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Este jueves, relato: Encuentro con mi pasado

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                           Encuentro con mi pasado. Echo la vista atrás y veo un gran contenedor. Un cubo de cristal de evidentes y enormes seis lados y cuyo interior está casi lleno. Lo examino de reojo dando vueltas alrededor de él.  Me puede la curiosidad. Es un cubo sobredimensionado.  De sus paredes transparentes cuelgan, entre otros objetos, fotografías en brillo poliesterizado de gran formato. Todas ellas representan la perspectiva de un espacio delimitado de cristal y, ocupando su interior, los más diversos objetos.  Me sobrecoge una extraña y mágica visión que provoca un sinfín de reflexiones. Me veo en él.    Me descubro y me distingo espontáneamente perfilado.  Dentro y fuera.  Fuera, espectador de mis recuerdos y dentro, vacío para recibir y alojar en mi interior lo que sea de menester. Las fotos vuelcan emociones, pasiones, traiciones, gente y más gente que empuja y codea por situarse bien; otros, los menos, seres queridos a los que no quiero perder de vista y en un rinc

Isas y Folías

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Tarde de Domingo. La vorágine de películas, deportes y telediarios me ha dejado hundido en el "tres plazas" de chinilla granate. A lo largo del día he fabricado campeones, odiado a políticos, soportado publicidad, compartido paella y devorado gintonics.  La película de la tarde es un atentado al buen gusto. Zapeo; ésta no, que es de sangre regalada y tiros gratuitos, esta tampoco que es muy "ñoña", esta ni hablar, ya la he visto.  Y en ese ejercicio tan cuestionable como socorrido que es el “Zapeo” sintonizo con la Televisión Canaria y...   ¡ Oh, sorpresa! Un grupo de niños cantan Folías, detengo el pulgar durante unos segundos y mantengo el dedo en el aire, como desubicado, esperando un segundo sobre el mando para seguir; pero la melodía tiene algo,  la escena tiene algo,  los niños que cantan tienen algo que, acompañados al son de timples, violines y guitarras, me descubren y recuerdan lo más  trascendente del folklore canario. Son voces primarias, limpias y poten

Este jueves, relato: Insumisos

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            Que nada hay donde miran tus ojos. Que hacia dónde vas nadie te espera. Que eres cautivo de quimeras aún adolescentes. Que es inútil el gesto de tu corazón aún demasiado valiente. Que no habrá manos para las tuyas, si están vacías por bondad... Así te amo, insumiso a las armas. Así te amo, si el coraje no deja que sometas a nadie. Porque ni sabes ni quieres aprender el terror; porque no sientes ni crees en el odio para tus proyectos de amor; porque no eres la chatarra de un robot asesino; porque imaginas la paz más allá de un mercado entre verdugos. Siempre hay una primavera que nos espera más allá del sueño... Así te amo, insumiso a las armas. Así te amo, si el coraje no deja que te sometas a nadie. Letra y música: Lluis Llach   Más sobre insumisos en el blog de Inma.   

Este jueves, relato: ¡Queridos profes!

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Este jueves, relato: ¡Queridos profes! Don Félix se tapaba la boca para hablar; no sé si para moderar el comentario, para revelar en cómplice generosidad su sabiduría o para asustar con premeditación dejando ver un hilo de voz gruesa y ronca a través de sus dedos. Su boca, medio oculta, escupía y sentenciaba frases hechas con derechos de autor pertenecientes a terceros desconocidos y, en contra de lo que se podría pensar, estaban exentas de drama y cargadas de ternura. Su corbata, descolgada, de lazo gigante y suelto, tapaba una camisa blanca palidecida, escondiendo la falta de uno o dos botones que delataban la presencia de un escapulario de origen ignorado. Rodeaba su cintura una correa de piel marrón con agujeros a la vista que revelaban una considerable merma en la circunferencia de su vientre. Don Félix era de los del Cara al Sol cada mañana —para fortalecer la formación del espíritu nacional, decía—, y de la vara de medir —para mantener la atención a golpes rápidos y d

Este jueves, relato: Objetos

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Objetos. Costura. El local, en principio pequeño, estaba atestado de artículos delicados ordenados en estantes y pequeñas cajas transparentes que dejaban entrever todo tipo de carretes de hilo, cintas de medir, botones, blondas y un sinfín de productos de pasamanería Ella, mientras hablaba, seguía cosiendo, pespunte tras pespunte, hilván tras hilván. Los ojos perseguían la aguja haciéndola coincidir con la tela, primero, y después con la superficie metálica del dedal. Una y otra vez enhebraba la aguja llevándose el hilo a la boca donde lo cortaba con los dientes. Por la noche, solía hacer los encargos de la modista del centro. Eran los momentos de mayor paz y concentración. El silencio de la noche era inspirador, y yo, al fin y a la postre, acabaría durmiendo en unos minutos. Los encargos de la señorita Julia le permitían adentrarse en un universo de lujo; con esas prendas entre sus manos podía soñar, y la noche, para esos sueños, era lo mejor. Con frecuencia me preguntaba qu

