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COT_idianeidades: Sonsonete irreverente

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  Sonsonete irreverente. No me despido.  Sigo aquí… a veinte palmos del suelo. Os miro, os veo, os siento… ¡a todos!: Familia, amigos y enemigos —que alguno hay— y lloro de felicidad, si es que un alma en pena puede llorar de algo o por algo. Dijo Lavoisier: “ La materia  ni  se  crea ni  se destruye ,  sólo se transforma ”. Siempre me he preguntado si, llegado el momento, tendría la oportunidad de elegir y si es así quiero ser música, y más aún, canción, y más todavía, un dueto, y más si cabe «Vogliatemi bene».  Pero mientras muero, tanto me vale Puccini, como mi otro músico de cabecera, «el Llach» :  «Ara sols queda la música, Eudald ah, si no fos per la música, Eudald que ens obre empare a tantes ànsies que omplen d'angoixa el cor». (*) Así que, alargo mi presencia unos minutos más en este valle de lágrimas y con las mías os dejo. (*) «Mira cómo suena la música, Eudald, aún nos queda la música, Eudald, para que nos conmueva, para que nos una, para que nos traslade all

Este jueves, relato: La vejez

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  —Buenos días, José. Soy su médica, la doctora Pitarch. ¿Me recuerda? ¿Cómo está hoy? —Muy bien. ¿Cómo voy a estar? ¿Y qué quiere de mí, doctora? —Solo saber cómo está, si se toma la medicación. Es importante que la tome; pueden retrasar la progresión de algunos de los síntomas de grado moderado a severo de la enfermedad. ¿Va al baño usted solo? —Sí, si es por el día, por la noche me acompaña Natalia. —¿Reconoce a esta persona de la foto? —le preguntó enseñándole una imagen de su hija. —Sí —respondió—, es mi madre. —¿Y esta otra? —volvió a enseñarle, en esta ocasión, una de su madre. —No, no sé quién es. Me suena, pero no. Me quiero ir a casa —suplicó. —Bien —asumió la doctora—. ¿Tiene mareos, náuseas o vómitos? —No, a veces me duele la cabeza. —¿José, me deja que le coja la mano?          —La mano... ¿para qué? —miró a su hija pidiendo aprobación. —Quiero que me sienta cerca. Que confíe en mí —José afirmó con cierto recelo—. ¿Qué ha hecho hoy? —He estado en

COT_ideaneidades: De puente pandémico

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  En en rellano de casa. «A ver... ¿lo llevo todo? L a crema solar con protección 9...  el bañador de lunares amarillos,  las chanclas a juego,  las gafas de sol (graduadas, claro),  el último de Elvira Lindo,  mi nieto (y sospecho, que también sus padres),  pastillas para los mosquitos.  pastillas para la tensión,  el MP4 con los Grandes Éxitos de Antonio Molina,  la sombrilla de Coca Cola,  el pijama a rayas para la siesta,  el balón de NIVEA (para ligar en la piscina),  mi mujer... ¡por Dios, que no se me olvide mi mujer!,  el portátil... ¡Vale, vale... el portátil no!» En fin, que no es un adiós, tan sólo un hasta luego. Sacudo el pañuelo blanco tamaño folio para que resulte más cómodo el movimiento y dejando flotar la sonrisa cómplice por lo que todavía nos espera, dejo asomar media lágrima de afecto para todos aquellos sufridores en casa que siguen las restricciones de Sanidad.      Entramos al ascensor y en un par de minutos nos plantamos en la puerta de la azotea. Por fin, la

