Él, suele emocionarse al menos varias veces al día. Hoy sin ir más lejos, lo ha hecho mientras desayunaba escuchando una canción que oía de niño con su padre, y más tarde, cuando divagando con el tirillas de su nieto le ha dicho zalamero: “Yayo, imagínate por un momento que en mi celebro…” le ha dejado de una pieza, no por el contenido lábil de la frase sino por la construcción de la misma. Todos los días, la vida, como en un torrente le regala unas cuantas de esas alegrías, vienen sin buscar y se posan como burbujas chispeantes en terreno abonado. Porque ella, la mujer de su vida con su dulce tintinear ha sembrado de cariño su existencia. En la distancia corta, su sonrisa es la de un oleaje malote, como aquel beso con sabor a simiente de ajonjolí, que quedó impregnado para siempre en sus labios. Hay algo más que le hace feliz, despierta su sensibilidad y le abre al reino de las emociones, y desconcertado por ello se pregunta: ¿Qué hay entre vos y yo? Él, cómo no