Amparín.
El tren conocido popularmente como Alcazareño, tenía prevista su llegaba a la estación término de Valencia a las 21.15, pero siempre llegaba con retraso. Se le conocía por ese apodo porque la estación de partida era la de Alcázar de San Juan, histórica población de la provincia de Ciudad Real. Su salida era de madrugada y el recorrido por tierras castellanas y manchegas, hasta entrar en la provincia levantina era lento, permanentemente interrumpido por la cantidad de estaciones y apeaderos en los que paraba para recoger viajeros con destino a Albacete y Valencia. Regresaba en el Alcazareño como en otras tantas ocasiones, sentada en un banco de madera corrido y cargada de cajas, bolsas y paquetes; en tal cantidad que parecía imposible que ella sola hubiera podido subirlas y redistribuirlas por los desnudos anaqueles del compartimento de aquel incomodo vagón de tercera clase. Eran tiempos, que aunque algo distantes de la posguerra, la precariedad y escasez con la que vivía el pu