Este jueves, relato: Participantes

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M Y r i A M M ó N I c a G a B I L a n T E C e C Y C A M p i R e L A D i V a d e N o c H E M O L i d e L C a n Y E R M a R í a J o s É A L f R e d A L b a d A D O s V í c T O R M ağ a de Q a M a r M A r í A L i B E R o n a D e M I u r g o M u j E R D E N e g R o A L f r e D o

Este jueves, relato: Objetos [Convocatoria]

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En la nómina postmorten que realizaban los notarios en el siglo XVIII, apenas se relacionaban una docena de objetos personales por cada difunto. Hoy en día cada habitante occidental almacena un promedio de 75 muebles y un total aproximado de 110 objetos personales —los cuales se renuevan vertiginosamente de forma semanal, mensual o anual, en su mayoría—. La industria vomita sin descanso miles de millones de objetos cada año, para ser vendidos, usados, revendidos, maltratados, olvidados y, finalmente, abandonados. Pero hay objetos y objetos: los que forman parte de nosotros, que nos acompañan dónde vamos; que, tan próximos, tan cotidianos, tan nuestros que incluso han llegado a protagonizar alguno de nuestros más vitales sucesos o a acompañarnos en el desenlace de otros. Así, pues, hoy vamos a contar, inventar, exagerar, mentir o confesar cómo algunos de estos objetos han protagonizado un instante de nuestra vida. Adjunto objetos cotidianos para vuestra inspiración, con la l

Este jueves, relato: Plop, plop

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Plop… plop. Creo —me atrevería a asegurar— que todos tenemos uno. Algunos, dos o tres. Mi plop… plop es un tic, tac… tic, tac . Mi tic, tac vela a mi lado; vive, reza, duerme, bosteza y hasta ronca conmigo. Es díscolo, trasgresor, inicuo. Se manifiesta caprichosamente con un secuencial y molesto orden. En un primer sueño, el más profundo, me descubre a un niño saltando un muro. Lo recuerdo a trozos , como fragmentado, sorteando charcos de agua embarrada, aupándose sin llegar hasta la cara superior de esa pared, cubierta de vidrios. Mi tic, tac me moja el cuerpo. Me confunde. ¿Ese niño…? Le intento ayudar pero sus piernas se escurren entre mis manos. Me fijo en sus ojos, no tiene. Después de dar vueltas en la cama, voy al baño, bebo agua, apago la luz y escondo de nuevo mi subconsciente bajo la almohada. Mi tic, tac me dibuja al niño indefenso, frágil, amenazado y le grito: «¡Salta! ¡Date prisa! ¡Te ayudo!» Mi grito, mudo, se apaga. A lo lejos, un Kalashnikov escupe

Calenturas de verano. [1] Otros agostos...

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Otros agostos. «A ver... ¿lo llevo todo?» Me pregunto y me respondo: «L a crema solar, protección 9;  el bañador de lunares amarillos;  las chanclas a juego;  las gafas de sol (graduadas, claro);  el último de Posteguillo;  mi nieto (y, sospecho, que sus padres);  pastillas para los mosquitos;  pastillas para la tensión;  el MP4 con los Grandes Éxitos de Antonio Molina;  la sombrilla de Coca Cola;  el pijama a rayas, para la siesta;  el balón de NIVEA (para ligar);  el portátil; ¡Vale, vale... el portátil no! y mi mujer,  ¡por Dios, que no se me olvide mi mujer!  En fin, que no es un adiós, tan sólo un hasta luego. S acudo el pañuelo blanco, tamaño folio, para que resulte más cómodo el movimiento y, dejando flotar la sonrisa cómplice por lo que todavía me espera, dejo asomar media lágrima de afecto para todos aquellos sufridores en casa, que me siguen leyendo y que siempre encontrarán un banco a la sombra en esta querida plaza».

Este jueves, relato: Internet

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Vivimos de la imaginación. Vivimos en un inmenso archivo de medias verdades y el contacto con la realidad no sólo nos decepciona, también nos paraliza. Nuestra sensibilidad se ve reducida a un ligero paquete de emociones que filtramos a golpes de ficción, e Internet es el Olimpo de ella. Esta realidad irreal se produce como algunos acontecimientos espaciales a partir de unas extrañas e inusuales coincidencias naturales; casi tan rápida como un atardecer, como una conexión a ciegas, como un bautismo internauta: «Mi  nombre  es  I.P. 134.32.106.42, es lo único de verdad que exteriorizo. Las máquinas no se equivocan y esta identidad es la única real que manifiesto y no la puedo obviar. El nombre de mi blog, mi contraseña, mi perfil, mi foto, mis intereses, mi edad, mi signo zodiacal o el chino, son los que son, pero podrían ser otros bien diferentes. Un día se cruzó en mi camino internáutico el I.P. 23.127.89.33 y me dejó un comentario: "Hola, soy Altea, llego a ti a travé

Un día en Londres.

