Tanzania. Las masái
Recogimos a Nema en la puerta del hotel. La joven masài, vestía un precioso Shuka en tonos rojos y azules. Completaban su aire festivo: collares, pendientes, brazaletes, pulseras y un elaborado tocado que casi tapaba su rizada cabeza.
Ni siquiera el Toyota 4x4 pudo con la encrespada colina, En esta época, la de las grandes lluvias, las riadas de agua hieren la tierra con grandes surcos que hacen imposible la conducción. Nema, sacó del interior de su Shuka un móvil marca Samsung y avisó a su familia del leve imprevisto. A mitad del camino nos esperaría su prima Laiza, que nos acompañaría hasta el campamento.
Más de dos kilómetros de valle, sorteando surcos y tierra volcánica arrastrada por la marea del último diluvio. Iniciamos la caminata: Nema, Sebastián mi compañero en el oficio de diseñar, Matie el asistente tanzano que la empresa ha puesto a nuestra disposición “Full Time” y yo. Sólo se oía el viento, baladas de algún lejano rebaño y el ruido sordo de las pisadas sobre la hierba crecida junto a los maizales.
Tal y como avanzábamos el paisaje se hacía más fascinante, puro, con olor a silencio y de intensos colores verdes.
Se nos unió al grupo la nueva masài, engalanada para la ocasión con ropas de exultante colorido rosa y blanco, luciendo en sendos tobillos anchas pulseras multicolores. Media hora más y alcanzaríamos el poblado. Nema y Laiza, caminaban a nuestro paso riendo cualquier observación, se diría que no hablaban, su conversación era una risa continua de agudos sonidos que acompañaban con el brillo de sus grandes y redondos ojos.
A lo lejos, esperando en la puerta del vallado, estaba la familia de Nema, la tribu de Imolea. Su madre Kivuyo, su tía Lukinai, su abuela Esta Likimuran, más primas y sobrinos, niños de chocolate, que deshacían su curiosidad clavándote la mirada, buscando un porqué a esas diferencias de aspecto y color, a pesar de sentirse únicos entre tantos iguales repetidos.
Las mujeres, nos regalan una bienvenida llena de risas y danzas tribales al ritmo de la voz de una de ellas, que tararea un estribillo seguido a coro por el resto. Voces agudas, incansables moviendo rítmicamente los collares de plato que parecen volar en un cuello negro espigado y glamuroso. Orgullosas y presumidos hasta el más mínimo detalle.
A lo lejos, esperando en la puerta del vallado, estaba la familia de Nema, la tribu de Imolea. Su madre Kivuyo, su tía Lukinai, su abuela Esta Likimuran, más primas y sobrinos, niños de chocolate, que deshacían su curiosidad clavándote la mirada, buscando un porqué a esas diferencias de aspecto y color, a pesar de sentirse únicos entre tantos iguales repetidos.
Las mujeres, nos regalan una bienvenida llena de risas y danzas tribales al ritmo de la voz de una de ellas, que tararea un estribillo seguido a coro por el resto. Voces agudas, incansables moviendo rítmicamente los collares de plato que parecen volar en un cuello negro espigado y glamuroso. Orgullosas y presumidos hasta el más mínimo detalle.
Era media tarde, los hombres pastoreaban a varios kilómetros hacia la ladera del Monte Meru, donde los pastos son mayores y la caza es más probable. Ellas, como en toda cultura primitiva, están relegadas a un segundo plano, construyen y reparan la casa, recorren diariamente largas distancias hasta pozos o manantiales para recoger agua y cuidan y educan a sus hijos.
Una vez hechas las presentaciones, las Masài, nos invitan a pasar al interior de la cabaña que parece más importante, la única que tiene una pequeña placa solar sobre el chamizo exterior. No cabemos todos, el interior es diminuto y el brillo de sus ojos se acentúa sobre la oscura piel que parece más negra en la penumbra. El momento es mágico, la abuela Esta se incorpora y vacía el contenido de sémola de maíz en una botella de calabaza, con leche en su interior, lo mueve hasta marear nuestra mirada y vierte el contenido en cuatro tazas de barro cocido, el líquido es grumoso, denso el color y difícil el sabor… de algo hay que morir y éste, no sería mal momento.