Cot_idianeidades: París

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  París   París, bien vale una misa… aunque sea de difuntos. Miles de pájaros anidan sus árboles y el aire se llena de una música que aturde. A primera vista —más bien, a primer oído—, los cantos se mezclan fundiéndose en una cortina musical de difícil ubicación. Es cuestión de Fe y de concentración. El paseo por una de sus grandes avenidas es lento y trascendente. Gris y húmedo, en París casi siempre llueve; y esa llovizna tan parisina templa la emoción. Lo justo para escuchar el trino de un ruiseñor o a la golondrina, que de lejos cuchichea: Je vois la vie en rose. Il me dit des mots d'amour . A las avenidas le siguen estrechos y sinuosos caminos. Las tórtolas resabiadas permanecen en las alturas lejos de los ejércitos de orondos gatos que desean amarlas hasta la muerte. Entre sauces y limas, un cansino y psicodélico eco repite: This is the end beautiful friend. This is the end, my only friend, the end. El entorno es frondoso, natural, y un moho regado de rocío vesper

COT_idianeidades: 2 òperas 2

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                     Días de confinamiento, de mini vacaciones forzadas o de maxi puentes intangibles, días de horas libres, de ocio descontrolado y disposición para recuperar actividades caseras y situaciones aparcadas en la que está siendo una época incómoda y excesivamente larga. Sin saber cómo, instintivamente, se extiende el brazo a la estantería donde reposa ese libro por terminar, ese capítulo por escribir, esa película por ver de nuevo o esa música que recordabas con cierta distancia, que habías olvidado y que siempre querías volver a escuchar. En esas estaba, cuando en el fondo de una hilera de DVDs reparo con sorpresa en dos óperas que creía perdidas o prestadas, que casi viene a ser lo mismo: La Traviata de Aix-en-Provence (2.003) y La Boheme de Sydney (1.990).    Tengo que reconocer que no son dos grabaciones de referencia, pero por tratarse de lo que se trata y recordando que su estética en su día me fue enormemente reveladora, alimento la posibilidad de una revisión c

COT_idianeidades: Mi barrio

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  Tu Barrio. Empiezas a andar, no te puedes perder; conoces esta parte de la ciudad como la palma de tu mano. Naciste por aquí cerca y podrías contar cosas que ya no existen. Estás en la puerta de la Biblioteca Municipal, perdón, para ti, el Hospital de los Pobres Inocentes. Andas sin prisas, sin intención, sin objetivo y pasas por el lugar donde estuvo su puerta principal, sin embargo no es ese detalle el que te viene a la cabeza, lo que recuerdas es un pequeño torno con una puerta basculante en la que abandonaban a los recién nacidos —aquellos que acabaron llamándose «Expósitos»—.  Pero, creo que no se trata de que veas lo que no hay sino de que descubras lo que hay. Sé lo que vas a encontrar al doblar una esquina. Echas a andar con las manos en los bolsillos. Es noche. Avanzas y te detienes a cada paso intentando exprimir ese paisaje al que tan acostumbrado estás; esos locales que, con sus puertas cerradas, evidencian una crisis irreversible, y los que quedan abiertos muestran una

Este jueves, relato: De carnavales y demás fiestas

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    Nueva Orleans, 2120.   Me di cuenta que seguía mirando como un tonto los restos de lo que un día fue el centro del Mardi Gras. Me agarraba al respaldo del banco esperando decidir cruzar la calle Canal y asomarme a fastuoso río Misisipí. Era viernes noche, podía imaginar el enorme y satírico desfile de Krewe D'Etat. También los de Endymion y Bacchus a los que, puntualmente, asistían actores de cine, cantantes y otra gente famosa que iba a bordo de las decenas de carrozas que formaban parte de la fiesta. Me vi en un ruinoso y corroído espejo de envejecidas manchas ocres y me descubrí cansado. Sin duda era yo, y mis ojos y mi pelo y mi tristeza; y el color de mi piel era el de siempre. Sin embargo, en el deteriorado espejo, detrás de mí, se relejaban imágenes de fiesta: músicos callejeros, carrozas engalanadas, bellas mujeres embadurnadas con confetis y serpentinas luciendo desnudos y dorados pechos; y musculosos hombres disfrazados con máscaras y todo tipo de ropajes. Incluso mi