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Un día en... Londres 7’30 Con ropa deportiva atravesamos en hall del Grosvenor House y, una vez en Park Line, buscamos la entrada próxima a Hyde Park. Hace frío en este día de invierno, frío del que el corredor se sustrae fácilmente por la belleza del lugar. Giramos en el Speakers’ Corner y seguimos hasta la orilla del Lago Serpiente, a continuación el palacio de Cristal y de nuevo camino del Hotel. 9’45 La primera distancia la cubrimos en metro, la entrada más próxima está en la esquina de Park Line con Oxford St. cerca del arco de mármol blanco que da nombre a la estación del suburbano: Marble Arch. Después de algún trasbordo, llegamos a nuestro primer destino, una de las librerías más impresionantes de Londres, Waterstone’s, hay otras de la misma cadena en la ciudad pero este edificio tiene algo especial, mantiene el aspecto y sabor de los libreros que le precedieron, la famosa librería Dillons, tal y como la conocimos en Torrington Place. 12’00 Es hora

Este jueves, relato: Escaleras

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Escalera vital. Mi vida es como una escalera multicolor. Me descubro iniciando la subida, los colores están allí y yo tengo que cubrirlos. Miro el primero, amarillo, y me veo espontáneamente perfilado, aparentemente hermético, dentro y fuera. Subo. El segundo es verde, accesible, como yo, pero vacío para recibir y alojar en su superficie todo lo que venga: ordenando, racionalizando, apurando los milímetros que adivino y piso. Subo. El tercero, rojo; acerco mi vida y vuelco emociones, traiciones, gente y más gente que empuja por adelantarme en la subida. Detrás, manos amigas me sustentan. Subo. El cuarto es naranja, al pisarlo se me descuelgan kilos de textos, enciclopedias, libretas, lápices y gomas de borrar; billetes de avión arrugados por el miedo, la factura húmeda de un hotel de Venecia, camisetas con el número 3 y cientos de zapatillas rotas por su continuo encuentro con la tierra. Subo. El siguiente es violeta; allá va mi colección de vinilos, mis cartas

Este jueves, relato: Mudanzas

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Primero fue la mudanza. Que si esto no porque esta viejo y esto tampoco porque es de tu madre y esto menos todavía porque está pasado de moda y aquello ni se te ocurra porque a saber cómo ha llegado hasta aquí y esto otro ni pensarlo porque… ¡La mudanza! ¿Qué mudanza?, si la mitad de mis cosas se quedaban perdidas, olvidadas, dilapidadas e irrecuperables para siempre. De esa mudanza o lo que es lo mismo: alevoso atentado o irrespetuoso abuso o irreverente expolio solo quedó el derecho al pataleo más infantil e indefenso que os podáis imaginar. Todo lo suyo cupo, ordenado, en el espacioso contenedor del inmenso camión y lo mío, desordenado, en el irregular y minúsculo capó del coche. Segundo fueron las obras en la nueva casa. Había costado poco y pensamos que, con algo más de inversión, nosotros mismos podríamos restaurarla. Sólo había que sanear algunos tabiques, actualizar la fontanería, barnizar las puertas y ventanas, y que con una mano de pintura, quedaría como nueva —o

Este jueves, relato: Cuentos de botica, boticarios y demás sanitarios.

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Hoy he estado en el hospital; ese al que acudimos muy a pesar nuestro acompañando a alguno de nuestros hijos con una brecha en la cabeza o siendo acompañados por alguno de ellos porque se nos ha disparado la tensión; ese en el que esperas de pie horas y horas hasta que pillas una silla donde pasar más horas y horas esperando con ansiedad creciente un estridente altavoz que me señale con el dedo diciéndome: «¡AC327, pase por la consulta 22!»; ese en el que sabes a qué hora entras, pero no a qué hora saldrás: Expedientado, visitado, radiografiado, diagnosticado, medicado y recetado en menos de quince minutos —Que podrían haber sido menos, si las enfermeras hubiesen dejado los detalles de la próxima boda de la Presley para otro día—.   Sin embargo y en otro orden de cosas no es tan mala la soledad del paciente visitador de Hospital cuando las cosas suceden en silencio apacible, con celeridad y eficacia y sobre todo cuando te aseguran que lo tuyo, no es un desplazamiento de la prót