en un circuito acondicionado para tal acontecimiento que eran las avenidas que accedían a la montaña de Montjuic.
La ilusión por presenciar una competición de esta magnitud me hizo planear la forma de poder asistir, pero con una perspectiva que no por ser más ambiciosa, resultaba menos viable.
Solicité en la Delegación de la O.J.E. de Valencia, un pase de prensa con la intención de acceder al recinto, por donde suponía, que una cartulina con la palabra “Prensa” en grandes caracteres, llena de cuños, y acompañado de un aparente maletín con material fotográfico, la Minolta y teleobjetivos al hombro, no alertaría a un empleado cansado de ver identificaciones diferentes de todos los medios especializados nacionales e internacionales, y con la candidez y atrevimiento propios de la adolescencia viajé a Barcelona.
Tal y como yo había deseado que sucediese, fui superando los diferentes controles, hasta convalidar en la Sala de Prensa del Circuito mi aparente pase de reportero por otro complementario de libre circulación, resulto tan extremadamente fácil que no salía de mi asombro.
El Gran Premio lo ganó el ingles Jackie Stewart al volante de un “Matra Ford”
Recuerdo haber fotografiado en la zona de “Boxes” a pilotos como Graham Hill, Emerson Fittipaldi, Mario Andretti o James Hant y sobre todo a un emblemático personaje, ya anciano con una gran gorra a cuadros escoceses, levantando la bandera de cuadros negros y blancos en las llegadas, llamado D. José Mª Padierna, Director de Carera y más conocido como “Conde de Villapadierna”

Esa tarde de domingo, finalizaba la Liga Nacional de Fútbol, y el Valencia que jugaba en el estadio de la Av. De Sarriá de la Ciudad Condal, era un serio aspirante al titulo, aprovechando la estancia en Barcelona, por la tarde, y una vez finalizadas las diferentes pruebas automovilísticas, me dirigí al estadio españolista, con la intención de repetir una experiencia similar, tanto la entrada por la puerta de autoridades, por donde accedía la prensa, como y una vez dentro, al terreno de juego, me resulto igualmente fácil, y después de circular libremente por el césped, haciendo fotos a los jugadores de uno y otro equipo, me posicione como era costumbre, detrás y a ambos lados de las porterías. El Valencia perdió, jugando un pésimo partido, pero un empate compartido entre sus dos inmediatos seguidores, también aspirantes al título, el Atlético de Madrid y Barcelona, permitió al Valencia conseguir el preciado Trofeo.
Las Pruebas de “Formula 1”, se simultaneaban anualmente entre los dos circuitos que entonces existían en España, El “Urbano” de Montjuic y el recién inaugurado del Jarama próximo a Madrid, este último con carácter permanente, y estableciendo oficialmente la sede competitiva del Real Automóvil Club de España, hoy para los grandes premios, en Cataluña, el Circuito de Montmeló, ha sustituido al de Montjuic, y se han incorporado los de Jerez y Cheste en Valencia.
Años, mas tarde repetí la experiencia con idéntico resultado, esta vez en el circuito del “Jarama”, otro Gran Premio de Formula 1, en una mañana apasionante, de nuevo, las credenciales obtenidas me permitieron la libre circulación por todo el recinto, puse a trabajar a mi “Minolta SR101”, y esta vez los diferentes objetivos, buscaban entre los detalles constructivos del “coche”, los esfuerzos de los mecánicos en el ejercicio, mil veces repetido del cambio de neumáticos o la mirada concentrada de los pilotos y en la distancia, los movimientos monótonos y aburridos de algunos componentes de la Guardia civil encargada del orden, que solo recobraron la tensión en el momento que el helicóptero que transportaba a los príncipes Juan Carlos y Sofía tomaba tierra.
Esta vez subió al podio Niki Lauda al volante de un Ferrari. A Juan Carlos lo recibió entre un grupo de autoridades, un Jackie Stewart esta vez vestido de paisano acompañado del piloto español Alex Soler Roig que había abandonado la alta competición ese mismo año. El Príncipe compartió con los dos pilotos, durante largo tiempo el desarrollo de las carreras, así como algunos pormenores, recuerdo sus gestos infantiles simulando la conducción de un coche girando las manos sujetas a un imaginario volante.




Por la tarde jugaban en Madrid en el estadio Vicente Calderón el Atlético de Madrid y el Barcelona, pensé que si lo conseguí una vez por que no intentarlo de nuevo. El acceso al estadio fue fácil, pero la libre circulación por el terreno de juego estaba restringida a unas credenciales personales e intransferibles, que evidentemente yo no poseía. Cuando después de intentar el acceso me retiraba a un lugar en las gradas donde ubicarme, alguien que casualmente había presenciado mi insistencia, me llamó desde el césped, era el periodista José Maria García, entonces controvertido reportero a pie de campo, me proporcionó una entrada que todavía conservo y con un gesto de desaprobación hacia el empleado colchonero, le instó a que diese por buena la credencial que yo, le iba a presentar, con José María García estaba su entonces colaborador Joaquín María Puyalt, con los que compartí un momento de agradecimiento.

Comentarios

  1. supongo que con los años habrá perdido ese hábito de simular credenciales....? sí...creo que lo perdió. cariños

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