COT_ideaneidades: El beso pagado

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  El beso pagado Como un niño… Me puse a temblar como un niño. Aún recordaba lo que se decía de Renata: seducía, embrujaba, hechizaba... y todo eso con tan sólo un beso. Dejaba tras de sí ejércitos de idiotas lastimados por su magia. Ilusos que renunciaban a su mediocre vida para suicidarse con una aventura tan apasionante como imposible. Llegó el día e impulsado por una decisión, cuyos resultados desconocía, compré un beso. El peso del pecado generó incertidumbre. Me preguntaba a cada segundo... ¿La besaré? Ese beso era mi primer beso y no lo podía ni lo quería perder. No me asustó la seducción, el embrujo o el hechizo, ni siquiera los miles de besos diferentes que daría a partir de ese primero. Esperé mi turno y cuando llegó el momento... ¡La besé! O tal vez, casi seguro, me besó ella. Un beso agridulce con el que vi el cielo y el infierno a la vez. Fue ese pecado leve que sabe a sal y azúcar al mismo tiempo. A calor y a frío. A saciedad y a insuficiencia. A placer por el beso recibi

COT_idianeidades de un pensador: «La tele».

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  La tele Castigo de Dios, ¡seguro! En esta compra he invertido todos mis ahorros, 600 euros. Todo el saldo después de restarle a la pensión, alquiler, luz, gas, agua, súper y, lo más importante, el seguro de Santa Lucía—. He invertido, decía, comprándome una tele —no una nueva, que también—, la primera de mi vida. Pero no la oigo. No es que esté sordo, no —que algo sí estoy—; es que las adversidades sonoras y acústicas me agreden todas a la vez. Los gritos incesantes de los niños de un colegio próximo; la agresiva circulación constante de coches y camiones que transitan como locos por la puerta de mi casa; la vecina de arriba —y a veces, la de enfrente, y otras, la de abajo— que cantan a grito pelado lo último de Bisbal; el obrero del cuarto que ha entrado en fase de demolición de tabiques y su pelea con los ladrillos es como un combate ininterrumpido. Por la noche, cuando todo vuelve a la calma y callan los niños, las vecinas, los coches, los camiones y la maza del albañil reposa

Sueños pandémicos

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Sueños pandémicos Tranquilo, tengo en mis manos tus sueños de esta noche y te aseguro que son inspiradores y reconfortantes. ¡Por fin algo me distancia de la muerte! Te cuento...: Había nacido para no ser nadie ni nada. Las diferentes etiquetas con las que el tiempo ilustrarían mi cuerpo dejaban bien clara mi identidad: Androide, robot, asesino, autómata, muñeco, extraterrestre, cósmico, ángel, demonio. Todas ellas se superponían unas a otras como las capas de una cebolla, y todas, y cada una, me mentían como imágenes deformadas en un espejo convexo. Con el tiempo —tiempo, que no medía ni sentía—, y como proyecto 4.0 por rastrojo, fui portador de los más variados menesteres. Olía a aceite, a circuito, a memoria, a quemado, a ausencia, a oscuro; olí a rancio el día que, sin saber lo que era, perdí la fe, también la esperanza. Compartí anaquel con otros de igual ruido, color, tamaño y abandono. En horizontal, descansando sobre la mesa de acero inoxidable, esperaba que la mano experta del

Este jueves, relato: Una Nochevieja diferente.

