El mar no cabe en mis ojos.
Envidio a los animales que miran y ven todo lo que les rodea.
Como los caballos.
Como mis cabras.
No quiero perderme nada.
Primero, intenso a la derecha, luego, profundo al frente y a continuación, vital a la izquierda.
Agua hasta donde alcanza la vista.
Vista hasta donde alcanza la vida.
Vida hasta donde alcanza la imaginación.
Esta primera vez, es mi primera para esos azules, esos verdes, esos grises, esos violetas, incluso esos blancos y negros.
Me vuelvo y beso a Josefina. Ella es como el mar, luminosa, cristalina y del color de todos los azules.
Musa. Amiga. Amante. Madre.
Mañana, junto a ella, de nuevo volveré a los pastos, a la yerba y a la leche y a la nana de la cebolla, que no es nana de comer.
Con el mar a mis espaldas, lejos quedará esta ligera brisa que acaricia mi cara. Viento del pueblo.
En mi recuerdo siempre el mar. Paralelo. Convergente. Divergente.
De olas, interminables, cansinas, secuenciales, como el rayo que aún queriendo, no cesa.
El mar.
Ahora sí, ahora que ya lo he visto le puedo poner nombre, color, sabor y olor.
(*) Miguel Hernández murió, hoy hace, setenta y cinco años.