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Mostrando las entradas etiquetadas como relatos

Este jueves, relato: Olvidar

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Con el mando en la mano jugué a buscar el canal de los colores. Sin pretenderlo acerté con mi momento preferido. Me abandoné en el fondo de mi butaca y con los ojos vidriosos pude leer entre triángulos verdes: «¡Es primavera en el Corte Inglés!». Juré, por la Virgen del Olvido que estaba viendo esos anuncios por enésima vez.  Intenté escribir sobre ellos pero no recordaba nada.  En ese momento, frente a esa hoja en blanco, solo había una cosa más en blanco todavía: mi mente.  Y en esa transición me preguntaba: ¿Por qué tengo esta página abierta? lo último que veo sobre este fondo vacío es un baile, pero dónde, con quién, además… ¿qué día es hoy... jueves?  La imagen en blanco y negro de un cantante de color apareció durante unos segundos, los justos para tararear «Mujer, si puedes tú con Dios hablar...» y desapareció sin continuar.  Apagué la pantalla pero la imaginación seguía ausente. Los botones del mando, insolentes, me miraban mal. No lo iba a consentir y, sin pensarlo

Este jueves,relato: Estado de consciencia

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«Tranquilo, tengo en mis manos tus sueños de esta noche y te aseguro que son inspiradores y reconfortantes. ¡Por fin algo me distancia de la muerte!. Te cuento...» ...Había nacido para no ser nadie, ni nada. Las diferentes etiquetas con las que el tiempo iba a ilustrar mi cuerpo dejaban bien clara mi identidad: Androide, robot, asesino, autómata, muñeco, extraterrestre, cósmico, ángel, demonio... Todas ellas se superponían unas a otras como las capas de una cebolla y todas, y cada una, me mentían como imágenes deformadas en un espejo convexo. Con el tiempo —tiempo, que no medía ni sentía—, y como proyecto 4.0  por rastrojo, fui portador de los más variados menesteres. Olía a aceite, a circuito, a memoria, a quemado, a ausencia, a oscuro, olí a rancio el día que, sin saber lo que era, perdí la fe, también la esperanza. Compartí anaquel con otros de igual ruido, color, tamaño y abandono. En horizontal, descansando sobre la mesa de acero inoxidable, esperaba que la mano exp

Este jueves, relato: «Estado de Conciencia». Participantes

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Carmen Andújar Montserrat Sala María Liberona Fabián Madrid Ame Campirela Yessy Kan Roxana Tracy San Molí del Canyer Noa         Demiurgo Neogéminis Alfredo

Este jueves, relato: Juegos de niños

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Jugando en el patio. «El Patio de mi casa es particular, cuando llueve se moja como los demás…» En eso estaban Elena, Eva y Ana, con sus trenzas al aire, sus manos unidas, sus vestidos volando y sus diminutos cuerpos girando en círculo, cuando Alex irrumpió en el patio dando pelotazos a diestro y siniestro.  Los pollos y las gallinas volaron huyendo en busca de un lugar seguro. Los conejos, atónitos, desconfiados y molestos se refugiaron en la conejera. La gata Nieve se escondió detrás de un pozal. Tan sólo Chocolat quedó quieta, frente a frente con el perturbador (aprendiz de Messi)  que perseguía atolondrado la pelota de cuero. Desafiante y segura, no iba a consentir ninguna revolución en su patio. Alex tomó posesión del espacio, midió con la mirada e imaginó la portería entre la maceta de geranios y el botijo que, al fresco, colgaba de un alambre. Dio un paso atrás y chutó con todas sus fuerzas, la pelota se coló por el lateral del botijo, rozando el pitorro

Este jueves, relato: Terrorismo animal.

