Este jueves, relato: Olores. (Revisado)
Vivo
en un octavo.
Cada
día, el ascensor acude a mi planta con la precisión de un tren de alta
velocidad. La puertas se abren, invitándome a entrar a la primera sensación
del día: Un penetrante aroma a café recién hecho.
Pulso
el botón de bajada y comienza la aventura de cada mañana: oler, planta por
planta, intentando adivinar en cuál de ellas es más fuerte el olor a café. Ubicar su origen, poniéndole cara a esas manos que han
mezclado, molido y filtrado, hasta conseguir ese cremoso exprés de tan
exquisito aroma y sabor. El
descenso es corto, y la carrera de olfatear se
concentra al paso de los diferentes pisos.
Podría ser Carmen la del séptimo, se
levanta temprano y a estas horas lleva a la niña al colegio, seguro que
vuelve para apurar el resto de su cafetera.
Manuel
el del sexto trabaja en casa, es informático, pero no me lo imagino trajinando
en la cocina, es más de cafetería.
Desestimo
a la pareja del quinto, ambos trabajan en Iberia y esta semana vuelan a Egipto.
Susana,
la joven viuda del cuarto, bien podría minimizar sus penas en un buen café, sus
ojos tiernos y permanentemente húmedos, necesitan un buen estímulo para
enfrentarse cada día a su recién estrenada soledad.
La
intensidad del aroma me despista, yo diría que se acentúa a capricho, que se
depositó en la cabina del ascensor y viaja conmigo con aleatoria intensidad.
En
el tercero casi siempre hace una parada, Ignacio debe levantarse, ducharse,
vestirse y salir a la misma hora que yo, de lo contrario no entiendo tanta
coincidencia, vive con su madre y él no puede ser el del café, pues también reacciona
ante el delicioso aroma.
María,
sube en el segundo, todas las mañanas baja a pasear a su dálmata, podría ser
ella, Ignacio y yo nos miramos compartiendo un deseo oculto: por una mujer así, si además, es la del café, bien se podría perder la cabeza.
El
primero no cuenta, a esas oficinas llegan más tarde y las señoras de la
limpieza vienen desayunadas de casa.
Cada
día, el misterio del excitante aroma del café, me hace pensar que ese, puede
ser un buen día. Mañana, ya tendré tiempo para descubrirlo.
El aroma a café quizás sea uno de los que más se nos instala y nos marca. Pese a intentarlo, preparándolo en la misma cafetera y con la misma marca, nunca logré preparar uno tan oloroso y tentador como el que compartía con mi mamá cada tarde. Se ve que lo endulzaba el placer compartido...
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
El aroma del café de mi casa lo podrías oler en todas las plantas, en mi casa siempre hay café recién hecho. Si quieres una taza
ResponderEliminarEl olor a café... El olor a té... Hay aromas que son tan nuestros que desconectarnos de ellos es imposible.
ResponderEliminarBesos enormes.
Puedo decir que mientras te leía he podido oler ese café recién molido y casi, casi beberme la taza de tan intenso que lo has plasmado entre las líneas... Hay aromas que simplemente nos asedian la nariz y no podemos dejar de olerlos, nos acompañan...
ResponderEliminarBesines...
He estado oliendo a café, como si hubiera ido en ese ascensor.
ResponderEliminarQué bueno...el relato y el olor a café! Nos has hecho un paseo muy descriptivo por todos los pisos en busca del café perfecto. Un relato impecable que creo recordar...
ResponderEliminarUn beso
El olor a café es uno de los más especiales para mí... me transporta... me hace recordar... y es que en mi vida, el café ha sido siempre motivo de encuentros.
ResponderEliminarMe encantó tu relato Alfredo, un beso.
Ese olor a café para mí siempre 'sabe' mejor que el brebaje mismo. E igual me pasa con el pollo asado cuyo olor promete delicias que incumple la comida, el pan y los pasteles... Gracias por este viaje cafetero. Un abrazo
ResponderEliminarEl próximo jueves te invito un café...dicen que en venezuela se hace uno bueno, aunque me gusta mas el colombiano..besos
ResponderEliminarEn tu descenso tu mente va alerta, perceptiva, es curioso, me hiciste recordar el recorrido que hacía del colegio a casa, había una calle que era especial, a cada paso que daba me llegaba siempre un aroma, sí que se extrañan aquellos tiempos
ResponderEliminarUn beso, Alfredo
Alfredo, puede parecer increible pero en Londres nos llevó a una cafetería distante unos doscientos metros, callejeando, el olor a café. No abundan las cafeterías de café expreso en esa ciudad. Parecíamos sabuesos siguiendo un rastro. Original y bien desarrollada propuesta tu entrada para esa semana de olores.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Te leo frente a mi café del desayuno y puedo asegurarte que hoy me da a mi que hasta su olor es más intenso. Voy a ver su sabor.
ResponderEliminarBesos.
El aroma del cafe, la vida de los vecinos y vecinas, y todo desde el ascensor.
ResponderEliminarUn abrazo.
Que bueno el aroma de café recién hecho y que buen olfato para pasearnos en tu relato por todo el bloque de vecinos.
ResponderEliminarUn saludo
Qué maravillosa oda a la cotidianidad. Y ese misterio que nos ayuda cada día a coger el ascensor. Un paseo magnífico el que nos has brindado.
ResponderEliminarUn abrazo
Que recorrido más intenso, he quedado impregnada de olor a cafe y eso que yo no soy muy cafetera, pero ese olor me transporta, abrazos.
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