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31 de diciembre de 2020 La habitación era oscura y fría. Un soplo tímido de luz se colaba por aquel enrejado ventanuco cuya única hoja no abría desde hacía años. Nunca, en la cena de Nochevieja, había estado tan solo. Su irreversible estancia en ese cruel entorno jamás le había deparado una noche tan triste e interminable.   Empezó con un viejísimo amontillado de Pedro Ximénez con el que acompañó un salteado agridulce de frutos secos. A continuación le sirvieron unas delicias de morcilla de Burgos con habitas que regó con un potente Pago de Carrovejas —viejo conocido de los barros de Peñafiel—. Siempre le llamó la atención el maridaje que habían impuesto las modas en la restauración, del que nunca había sido partidario; pensó que ahora el ceremonial lo requería. Giró la copa, que movió en círculo viendo como el rojizo caldo se paseaba por el interior del cristal. Buscó, iluso, con la mirada perdida, un cómplice con el que brindar. La Dorada a la sal, fue su tercera elección, guarne

Este jueves, relato: Navidear

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Mi calle, en Navidad Mi calle era estrecha y larga —así, la recuerdo—. Esa calle, de casas de un solo piso y planta baja con corral, tenía nombre de heroína y, ambas, la calle y la heroína, fueron testigo de mis primeras navidades. Me veo en ella niño, descubriendo olores, compartiendo juegos, haciendo amigos e inventando enemigos. Frente a mi puerta, las casas se interrumpían y el sol se colaba por ese hueco iluminando las fachadas que iban del 60 al 68. Ese gran solar —casi campo abierto— era cuartel general de lagartijas, perros, gatos y alguna que otra gallina desertada del algún gallinero cercano. Desde mi habitación adivinaba el paso de los coches por las luces que se reflejaban, deslizándose fugazmente, en las paredes y techo en penumbra. Quise coger miles de veces aquella luz, que siempre me sorprendía con inesperada ventaja. Junto a aquella luz, otras, aparecían de la nada siempre el día 22 con la cantinela de la lotería de fondo. Unas luces y otras anunciaban la Navidad. Luce

Este jueves, relato: Chocolates

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El sol, todavía sesgado, entra de este a oeste y aún no alcanza el suelo. Las puertas se abren. El mercado empieza a animarse. El público llena los pasillos en busca de la primera delicadeza que echar en su bolsa de la compra. Facundo es el de los chocolates. Todo lo tiene ordenado a lo largo del mostrador y en la vitrina trasera. Es el único vendedor que hace siesta arbitraria e indiscriminada. Su edad y obesidad le producen un sopor que hace que el sueño le venza a cualquier hora del día. Primero se deja caer sobre un banco sin respaldo apoyando la inmensa espalda en la vitrina trasera. Sueña, en segundos, una historia que dura mi­nutos y que le perturba siesta tras siesta: «¡Abre la parada y los chocolates no han llegado!».   El negro siempre llega el primero, tarde pero el primero. Serio y circunspecto. Refunfuña y protesta hasta el aburrimiento. Su primo pequeño, el que es con leche, que siempre le acompaña, no le hace caso. Mejor así. El con pimienta está a punto de

Este jueves, relato: Historias olvidadas

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                                                                                                                            Tésalo (Luis Arias) En el prólogo del libro «Este jueves, relato, I» —Ejercicio narrativo que fija en fecha y papel las inquietudes de nuestro grupo—, su creador Luis Arias, más conocido por Tésalo, en un alarde de abstracción reflexiva, subrayaba estas pequeñas joyas: «Una convocatoria es un abrazo, por lo tanto no hay lugar en ellas a imposición alguna». «La vocación, ¡por fin!... ella es la clave». «He sido de ti, como has sido de mí a lo largo de estos años, nos hemos hecho uno y otro cada jueves». Casi diez años después, nuestros blogs siguen escupiendo convocatorias y respuestas en un bucle que no parece tener fin. Desde mi blog, en esta ocasión, me tomo la licencia de lanzar al aire este «Recuerdo juevero»,   homenaje al padre de la criatura: «Querido Tésalo, este jueves próximo podría ser más o menos el que hace 440. Mucha batería se ha consumido