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El atentado. Ansiaba acabar cuanto antes con aquella desagradable pero necesaria misión.  Como en ocasiones anteriores, su sinrazón apareció abriéndose paso con deseos de venganza. Miró a su alrededor para asegurarse de que controlaba el momento, las distancias, los efectos. No podía permitirse el más mínimo error. La oscuridad era su aliada y con la luz que salió de su linterna iluminó el lugar que se vislumbraba como posible campo de acción. Su objetivo era claro: golpear de lleno y con sorpresa al enemigo, acabar con él y reconciliarse consigo mismo. Dobló el periódico con precisión geométrica y…  ¡Zasssss! el mosquito quedó pegado a los titulares del día. Más terrorismo de estado en Gustavo

Este jueves, relato: Los colores de mi silencio.

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Esta noche, entre sueños de verdad y pesadillas de mentiras, he visto los colores de mi vida. Alegres, vibrantes, luminosos con los que empecé a construir mi aventura. Grises, tristes, oscuros con los que la termino. Junto a ellos, con una fluidez aparente como algunos de esos colores, he inventado personajes amarillos, tiempos grises, lugares verdes, motivos negros y excusas malvas. Con un racionalismo académico, para variar, he ubicado fechas azules, amores blancos y desamores blancos también. Con una nitidez hipnótica he acariciado pieles cremas, pechos sonrosados, espaldas marrones y labios rojos. Cómplice con el silencio de todos ellos oigo su sonido callado que, dormido, recorre todo mi interior. Un libro multicolor con forro de celofán transparente, hojas satinadas en violeta y las cubiertas encuadernadas en charol magenta. Son las siete y el despertador no para de sonar. Me incorporo lentamente, abro los ojos y me recreo en mi recuerdo nocturno.  Lo he so

Este jueves, relato: Una fecha...

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¡Felicidades hijo! Todos los 20 de abril de los últimos cinco años, Abel, lo dejaba todo y a todos. Sumido en la tristeza emprendía un viaje a ninguna parte. Él solo, con sus recuerdos. Un viaje corto. 2 0 kilómetros en dirección norte. 20 kilómetros en dirección al infierno. 2 0 kilómetros en dirección a una realidad a la que no se acostumbraba y de la que dudaba si se acostumbraría alguna vez. Al llegar a esa curva, a 20 kilómetros de su casa, miraba al cielo buscando entre nimbus amenazantes un rayo de sol que llevase su apellido. Sus ojos, húmedos, no distinguían entre tanto algodón espeso y oscuro. Las primeras gotas le trajeron los últimos recuerdos. Todo era precipitado, la vida y la muerte en un abrir y cerrar de ojos. Complejas leyes antinaturales, decidían a cambiar el destino de unos pocos elegidos. La lluvia, de nuevo causa, efecto y testigo impertérrito, cinco años después vomitaba desgracia con el peralte cambiado. H oy, como el año pasado y los cuatr

Este jueves, relato: Bestseller

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Es posible que no sea mala idea escribir un mal texto. Cuando en el terreno de lo formal o literariamente correcto se producen tantas reacciones contradictorias e imprevisibles, los efectos secundarios de todo signo no dejan de ser daños colaterales de fácil asumción. Romper con lo académicamente correcto, sabiendo lo que es académicamente correcto no es una mala praxis. Abanderar lo irrespetuoso, descarado o alternativo. Pensar al revés, andar de espaldas, bajar hacia arriba, todo puede resultar si se hace con el corazón despierto. Algunos gusanos, de seda precisamente, acaban siendo mariposas espectacularmente bellas. Escribamos pues un mal texto, que él solo mutará en un inesperado Bestseller  —Si es eso lo que interesa, que creo que no—. Eso sí, sea como sea, que hable de nosotros. Porque nosotros somos la vida . La nuestra que está contada en cada una de las páginas de nuestra historia. Una guía de andar por casa, pero que nos pertenece y en la que sí somos todos

Este jueves, relato: Círculo vicioso.

