Este jueves, relato: Sucedió a bordo de un MG METRO.
Por
primera vez y sin que sirva de precedente, voy a alejarme 180 grados de la
ficción y bucear en la realidad. Una historia tan verídica como indecente y, no
sé hasta qué punto verosímil; pero así es como sucedió y así es como la cuento.
Fue en coche, uno pequeño y blanco.
Sonaron tres
veces las campanas del Miguelete, cuando esto sucede después del mediodía
quiere decir que son las 15:00. Terminábamos de tomar el aperitivo de esa
mañana de sábado con el que Regina y yo habitualmente despedíamos la semana
laboral. Como con un gatillo recién disparado la miré y le dije: Si me pagas el
hotel, te invito a cenar en Arzak. Regina, que se apunta a un bombardeo, pidió
la cuenta de la cerveza y las aceitunas,
y me arrastró a casa a por una muda limpia.
Al pasar
Teruel empezó a llover y la conducción era lenta y la demora en la carretera la
hacía más inquietante aún. La mesa estaba reservada para las 21:00 horas. En
Zaragoza, llevábamos una hora de retraso sobre el horario previsto.
-Buenas
noches, soy Alfredo y tengo mesa para las 21:00, quizá nos retrasemos un poco, está
lloviendo y la conducción es muy lenta.
-No se
preocupe D. Alfredo, le esperamos.
En
la autovía intentamos recuperar el tiempo perdido. No solo no lo recuperamos
sino que cruzar Pamplona nos sumó media hora más al retraso. Salvamos el puerto
de Azpiroz y repostamos en Tolosa. Seguía lloviendo.
-Buenas noches, soy Alfredo, lamento comunicarle
que nuestro retraso va a ser algo mayor, estamos en camino.
-No se
preocupe D. Alfredo, conduzca tranquilo, le esperamos.
Entramos en San Sebastián a las 22:40, acompañados de un
pertinaz chirimiri. Sólo quedaba cruzar el río Urumea, por el puente de Santa
Catalina.
-Buenas noches, soy
Alfredo, llegamos en unos minutos, buscamos aparcamiento.
-No se preocupe D. Alfredo, nosotros aparcaremos su coche, le esperamos en la puerta.
-No se preocupe D. Alfredo, nosotros aparcaremos su coche, le esperamos en la puerta.
Eran
las 23:00 cuando entramos en el restaurante, el resto de los comensales nos
miraban como si estuvieran al corriente de las peripecias de nuestro
accidentado viaje. En el hall se nos acercó un señor a recibirnos, se interesó
por nuestro estado de ánimo y después de acompañarnos a la mesa nos dijo:
-Soy
Juan Mari, relájense, aséense, pónganse cómodos, que después de esos meritorios 700
kilómetros, esta noche, yo elijo por ustedes.
Verosimil, Alfredo, totalmente verosimil. La vida agradece esos ramalazos de locura que son los que le dan pleno sentido. Me ha encantado tu apasionante historia.
ResponderEliminarGracias por sumarte a mi convocatoria.
Un fuerte abrazo.
jajaja les salió caro el arrebato impulsivo!!!
ResponderEliminarMuy buena anécdota!...gracias por compartirla
Un fuerte abrazo
¡Ostras! No tuvo compasión en la factura. ¡Madre mía! Pero merecería la pena porque como tuvierais que comer un par de huevos fritos después... Yo me hubiera parado en Teruel :-) la tierra llama :-)
ResponderEliminarUn besazo enorme. Ha estado genial.
Una anécdota así bien merece ser contada. Gracias por compartirla con nosotros. Por cierto, ¡espero que estuviera rica la cena! Jeje. Besos.
ResponderEliminarA mi me ha parecido una historia magnífica y completamente creible. Y por lo tanto no hacia falta la fotocopia que adjuntas. Son aventuras que se viven de joven, para poder explicar cuando uno es un poco más maduro.
ResponderEliminarUn placer leerte amigo
Creía que os iba a invitar a cenar, pero que vá...
ResponderEliminarMe ha pasado como a Tracy pensé que os invitaría a la cena y todo... jajajaja... una historia que a mi me ha parecido divertida, que sería de la vida sin esos arrebatos eh...
ResponderEliminarBesines...
Un acontecimiento motivado por la lluvia, y que menos mal mantuvieron la reservación, ya que en algunos casos no lo hacen. Si la comida fue espectacular valió la pena la cuenta y la aventura. =)
ResponderEliminarSaludos
Esos chispazos son la sal de la vida y cuando se nos ocurren se tienen que aprovechar. Besos.
ResponderEliminarFue amable, aunque salió bastante caro.
ResponderEliminarY es una historia real que parece de ficción. Y demuestra que la lluvia no siempre es poetica.
Saludos.
Bueno, espero que todos esos kilómetros, la cena y la compañía sobre todo, hayan valido la pena... seguramente ha sido algo para recordar!
ResponderEliminarUn beso.
Un arrebato para recordar de por vida, sin duda. Creo que, en ocasiones de semejante pelo, la cuento fue lo de menos ;-) y vuestras vidas ganaron como cinco años más de duración. ¡Salud!
ResponderEliminarHola alfredo, qué buenos esos arrebatos. Aunque este os diera trabajo. Seguro que la compañía y la comida valieron la pena. ¿Es un restaurante muy famoso, verdad? No suelo ir de restaurante y menos de los caros. Por ello no sé nada practicamente de cocineros famosos y restaurantes de renombre. Me duele dejarme la comida en ellos. Será que me sale la vena catalana, ahí, jejeje Un abrazo
ResponderEliminarBueno, recibidos en persona por Arzak, eso si que tiene mérito. Estas cosas suelen pasar, cuando el tiempo no acompaña, puede suceder de todo.
ResponderEliminarMuy entretenido tu viaje y tu relato.
Un abrazo
Bueno, mereció la pena y después de tanta espera y tanta lluvia os pusisteis finos...Cosas así se recuerdan toda la vida.Yo también pensaba que os iba a invitar, hubiera sido lo suyo ja,ja.
ResponderEliminarUn beso
Esta locura nunca me la contaste. Yo haría que Juan Mari la pudiera leer y os reembolsara esa cantidad (más los intereses de demora) jajajaja Y en € al valor actual de aquellas 13.843 pelas del 88. La verdad que tirarse a la carretera un 1 de diciembre por aquellas carreteras de Valencia a SanSebastián bien valían una "misa". Oyes que te portaste como un vasco, joder- Y el Juan Mari nio se enteró.
ResponderEliminar¡¡Bravo!! Porque cuentas tú la historia y tenemos la prueba de la lluvia y de la cena, que si noooo...
ResponderEliminarQué historia más curiosa...de verdad que no se podía quedar en el tintero...
Un abrazo
Un poco cara la cena, pero seguro mereció la pena. Un abrazo Alfredo
ResponderEliminarUn poco cara la cena, pero seguro mereció la pena. Un abrazo Alfredo
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