Palabra 50 de 53: Pasión
Un deseo largamente anhelado a tan sólo una carrera de
taxi.
–¡Avd.
del Mar, 33!
–¿Hotel
Malvarrosa? -adivinó el conductor.
–¡Sí!
–contestó ausente John.
Ella
lo tenía a dos paradas de bus, pero prefirió andar. El paseo junto al
Mediterráneo, distraería su conciencia.
Acordaron
coincidir en el hall del hotel a una hora determinada, pero en el supuesto –más
que probable– de que uno de los dos llegase primero formalizaría la reserva y
esperaría en el bar. Mary llegó antes, sin embargo, nada más reservar, prefirió
subir a la habitación para ordenar sus cabellos y reforzar el rojo carmín de
sus labios, darse una última mirada en el espejo y buscar rápidamente el
ascensor de bajada. En la luna del camarín se vio perfecta, gesticuló
gustándose. Acarició, llevando al sitio, los rizos de su media melena, negra y
brillante como sus labios rojos recién pintados. Él ya estaba allí, esperando.
Con
una cantidad exacta de rubor y deseo subieron a la habitación. Dejaron las
etiquetas para otro momento y el amor se convirtió en una sucesión de diminutos
y minuciosos ataques eróticos. Mary se abandonó a un futuro inmediato y se
entregó en un gesto entre tímido y seductor, había soñado con ese momento, pero,
ahora, enfrentada a una realidad tan tangible y dulce como el rocío que
brillaba en su cuerpo, sólo quería beber y dar de beber hasta quedarse seca.
John la miró, la admiró y la deseó, sus labios aparcaron su carnosa pasión
sobre sus pechos, besó sus pezones hasta multiplicar su tamaño y su
humedad. Los tomó entre sus manos, haciendo circular sobre su sonrosada corona
la yema de sus dedos, al tiempo que fundían sus labios en un beso rebelde e
interminable. Mary se sintió deliciosamente invadida. Se ofrecía rendida al
placer mientras regalaba sus caricias a un cuerpo nuevo y despierto. Un solo calor y muchos escalofríos. Sus cuerpos al
completo participaban de aquel acompasado y placentero banquete de pecado que
los elevó al cielo entre gemidos y susurros.
Acabada
la batalla, John descansaba de espaldas. Su cuidado cuerpo mantenía despierto
el atractivo de una piel suave y tostada por el sol. Ella deseaba acariciarlo
una vez más antes de dejar la habitación. Apuraron la copa de vino y al
anochecer, pidieron dos taxis, cada uno de ellos a un lugar diferente.
Mientras
esperaban, los dos se preguntaron al mismo tiempo:
-Y tú, ¿dónde le has dicho que
ibas?
Una pasión que cada vez se hace más generalizada.
ResponderEliminarMuy bueno! Una pasión que surge a escondidas, en secreto, que se acrecenta en la espera del encuentro y se vive siempre como si fuera la última vez.
ResponderEliminarMe encantó! Un abrazo.
Muy sugestiva historia
ResponderEliminar=)
Todo lo prohibido es placentero. Puro Pecado, Alfredo.
ResponderEliminarSutil para describir tanta pasión. Eso me gusta porque he sentido, igual, cada una de las sensaciones que transmites en tu texto.
Un beso enorme.
¡Precioso!
ResponderEliminarAbrazos
Me encantó el relato.
ResponderEliminarUn beso dulce de seda.
En lo prohibido la pasión se multiplica, todos deberian probarlo alguna vez. Un abrazo
ResponderEliminarPasión prohibida que en desenfrenada como un volcán en erupción.
ResponderEliminarBello relato.
Besos
Lo prohibido siempre es lo más deseado.
ResponderEliminarUna historia cada vez mas común pero siempre trepidante.
saludos apasionados.