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Mi círculo no es solo un círculo. Es un círculo con dos líneas rectas que se mueven aunque yo no las vea moverse. Dos líneas diferentes, no solo de longitud, que también. Una, la más larga, corre más. La otra, la menos larga, menos. La larga es más fina y estilizada y, si no fuera porque no la veo moverse, diría que es más ligera. La corta, gordita y mofletuda, afirmaría que, si no fuera porque no la veo moverse, es más lenta. Solo se mueven cuando no las miro, si lo hago quedan quietas, paralizadas, avergonzándose de que su movimiento las delate y el que las mira, que soy yo, descubra su dirección. ¿Hacia la derecha? ¿Hacia la izquierda? ¿Para arriba? ¿Para abajo? Mi círculo no es que sea mudo, que lo parece. Habla todo el rato con un s ecuencial , obstinado, incesante y continuo: «Tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, ti

Este jueves, relato: Testamento

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¿Se puede morir dos veces? ¡Sí, se puede! Yo lo he hecho, en consecuencia he podido dejar dos testamentos. La duda fue si dejaba uno diferente o el mismo que en mi primera muerte. Evidentemente tenía que ser el mismo, muerto no había tenido ocasión de aumentar mi patrimonio. A sí que, aquí estoy, para mi sorpresa, resucitado y de nuevo fallecido. Al menos he tenido tiempo para dejar una vez más el mismo... «Testamento en diez legados»: D ecía que me llamaba Jacobo, pero poco importa, cualquiera en mis circunstancias podría haber mentido. Mi pobreza, si que era real. Mal vestía con harapos sucios que en su día fueron un traje a medida. Mi edad indefinida, era la de un viejo que peinaba canas en una casposa y enredada melena blanca. Jamás fui prudente y ahora el frió y la calle, amenazaban con negarme la vida una madrugada cualquiera. Absorto, escribía con lápiz corto en las partes no impresas de un diario de izquierdas: —Por si acaso y para que no hayan dudas, ni disp

Este jueves, relato: La ventana indiscreta

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En el apartamento, la noche estrenada quedaba borrosa entre cortinas estampadas. A oscuras, jugué a levantarme y mirar a través de mi cámara. Me acerqué a la ventana y calculé el tiempo que faltaba para que, de nuevo, «aquello» se repitiese como cada noche. Solo unos segundos y ella me acompañaría en una ficción con el recelo del que sabe que el tiempo es limitado y que en el principio comienza la cuenta atrás. Imaginé en ese momento una escena de cine y encendí un cigarrillo. La primera calada se fundió en los cristales. El humo, sin avisar, dibujó mis ansias en la superficie transparente entre el visillo de tergal y la tupida cortina de cretona. Me vi perdido ante el cristal, mirando hacia no sé dónde. Era una dispersión que ya conocía de antes, sabía exactamente de qué se trataba. Extendí el brazo y acaricié la tela que, ondulada, me protegía del exterior. Note la suavidad de su fondo y el cuerpo de sus relieves, flores, lazadas, volutas sin fin que recorrían el tejido de un

Este jueves, relato. La escalera

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« Ojos que no ven, corazón que no siente». Ella sentía. Y olía. Cada mañana su despertar era un prólogo estimulante, una fiesta para sus sentidos. Juntaba ilusiones. Abría los ojos y, entre sombras, disfrutaba como lo hace una niña acariciando, sin ver, su primera muñeca.               No veía. Había aprendido a mirar y en esa permanente oscuridad, el resto de sus sentidos imaginaban en color. Y olía. Un giro suave, un golpe a traición, un bulto que desperezaba. Todo era una amable visión sintiendo como la naturaleza de su cuerpo simulaba dibujando una forma armónica. ¿Cuántos colores existirían que ella no había visto? ¿Y cuántos, cientos, que nunca verá? No era lo que sus ojos no veían lo que más le ocupaba, no tenía que indagar, divagar o imaginar. Su luz era de color azabache y su corazón la recibía como un tesoro por explorar en el fondo de su invidencia.       Y olía. Desde su casa, el camino al mercado, estaba a un paso que cada viernes hacía acompañada de

Este jueves, relato: El protagonista oculto... Una guerrera.