Este jueves, relato: Reuniones

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  Colores para la Navidad .   El primero en llegar fue el rojo, serio, elegante, luminoso; era el responsable de la reunión. También era el más relevante, cabeza visible y portador de emociones y sentimientos, parecía que todo giraba a su alrededor. Cuidadoso y pulcro ordenaba sobre aquella superficie transparente los guiones personalizados que mas tarde repartiría con la precisión de otros años. En segundo lugar llegaron, juntos, el amarillo y el verde. Alegres, vivos y frescos, canturreando por lo bajo algo de una zarzuela que no llegué a reconocer. Ambos con cometidos diferentes: el primero para enlazar, envolver, atar los buenos deseos y proporcionar la fortuna soñada y, el otro, el verde, como soporte o fondo, algo así como la esperanza en forma de espacio escénico donde se sucedían los momentos de más fuerza interpretativa, ambos sabían de la importancia de su papel, aunque sólo fuese un papel secundario. El dorado entró, aún sin haberse cerrado la puerta, vestido de trig

ESte jueves, relato: Monólogos

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  Hoy he despertado con raras vibraciones. El aire transmitía partículas invisibles de inquietud que se sentían como diminutos cristales de nieve golpeando en mi cabeza. ¡Maldito confinamiento! Hasta Pavarotti, mi canario de volar por casa, que todas las mañanas ameniza mi baño con melodías varias, ha quedado mudo y sordo al mismo tiempo. He minimizado la situación achacándola a algún fenómeno esotérico de difícil explicación y me he lanzado al agradable ritual del desayuno que se compone de un par de esplendidas madalenas, un café con leche con una cucharada de azúcar. El verdadero caos ha venido de la mano de lo más próximo: las magdalenas habían endurecido inexplicablemente, la leche, abierta del día anterior, presentaba en su superficie unas sospechosas manchas de color y olor rancio y, el azúcar —porque ponía "AZÚCAR"—, era sal. Algo había en el ambiente que lo hacía indisciplinado, desobediente, raro de cojones. He intentado no perder los nervios. He puesto la telev

Este jueves, relato: Relojes

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  Apunta el día cuando salgo del hotel. Las calles aún están vacías. Mi primer objetivo es comprar un reloj en el centro Apple de la Quinta Avenida. Una hora más tarde, después de traspasar datos, configurar y agendar contactos, comienza mi aventura por la ciudad más frenética del mundo: «Ride the Wave» —«Cabalgar en la cresta de la Ola»—.   Estreno reloj, un Apple Watch Nike de color gris mar revuelto. Una y otra vez me pregunto cuánto de verdad tendrán las excelencias que el empleado ha argumentado en su venta. 9:00h. La alarma me avisa con una agradable vibración en mi muñeca mientras suena Cecilia Krull dibujando en el fondo de la minúscula pantalla un bello y endiablado cielo rojo. La sugerencia digital empieza con una visita a la primera planta del Time Warner Center, la diminuta pantalla confirma una reserva para un completo desayuno en Dean & DeLuca. A la salida paga Apple, o al menos lo parece. 10:30h. Con la manga de mi camisa escondiendo —a propósito— el recién

Mi «Plaza ...» cumple años

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El blog «La Plaza del Diamante» cumple 13 años. 13 razones (una por año) para celebrarlo: 13 años de vínculos reales en un entorno virtual. 13 años de milagrosa supervivencia en un medio fugaz y veloz. 13 años de soñar, arriesgar, omitir, gritar, reivindicar y errar. 13 años de descubrir corazones e imaginar caras. 13 años alimentando un proyecto frívolo que me sigue enamorando. 13 años de imaginar y mezclar palabras sin olvidar mi origen e identidad. 13 años de aprender de tontos y enseñar a listos. 13 años de compartir halagos, casi siempre por casi nada. 13 años garabateando retóricos escritos y desmedidas ficciones. 13 años acusándome, con y sin motivo, de escribir e ir a mi aire. 13 años de aparecer y desaparecer —Como el Guadiana—. 13 años de mirar hacia adelante sin olvidar mi sombra. En fin, 13 años de locura internáutica compartida.  Y es que, mi Plaza y yo, somos así. Gracias por estar. Alfredo..., el de la Plaza del Diamante.