Hablamos sobre los jóvenes masài, sus influencias del exterior, su fidelidad a las tradiciones, su supervivencia durante los treinta años de comunismo y especialmente, sobre lo poco que hace falta para ser feliz. Las preguntas sobran, el silencio cómplice se posa en el ambiente, en ese minúsculo espacio que compartimos apretados, tan limitado y a la vez tan inmenso.
Tenemos que partir, la tarde se ha pasado volando y de nuevo entre cánticos, danzas y abrazos cariñosos las mujeres y los niños masài nos despiden acompañando nuestros primeros metros de regreso. Anochece en la llanura, de nuevo Neme, Sebastián, Matie y yo deshacemos lo andado en busca del Toyota perdido. Todavía en nuestra retina, la mirada incisiva, el ébano de su piel y los estribillos de colibrí, repetidos a golpe de gorgorito tropical.
Tenemos que partir, la tarde se ha pasado volando y de nuevo entre cánticos, danzas y abrazos cariñosos las mujeres y los niños masài nos despiden acompañando nuestros primeros metros de regreso. Anochece en la llanura, de nuevo Neme, Sebastián, Matie y yo deshacemos lo andado en busca del Toyota perdido. Todavía en nuestra retina, la mirada incisiva, el ébano de su piel y los estribillos de colibrí, repetidos a golpe de gorgorito tropical.
Una gente, los Masài, que todavía lucha por saber qué es lo suyo y quiénes son. Guerreros a tiempo parcial, obstinados en congelar el tiempo, que me temo, terminarán siendo unos cromos exóticos en un álbum de fotos.
digamos que demasiadas sensaciones, demasiadas opiniones, todo en demasía agolpándose en mi cabeza...digamos que me ha encantado, digamos que el resto me lo resguardo...uf...muy complicado para expresar en sencillas palabras y pocas , las que correspondería a un comentario...
ResponderEliminardigamos que me has hecho pensar mucho...
traeme...no sé, algo...que no sea un elefante, que tú eres capaz, alfredo...
un enorme beso...los medios los dejo para otra ocasion.
Un magnífico paseo y no solo por el lugar y la gente que nos rodeó, es que lo has hecho como el mejor guía.
ResponderEliminarun fuerte abrazo y medio premio, la otra mitad para esa gente.
Muchas gracias por este post. nos abre una precisa y generosa ventana hacia gente que bien merece conocerse.
ResponderEliminarNo sé si me lo perdí, pero me gustaría saber si el motivo de tu viaje ha sido sólo turístico.
Un abrazo.
Gustavo, tanta incertidumbre me preocupa, pero te compensaré con un abalorio masái.
ResponderEliminarCas, de momento me quedo con los dos medios premios a la abuela Esta, ya le regalé mi foulard.
Mónica, ...de trabajo, pero como verás hay que sacar tiempo de donde sea, merece la pena.
Besos
Amigo, me estás dando uno de mis sueños. Concer otros mundos desde nuestro propio prisma y tu observación me llega, la entiendo y aprecio como posiblemente fuera la mía. Bueno, yo a lo mejor sería menos detallista.
ResponderEliminarGracias, conozco la Tanzania verdadera, esos masai de quienes tanto leí pero que nunca pude conocer y que de los que ahora sé algo más.
Abrazos.
Afredo de cuanto sentir estás llenando las maletas, cuando llegues y las abras necesitarás días para apuntalar en tu corazón y en tus recuerdos tantas emociones. Gracias por compartirlas con nosotros.
ResponderEliminarUn abrazo.
Guau! Vas a volver con los ojos llenos de color y el corazón lleno de pequeños-grandes momentos como este.
ResponderEliminarY supongo que será una mezcla muy rara de sensaciones y emociones. Porque también está la miseria y la parte triste de la historia de estos hombres y mujeres.
Te admiro la valentía de comer algo incierto con la convicción de que no pasará nada. Yo no sé que hubiera hecho ... aunque supongo que rechazar el convite sería una especie de desprecio que esta gente no merece. Y bue, tenés razón, de algo hay que morir ...
Un viaje inolvidable sin dudas
Y saliste muy lindo en la foto!
Abrazo
Aprendiste a decir algo mas que Jambo??? Esperamos diccionario tanzano-español en la próxima entrega