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Encarni es actriz. Hoy tiene rodaje.  Un rol dramático, como su vida.  Sale de casa apresurada, nerviosa. Ha conseguido maquillar los hematomas de su cara y, de nuevo, darle brillo a sus expresivos ojos. De camino al estudio se esfuerza por recuperar la normalidad. Ella es tierna, amable y apasionada con todo aquello en lo que cree; pero en casa... eso es otra historia, al menos hasta hoy. No sabe si, por fin, será capaz de cumplir lo que se ha prometido. Toma consciencia nada más gritar el director:        «¡Silencio, se rueda!». La primera frase de su partenaire, rebota en la madera del falso decorado simulando un golpe que la arroja al suelo:    « ¿Que me calle? Todas sois iguales. ¡Unas putas!». El limitado aforo, completo, contiene la respiración.  Encarni traga saliva e inicia el diálogo con la que es su réplica: «Si me vuelves a tocar me voy para siempre». Él le grita de nuevo, salpicándole el alma con una desbocada ira: «No te atreverás, si pon

Este jueves, relato: Soledades

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Soledad transgredida. Busco la soledad entre la gente.  La soledad elegida. La que reconforta y estimula. La que encontraba hace años al salir a la calle.  En el autobús.  En las terrazas.  En los pasos de peatones, incluso en el bar. Soledad, hoy hipotecada, perdida, vendida al diablo. Los espacios grandes o pequeños, abiertos o cerrados se han convertido en un inmenso, incómodo, incontable, irrespetuoso y universal locutorio telefónico. Gestos. Exclamaciones. Risas gratuitas. Gritos que intimidan y susurros que también. Al instante, uno se convierte, sin querer, en testigo de confesiones, planes, divagaciones, reproches.  Espectador —más bien auditor— de secretos, enfermedades, verdades a medias y mentiras enteras. La vida de otros en definitiva, que al mismo tiempo es la nuestra. Poco a poco, día tras día, año tras año, agresión tras agresión. La búsqueda de la soledad se ha convertido en una insufrible pesadilla. ¿ Dónde estás, querida  soledad ?

Este jueves, relato: Juegos de infancia

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Juegos en el barro. Mi calle era estrecha y larga. Tenía nombre de heroína y ambas, calle y heroína, fueron testigos de mis primeros juegos. Me veo en ella de niño. Descubriendo olores, compartiendo tiempos, haciendo amigos e inventando enemigos. Frente a mi puerta las casas se interrumpían y el sol colaba sus rayos iluminando las fachadas que iban del 60 al 68. Ese gran solar todavía no robado al campo era cuartel general de lagartijas, perros, gatos y alguna que otra gallina. Tengo tres fotos de aquella calle.  En una de ellas, agachado, lanzo una canica de arcilla marrón al aire: Chiva. Pie-bueno. Tute. Matute...  ¡Gua!. Calle de panas y boinas, delantales y alpargatas. Y barro, mucho barro, que despiadadamente nos dejaba la lluvia para enfado de mi madre. Al fondo un solar donde se interrumpían las casas y mi abuela, con la colada repartida sobre el confiado arbusto, recibía gratis el sol a través de linos, lanas y algodones. Yo, con ropa de ensuciar,

Este jueves, relato: Sentimientos encontrados en la Navidad

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Había decidido dedicar la primera hora de la mañana a comprar algunos de los regalos de Reyes. Eran mínimos. Solo unos pocos faltaban para completar mi lista de compromisos. Intuyo un principio de mañana tranquila, la hora es buena y el día todavía no ha hecho más que empezar. Alcanzo las puertas del gran almacén, recién abierto y al fondo veo la sección de música cuando empieza a sonar mi iPhone: —Escucha con atención, me da lo mismo que sea víspera de Reyes, necesito el proyecto, quiero algo para primera hora de esta tarde, ya sabes mi correo. Alterado y confundido llego hasta el mostrador de clásica, busco y pregunto por «La Traviata» de Salzburgo. —Lo siento pero acabo de vender la última —me responde la dependienta. Ya en la calle, en busca de la dichosa ópera  y al doblar una de las esquinas, me tropiezo con un indigente: —¡Dame algo para un café! Rastreo el fondo de mi bolsillo y al tacto reconozco una moneda de 2 euros, no quiero sacar la totalidad de ellas