Entradas

Este jueves, relato: La ventana indiscreta

Imagen
En el apartamento, la noche estrenada quedaba borrosa entre cortinas estampadas. A oscuras, jugué a levantarme y mirar a través de mi cámara. Me acerqué a la ventana y calculé el tiempo que faltaba para que, de nuevo, «aquello» se repitiese como cada noche. Solo unos segundos y ella me acompañaría en una ficción con el recelo del que sabe que el tiempo es limitado y que en el principio comienza la cuenta atrás. Imaginé en ese momento una escena de cine y encendí un cigarrillo. La primera calada se fundió en los cristales. El humo, sin avisar, dibujó mis ansias en la superficie transparente entre el visillo de tergal y la tupida cortina de cretona. Me vi perdido ante el cristal, mirando hacia no sé dónde. Era una dispersión que ya conocía de antes, sabía exactamente de qué se trataba. Extendí el brazo y acaricié la tela que, ondulada, me protegía del exterior. Note la suavidad de su fondo y el cuerpo de sus relieves, flores, lazadas, volutas sin fin que recorrían el tejido de un

Este jueves, relato: Convocatoria «La ventana indiscreta».

Imagen
Para este jueves proponemos una ficción descarada, atrevida, escondida. Un ejercicio de fantasía al más puro estilo « Hitchcock». ¿Qué vemos, o qué nos gustaría ver, cuando, a oscuras, miramos a través de nuestra ventana? La luz apagada y en las ventanas de enfrente la vida en plena efervescencia. Escenas de amor, violencia, cotidianas, sospechosas, insólitas, familiares... Juguemos  a ser L. B. Jefferies (James Stewart), el fotógrafo de la película de Alfred Hitchcock e inventemos desde la impunidad y la distancia una historia a medida de nuestra imaginación. Participantes: C am P I re L a m a R íA p ER l ada V I V ia n M Ó ni c A S a N M o Lí d el C an Y ER M o NT s e RR a t F a b iá N L eo N O r Y e SS y K a n M a ti C e S A m E R o S A na T ra C y D i V A de N O ch e C en S U ra S J a v ie R M I ró m i R A lu n AS M a M a C ec i d E M I u R g O A l F R ed O

Este jueves, relato. La escalera

Imagen
« Ojos que no ven, corazón que no siente». Ella sentía. Y olía. Cada mañana su despertar era un prólogo estimulante, una fiesta para sus sentidos. Juntaba ilusiones. Abría los ojos y, entre sombras, disfrutaba como lo hace una niña acariciando, sin ver, su primera muñeca.               No veía. Había aprendido a mirar y en esa permanente oscuridad, el resto de sus sentidos imaginaban en color. Y olía. Un giro suave, un golpe a traición, un bulto que desperezaba. Todo era una amable visión sintiendo como la naturaleza de su cuerpo simulaba dibujando una forma armónica. ¿Cuántos colores existirían que ella no había visto? ¿Y cuántos, cientos, que nunca verá? No era lo que sus ojos no veían lo que más le ocupaba, no tenía que indagar, divagar o imaginar. Su luz era de color azabache y su corazón la recibía como un tesoro por explorar en el fondo de su invidencia.       Y olía. Desde su casa, el camino al mercado, estaba a un paso que cada viernes hacía acompañada de